Cuando Cori Mercadé (Barcelona, 1968) empezó la carrera de Bellas Artes, a principios de los noventa, imperaba entonces en la escena artística barcelonesa lo que ella llama “el artista saturniano”; es decir, “la idea de que el artista es aquella persona que se pasa el día metida en el estudio, dedicándose a crear a partir de un proceso introspectivo”, se ríe.
La realidad era que Mercadé tenía dos vocaciones claras: la artística y la pedagógica (uno de sus primeros trabajos fue como profesora en la escuela de dibujo Traç, en Sarrià) y tuvo que enfrentarse a un mundo donde parecía, “y a veces aún lo sigue pareciendo”, que o te dedicas al arte a tiempo completo “o no te valoran”. Pero ella lo ha conseguido, con el añadido de que entre medio también ha sido madre. “Al ser madre te das cuenta de que la vida es un todo no compartimentado”, afirma la reconocida artista y educadora catalana, que actualmente expone en el M|A|C Mataró Art Contemporani.
“La Verónica es el clínex que llevamos las mujeres en el bolso”
Bajo el título Ascensiones y aferramientos (visitable hasta el próximo 29 de octubre), Mercadé muestra una colección de pinturas y dibujos que tienen el famoso paño de la Verónica (el trapo que tendió una mujer anónima a Jesucristo para que se enjuagase el sudor y la sangre del rostro) como icono central. “La idea de crear una serie inspirada en el paño de la Verónica surgió en 2013, en un momento en que tanto mi madre como mi hija atravesaban momentos difíciles”, recuerda la artista. “La Verónica es el clínex que llevamos todas las mujeres en el bolso”, asegura.
La obra de Mercadé siempre ha estado fuertemente vinculada a su vida personal. “Al fin y al cabo, los artistas creamos para entender lo que nos pasa”, explica. Sus primeros cuadros, por ejemplo, producidos a finales de los noventa, en pleno auge de las tecnologías audiovisuales y la fotografía, “son una reflexión sobre el papel de la pintura en los nuevos tiempos”. Es el caso del autorretrato en blanco y negro que ella pinta de sí misma partiendo de una fotografía que le hizo un amigo fotoperiodista, o la serie de composiciones donde la artista pinta un paisaje alrededor de la foto real de una persona fallecida. “Es una manera de decir que la pintura sigue teniendo vigencia, en este caso, para hacer un homenaje a los muertos”, detalla.
Jubilaciones y objetos perdidos
Dentro de esta línea reflexiva se sitúa también la serie Jubilaciones, pinturas sobre metal en pequeño formato donde la artista imagina los paisajes que visitará cuando se jubile. “Son paisajes bucólico-pastoriles, sin presencia humana, que despiertan cierta nostalgia futura”, explica. Mediante Jubilaciones, Mercadé utiliza la pintura para viajar a lugares que no ha visitado y dar rienda suelta a la imaginación, “algo que la fotografía no podrá hacer nunca”.
Por otro lado, en la serie Lost Objects, Mercadé pidió a varias amigas que le describieran un objeto muy querido que hubiesen perdido: unas cortinas, una colección de conchas, una cajita de plata… Más tarde, ella plasmó sus descripciones en pinturas, “en un ejercicio melancólico por devolverles el objeto”. “Aunque las tecnologías parecen decir lo contrario, yo digo que sí, que imaginar a través de la pintura sigue siendo posible”, explica.
La maternidad y sus miedos
Si hay algo por encima de todo que transformó la vida de Mercadé tanto en lo artístico como en lo personal fue su decisión de ser madre: “La maternidad es un deseo tan fuerte que te acompaña siempre”, dice. En su caso, ese deseo llegó acompañado de un miedo a cómo cambiaría su vida. Y es de este miedo que surge la serie de pinturas titulada Tondo o la Cuadratura del Círculo, inspiradas en los tondos, composiciones pictóricas en forma de círculo que en el Renacimiento solían enmarcar a la Virgen con el Niño. “El círculo hace referencia a la prefectura del círculo, el infinito”, describe. Para componer sus tondos, Mercadé pidió a varias amigas no-madres que posaran frente a la cámara sujetando a un bebé, para luego plasmar esas fotografías en pintura sobre una tela circular en colores oscuros. “Aparecen posturas incómodas, un poco raras, se nota que ninguna es madre”, se ríe. Su objetivo era exactamente ese: reflejar su miedo a ser madre.
Una vez embarazada, el siguiente miedo que se apoderó de su mente fue el parto. En respuesta, Mercadé se dedicó a hacer una serie de pinturas de los instrumentos ginecológicos usados en el nacimiento: espéculos, fórceps, espátula… con los que compuso un calendario para los dos meses previos al alumbramiento. “La obra habla de la violencia obstétrica”, asegura.
Un ‘mamasutra’
En la misma la línea inspirada en la maternidad está también la serie Sangre y Caridad: telas rojas de forma circular, imitando gotas de sangre, donde la silueta de la madre con el recién nacido parece difuminarse en los extremos. “Quise retratar cómo las mujeres ‘desaparecemos’ justo después de ser madres. Llegas a casa de tus padres y no te dicen ni hola, el centro de atención pasa a ser el bebé”, se ríe. En la serie de Pietà, realizada 10 años después, Mercadé vuelve a recuperar la iconografía clásica del Renacimiento para pedir a sus amigas madres que posen delante de la cámara con sus hijos adolescentes en brazos, imitando a la Virgen sujetando el cuerpo muerto de Cristo. A partir de las fotografías, Mercadé pinta lienzos de gran tamaño, donde cuerpos de madres e hijos a ratos se confunden con un solo cuerpo. “Quise representar la dificultad de gestionar la adolescencia”, explica, recordando que el vigilante de la sala de Muncunill, en Terrassa, al ver expuestas sus Pietàs, exclamó: “¡Has hecho un mamasutra!”.
En 2013, cuando su madre y su hija precisaron sus cuidados, Mercadé tuvo que abandonar la pintura y la docencia para dedicarse a ellas. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de recuperar el icono del paño de la Verónica como símbolo de dolor, a la vez de amor infinito. En los ratos libres que le quedaban, llenaba el lienzo de pequeñas rayas que, como si tejiera, acompañaban al trapo y a sí misma. “Las rayitas son una forma de poner límites al dolor, pero también al amor, al amor por tus hijos, que es infinito”, dice.
Artista liberada
Diez años después, ese mismo trapo y esas mismas rayitas fueron tomando identidades distintas y hoy forman la serie Ascenciones y aferramientos, fruto de una nueva etapa como artista “más liberada”. “Antes siempre creaba a partir de un proyecto estricto que funcionaba como un guion… ahora me siento más libre”, explica la artista, cuya “liberación” artística coincide también con la marcha de sus hijos de casa.
Fue a partir de este proceso creativo “más intuitivo” como aparecieron las piedras que la artista dibuja a lápiz en el centro y va deshilachando hacia abajo, proporcionando cierta sensación de ascenso. “La piedra ocupa el último lugar en la escala de valor, lo último que recogería un niño de una habitación. Pero a la vez tiene un significado sagrado y de perdurabilidad en el tiempo, no en vano es sobre una piedra que San Pedro edificó la Iglesia”, recuerda.
Relaciones padres-hijos
La exposición termina con una serie de fotografías de parajes naturales donde su familia suele pasar las vacaciones, y que la artista interviene pintándose a ella misma junto a su marido y sus dos hijos a tamaño reducido. Es lo que ella llama aferramientos: “Quise hacer una apología de las sólidas relaciones que se establecen con los hijos, sabes que te acompañan siempre, aunque se hayan ido de casa”.