“Stettner siempre engrandece a las personas, nunca las empequeñece”, escribió su buen amigo y mentor Brassaï, uno de sus principales referentes. “Su crítica positiva y su estímulo fueron vitales para mi desarrollo como fotógrafo”, afirmó Stettner sobre el maestro húngaro en una de sus columnas publicadas en Camera 35, revista en la que colaboraba regularmente. No fue la única influencia. Con Weegee y Sid Grossman, con quien compartía ideología marxista, descubrió en la Photo League el poder de la fotografía como herramienta de cambio social.
Pero, por encima de todo, es en la obra del gran poeta humanista Walt Whitman donde reside la esencia y la grandeza de su extraordinario trabajo. En sus versos encontró la forma de mirar, de interpretar el mundo que le rodeaba. De hecho, siempre llevaba consigo su principal poemario, Hojas de hierba. “En mayor medida que ningún otro fotógrafo del siglo XX, Stettner es un artista literario que sitúa su fotografía dentro de una tradición poética además de visual”, escribe en el catálogo Sally Martin Katz, conservadora de fotografía del SFMOMA y comisaria de la exposición que le dedica el centro KBr de Barcelona.
El fotógrafo desconocido más conocido
Louis Stettner (Nueva York, 1922-París, 2016) solía decir sobre sí mismo: “Soy el fotógrafo desconocido más conocido”. Y es que, a pesar de su originalidad e incontestable talento, su obra no ha sido reconocida como se merece. La muestra que se acaba de inaugurar busca en cierto modo paliar la incomprensible falta de reconocimiento hacia un autor comprometido que supo capturar la poesía de la vida.
Enmarcada en la presente edición de PhotoEspaña, la muestra Louis Stettner (hasta el próximo 15 de septiembre) repasa la dilatada carrera de una figura imprescindible del panorama fotográfico del siglo XX.
Casi ocho décadas de trayectoria
Era apenas un adolescente cuando comenzó a tomar fotografías con una cámara que le habían regalado. Eso marcaría el inicio de una prolífica carrera que se prolongaría durante casi ocho décadas. En sus habituales visitas a la sala de fotografía del Metropolitan de Nueva York descubrió la obra de Paul Strand, Alfred Stieglitz y Clarence H. White; y en artículo de Paul Outerbridge Jr. “el gran potencial de la fotografía para interpretar el mundo que te rodea, cómo podías expresar lo que sentías sobre la vida, y el significado que podía tener para otras personas”, escribió. Su paso por la mítica escuela de la Photo Leage reafirmó su convicción en la capacidad de la fotografía para cambiar la sociedad y con 22 años se convirtió en su profesor más joven.
La segunda guerra mundial supone otro punto de inflexión en su biografía emocional y profesional. En 1943 se alistó en el ejército, donde ejerció como fotógrafo de guerra durante el conflicto. “A los 18 años, me convertí en un artista-soldado, rodeado de millones de otros estadounidenses que como yo tuvieron que aprender otro oficio, el de matar y evitar que te mataran”, contaba.
Un fotógrafo entre dos ciudades
De regreso a Nueva York, retomó el contacto con la Photo League. Continuó retratando las bulliciosas calles de la ciudad y también a sus gentes. De esa época son las conocidas imágenes de Mulberry Street y Coney Island impregnadas de la estética de la fotografía callejera neoyorquina.
En 1947 se trasladó a París con la intención de estudiar un curso de cine durante unas pocas semanas y se quedó cinco años. En la capital francesa su obra adquiere un matiz más lírico y poético. No solo de Brassaï, el influjo de Cartier-Bresson también impregna su trabajo. Las personas siguen estando presentes en sus imágenes, pero las calles desoladas y melancólicas del París de posguerra adquieren protagonismo.
Mar y campo
Stettner fue sin duda un fotógrafo urbanita, pero, según escribió Brassaï, y recoge Sally Martin en el catálogo, “a menudo encuentra su motivo en un pequeño pueblo o en el campo desnudo. Es casi como si al absorber tan profundamente el entorno urbano, se volviera más sensible a las diferencias de la vida rural”. En este aspecto la retrospectiva recoge escenas del mar y del campo de sus viajes por Europa como la serie Pepe y Tony, pescadores españoles, realizadas en Ibiza en 1956; o las imágenes de agricultores y granjeros de Grecia y Holanda.
Hacia la década de 1950 regresa a su ciudad natal, donde comienza a colaborar en cabeceras como Time, Life, Fortune y Paris-Match. A este periodo pertenece la maravillosa serie sobre Penn Station (1958) en la que captura momentos privados, de recogimiento desde el exterior de los vagones. Aquel sutil ejercicio de intromisión le permitió, como él mismo escribió, “revelar lo que no se ve fácilmente, captar lo más significativo, enriquecer nuestra percepción de la vida”.
En la lista negra del macartismo
Hombre de fuertes convicciones, en los años 70 intensificó su activismo político manifestándose contra la guerra de Vietnam y apoyando el movimiento comunista de las Panteras Negras. El FBI lo puso en la lista negra del macartismo. Aun así, nunca renunció a sus ideas y, en su empeño por dignificar la clase obrera, continuó fotografiando trabajadores por fábricas de todo el mundo: Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la Unión Soviética.
En los años 90 se instaló definitivamente en París, donde se dedicó a investigar sobre su propio trabajo y a experimentar con el color como en sus imágenes de la serie Manhattan Pastoral que realizaba durante sus vacaciones en Nueva York. Al final de su carrera retomó el blanco y negro para su último proyecto realizado con una cámara de gran formato en el macizo de los Alpilles, en la Provenza francesa. Murió en París tras clausurar una retrospectiva en el Centro Pompidou.