Cuando Lluís Bassat visitó recientemente la feria de arte contemporáneo ARCO de Madrid, alguien le preguntó: “¿Y a usted qué le gusta más, el arte figurativo o el abstracto?”, a lo que el influyente publicista y coleccionista de arte respondió que eso era como hacerle elegir entre el queso y el chocolate. “Me gustan los dos, pero hay momentos que me apetece más uno que el otro”, aclaró la semana pasada en la inauguración de una exposición dedicada a la pintura abstracta del siglo XXI de su colección privada en el museo Nau Gaudí de Mataró.
“Quizás diría que el arte figurativo es el chocolate, que es más dulce, y el abstracto sería el queso… En todo caso, todas las obras que están hoy aquí lo están porque nos gustaron, nos enamoraron”, explicó Bassat en compañía de su mujer, Carmen, con quien lleva levantando la colección desde que una tarde de 1973 entró en la Galería Adrià de Barcelona y salió habiendo comprado el segundo cuadro de su vida y el 35% de la galería.
Hasta el 22 de septiembre
“Nuestra colección empezó con un fondo de pintores de los años 60, pero queríamos que la colección estuviera viva, así que seguimos adquiriendo artistas del siglo XXI. Principalmente pintura y escultura, que es lo que me gusta. Las instalaciones y las videoinstalaciones –aclaró– me sorprenden, pero no me emocionan. Y todo lo que veréis aquí me emociona”, aseguró el coleccionista.
La exposición, visitable hasta el próximo 22 de septiembre, reúne 41 obras de 21 artistas contemporáneos, en su mayoría catalanes –desde figuras consolidadas como Joaquim Chancho y Joan Hernández Pijuan, a otros más emergentes como Alicia Gimeno, Laura Iniesta y Pol Pintó– que fueron seleccionadas “con el convencimiento de la importancia ética, crítica y reflexiva de la pintura en concreto y el arte en general”, explicó Nuria Poch, comisaria de la muestra.
Lenguaje simbólico
La muestra arranca con dos ejemplares de las pinturas geométricas de Joaquim Chancho (Riudoms, 1943), alfombras de color cubiertas de cuadrícula gruesa y desigual, sugiriendo movimiento, en contraposición a la enorme tela roja de Josep M. Riera i Aragó (Barcelona, 1954), donde se divisa la silueta surrealista de un avión con cola de abanico.
“Riera i Aragó es pintor, pero, sobre todo, escultor”, explicó Bassat, que lleva años visitando con regularidad el estudio del artista en Sarrià desde que empezó a desarrollar su discurso plástico en torno al maquinismo, en los años 80. “Sus aviones, submarinos y zepelín, convertidos en lenguaje simbólico, han acabado por asumir su incapacidad para volar o navegar”, escribe Poch en el catálogo de la exposición.
“El arte provoca preguntas”
Partiendo de un sencillo vocabulario visual, añade Poch, la evidente ironía de sus obras es una crítica poética del poder irracional de las máquinas como símbolo de progreso. Pero a Bassat lo que verdaderamente le emocionó de este pintor barcelonés es esta fina línea entre figurativismo y abstracción, entre pintura y escultura, “invitándonos a detener la mirada en un mundo saturado de imágenes. Porque una obra de arte no responde preguntas, las provoca”, aclara la comisaria.
Otro ejemplo de cómo la pintura en sí nos permite explorar cuestiones existenciales es Joan Pere Massana (Ponts, 1968), que trata la pintura como una piel en la que las capas superpuestas, llenas de detalles sutiles, “nos hablan de la fragilidad de la vida y de nuestra condición de seres efímeros”.
Sus lienzos en colores pastel, con reminiscencias de flores, contrastan con los cuadros conceptuales de corte geométrico del uruguayo Guillermo García Cruz (Montevideo, 1988), en los que se plantea si el lienzo tiene que adaptarse a la pintura o al revés. “La repetición, el movimiento, los límites entre el interior y el exterior son algunas de las cuestiones que plantean sus cuadros, que parece que vayan a separarse, a multiplicarse en nuevas partes”.
El paso del tiempo y la historia personal
Por otro lado, las obras de Josep Maria Codina (Mataró, 1958), lienzos de tonos grises en los que las capas, las veladuras, nos transmiten sutilmente la sensación táctil, y nos llevan a reflexionar sobre el tiempo y como este nos transforma físicamente. “El artista habla del tiempo a través de la piel –ese órgano que nos protege y nos aporta sensación de frío o calor, suavidad o aspereza, dolor o placer– y de cómo su paso genera arrugas, cicatrices, toda una orografía personal”, observa la comisaria.
Otro pintor del que se enamoró Bassat es Josep Serra (Argentona, 1956). Admirador de Jackson Pollock, Serra pinta sus telas expresionistas de gran formato sobre el suelo, igual que hacía el maestro del expresionismo abstracto americano. “Pero pintar sobre el suelo también es una forma de recordar a su padre, pagès de Argentona, trabajando en el campo”, recordó Bassat en compañía del artista.
Libertad de creación
Según Poch, la esencia de la pintura de Serra recae en el propio acto de pintar y transformar en lenguaje la libertad de crear para construir su propio universo. “El ritmo gestual domina el espacio estableciendo el equilibrio y los golpes de pincel marcan el contraste entre el blanco y el negro, entre el amarillo y el rojo, dotando a las pinturas de una luminosidad vibrante”, escribe.
Las delicadas telas de Alicia Gimeno (Barcelona, 1989), en las que el blanco sirve de base para ilustrar sus estilizadas y orgánicas formas negras, giran en torno a dos puntos de partida: la caligrafía japonesa y la botánica (árboles, flores, raíces…), sus dos grandes pasiones. “Yo lo llamo caligrafía abstracta”, explicó la propia Gimeno frente a una de sus obras en blanco y negro. “Alicia nos invita a profundizar sobre lo que supone formar parte de un conjunto (…) y plantea cada obra como un fragmento de las raíces de un árbol que representa la comunidad”, detalla Poch.
Trabajo con papel
Otro artista contemporáneo joven es el sevillano Fernando Daza (1979), que desde hace años trabaja con el papel como método de expresión artística. “Mi padre era abogado y en su oficina amontonaba montones de papeles y documentos de clientes, así que un día, al poco de terminar Bellas Artes, abrí esas cajas y se me ocurrió empezar a investigar con el collage”, explicó el propio Daza. Desde entonces, sus obras han ido evolucionado: ahora trabaja con papeles “más nobles”, que raspa y recorta a mano con escuadra y cartabón y luego pega sobre lonetas de arriba abajo, “como si fuera un telar”. “Sus estructuras no tienen un referente figurativo, sino que resaltan la presencia material como una realidad concreta en busca del equilibrio y la belleza”, señala Poch.
Sea cual sea el motivo que empuja a estos 21 artistas a apostar por la abstracción, Bassat tiene clara una cosa: sus obras lo enamoraron a primera vista y por eso las compró. Así que cuando alguien le dice que un cuadro abstracto no le gusta porque no lo entiende, siempre le responde: “El arte no hay que entenderlo, es suficiente con que te guste. Es suficiente con que te haga pensar o que te produzca sensaciones o sentimientos nuevos”.