“La idea de celebrar una Exposición Universal en Barcelona fue debida al ilustrísimo Sr. Enrique Serrano de Casanova, principiando su construcción como empresa particular. Posteriormente se encargó de su realización el Ayuntamiento de Barcelona, llevándose a cabo especialmente merced a la constancia del Alcalde el Excmo. Sr. D. Francisco de Rius y Taulet”, escribió el periodista y escritor madrileño Juan Valero de Tornos en su libro titulado Guía ilustrada de la Exposición Universal de Barcelona en 1888. De la ciudad, de sus curiosidades y de sus alrededores publicado el mismo año del histórico evento.
A continuación detallaba datos tan peculiares como por ejemplo que el principal edificio de la muestra, el Gran Palacio de la Industria demolido en 1930, ocupaba 50.000 metros cuadrados y constaba de 12 naves con tienda de recuerdos incluida; también que el precio de la entrada oscilaba entre una peseta para el pase diario y las 26 pesetas si se compraba el bono para entrar durante los ocho meses que duró la exposición; explica que se levantó un faro con carbón de piedra procedente de las minas del marqués de Comillas o que el Arc del Triomf, entrada principal al recinto ferial de la Ciutadella, mide 10 metros de diámetro y costó unas 100.000 pesetas. Esta monumental puerta de mampostería de Josep Vilaseca, ubicada en el paseo de Lluís Companys, es uno de los escasos testigos que aún perduran de este extraordinario acontecimiento, al que concurrieron hasta 22 países de todo el mundo, celebrado entre el 8 de abril y el 9 de diciembre de 1888. Un hito decisivo en la historia de la Ciudad Condal.
Un legado extraordinario
Viajamos hasta la Barcelona prodigiosa de Onofre Bouvila, el astuto personaje de la maravillosa novela de Eduardo Mendoza La ciudad de los prodigios. Esa Barcelona que se desprendía poco a poco de sus murallas para convertirse en un espléndido catálogo del modernismo. La exposición universal supuso un salto significativo hacia la modernización y transformación de una metrópolis inmersa en un profundo cambio urbanístico y social. Aunque las principales obras se acometieron en el Parque de la Ciudadela, antigua fortaleza militar construida por Felipe V durante la guerra de sucesión, las mejoras trascendieron el recinto ferial mejorando considerablemente las infraestructuras urbanas como por ejemplo dotando de luz eléctrica algunas zonas de la ciudad o dejando elementos tan emblemáticos como el monumento a Colón, símbolo por excelencia de Barcelona, del arquitecto Cayetano Buigas.
Del proyecto de remodelación se encargó el arquitecto Josep Fontseré Mestre, autor también del mercado del Born, que diseñó un espacio inspirado por la estética de los grandes jardines europeos. Bajo el lema Los jardines son a las ciudades lo que los pulmones al cuerpo humano, concibió un amplio espacio para el recreo de los ciudadanos.
Arquitectos estrella y obras monumentales
Estructurados en torno a una plaza central, proyectó además una fuente monumental, varios elementos ornamentales y diversos edificios. Fontseré contó con la colaboración de destacados arquitectos para desarrollar los trabajos. Un joven Antoni Gaudí se encargó del sistema hidráulico de la cascada monumental del parque mientras que de los elementos escultóricos se encargaron, entre otros, Joan Flotats, Manuel Fuxá y Francisco Pagés Serratosa.
El castillo de los Tres Dragones, concebido como cafetería-restaurante, lleva la firma de Lluís Domènech i Montaner. En esta construcción, apuntaba Juan Valero de Tornos en su guía, “se nota en su aspecto el carácter hispano-árabe que se encuentra a menudo en las casas señoriales de la corona de Aragón”. El Invernáculo de Josep Amargós con sus “plantas exquisitas”; el Museo Martorell de Antonio Rovira y Trías, primer museo público de Barcelona, “con notables colecciones de antigüedades y de historia natural”, actualmente en proceso de rehabilitación para su reapertura, y el Umbráculo firmado por el propio Josep Fontseré aún limitan uno de los extremos del popular parque urbano. Un enclave donde también permanecen dos construcciones que formaban parte de la vieja fortaleza castrense: la iglesia modelo y el actual Palacio del Parlamento de Cataluña, construido con piedra de Montjuïc entre 1716 y 1748 como arsenal de la plaza militar.
Un hotel efímero y una leyenda
Muchos otros edificios tuvieron una vida efímera. Algunos sucumbieron al nuevo trazado urbanístico, mientras que otros sencillamente nacieron con fecha de caducidad, pese al apego que habían suscitado entre la ciudadanía, como fue el caso del Gran Hotel Internacional del arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner.
Construido expresamente para alojar a los visitantes de la exposición, el edificio se alzó, en un tiempo récord, en el paseo de Colón sobre terrenos ganados al mar. Algo menos de dos meses tardaron en terminar el hotel que disponía de 600 habitaciones, una treintena de apartamentos, ascensores, peluquería, estanco, librería, restaurantes... todo lo necesario para garantizar la comodidad de sus huéspedes. Un concepto totalmente innovador en nuestro país, inspirado en los principios del empresario suizo César Ritz, que tan solo permaneció abierto ocho meses.
Lo que nunca se llevó a cabo fue la gran estructura de hierro de Gustave Eiffel que un año más tarde se elevaría sobre el corazón de París. Cuentan que el ingeniero francés propuso la construcción de la emblemática torre a las autoridades catalanas, que la descartaron por razones estéticas. Mito o realidad lo cierto es que la famosa atalaya parisina también forma parte de la leyenda de un acontecimiento extraordinario.