María Velasco (Burgos, 1984) lleva años revolucionando la escena española pero, como ella misma dice, el reconocimiento por parte de las instituciones le ha llegado hace apenas tres años. De hecho, este 2022 se llevó el premio Max a la mejor autoría teatral.
La obra por la que se alzó con este reconocimiento es Talaré todos los hombres de sobre la faz de la Tierra, con la que dos años después regresa al lugar donde la estrenó, el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Una mezcla de teatro y danza donde retrata con crudeza de la violencia de la sociedad, especialmente la sufrida por las mujeres.
Conflictos y esperanza
El control de los cuerpos, los relatos que nos han contado hasta ahora, la educación sexual, la misma ficción está plagada de discursos violentos con los que hemos crecido y poco a poco empezamos a revisar, no sin cierta dificultad. Hay brotes que reaccionan a ello, pero la dramaturga se muestra esperanzada.
Crónica Global conversa con la burgalesa acerca de su espectáculo, la respuesta del público y sus dificultades para hacerse un hueco en los espacios públicos. No todo es tan negro como parece.
--Pregunta: ’Talaré todos los hombres de sobre la faz de la Tierra’ es una de las pocas obras que se mantiene en cartel durante años.
--Respuesta: La verdad es que sí. Esta obra tiene una resiliencia admirable. Llevamos dos años de gira con ella. Con lapsos de tiempo, eso sí. La estrenamos en pandemia, en el Festival de Otoño de 2020 y preveíamos una obra breve por la situación de las artes escénicas entonces. Sin embargo, desde primera hora funcionó el boca a boca. Incluso con el streaming en extremos, pero a partir de allí y de las terceras funciones en el festival, hubo una reacción importante del público, incluso más que de la crítica, y cómo esporas, casi, se fue difundiendo el mensaje y la plástica de la obra. Y hasta aquí, que comenzamos temporada en Madrid de nuevo en la sala Cuarta Pared y estuvimos en la sala Beckett de Barcelona.
--¿Cómo vive este regreso al Festival de Otoño?
--Es un regreso importante, porque yo he tenido pocas oportunidades en los teatros públicos y el festival apostó y su director, Alberto Conejero, tuvo confianza desde un primer momento. Ahora, es importante deslocalizar la obra. Siempre estuvo en el centro de Madrid y el festival junto con la responsable de los teatros de Móstoles decidió llevarla allí y estamos ansiosas por ver la reacción.
--Para quien no la haya visto, es una obra que mezcla teatro, con danza y crea atmósferas muy especiales. ¿Cómo definiría 'Talaré'?
--Es una obra muy personal, muy de autor, pero el argumento es muy sencillo. Es casi como un cuento infantil, que en el fondo son todos muy terribles, con la crudeza y las violencias del siglo XXI. Lo que sí es una obra que tiene tiempos dilatados, textos que no renuncian a la densidad de símbolos, porque confío mucho en la inteligencia del espectador.
--¿Tal vez ese es el secreto de su éxito, que no le da todo masticado al espectador y lo trata como un ser inteligente?
--Hoy se demandan obras frescas y con ritmo, pero eso ya lo tenemos en muchas plataformas de entretenimiento. Cuando vamos al teatro también podemos querer otras cosas y estar ávidos de otros lenguajes. Lo veo como un pequeño acto a la contra de esas tendencias. Vivimos muy sobreestimulados y atacados por toda la información de las redes, que viene de forma muy fragmentada. Los contenidos televisivos y las series son cada vez más ligeritos. Por eso, creo que hay que hacer un esfuerzo contrario y a veces se agradece que te den la oportunidad de olvidarte del mundo diez minutos o dos horas para hacer un ejercicio de contemplación.
--En este ejercicio de contemplación nos ofrece un mundo muy violento, sobre todo hacia las mujeres.
--Yo siento que esa violencia, bajo simbolitos está en los cuentitos. Dorothy, en El mago de Oz, es una chica que camina sola por la noche, que vive una pubertad terrible y quiere salir de su casa; Caperucita sufre una violación... Ya hay violencia aquí. En la obra aparece la violencia emocional en la pareja, la prostitución, como el máximo exponente del dominio y explotación de los cuerpos. Yo uso la poesía como lente para ver el mundo y como protección y en la obra, pese a que hay mucha crudeza, está todo poetizado. Es una obra muy atenta a la belleza oculta de las cosas.
--El montaje habla también de esa educación recibida, ¿hay mucha violencia en la educación recibida? ¿Nos educan en la violencia contra la mujer?
--Por una parte, hay una tendencia a edulcorar esos cuentos, cuando pretendían ser una vacuna o una advertencia sobre esa violencia que nos rodea. En la obra, no quiere ser crítica, quiere revelar cómo la violencia empieza a estar presente desde la infancia en situaciones muy cotidianas. Muchas veces desde la familia, desde la escuela. Es tan así que muchas veces pasa desapercibida. El espectáculo en este caso es muy revelador porque a la luz de la obra, mucha gente examina situaciones del pasado y se da cuenta que ha estado sometido a un enorme control.
--Y de violencia incluso en el sexo. ¿Nos han educado en un sexo violento?
--Yo no tuve educación sexual, se daba por hecho que uno lo adquiere o aprende con el crecimiento, pero en ausencia de esa educación los únicos relatos que tienes son los de las ficciones. Yo que consumía cuatro horas de televisión diaria de pequeña, mi educación, también sexual, era Telecinco, ese mundo de las bailarinas de Berlusconi y las grandes orgías del poder. Allí uno se da cuenta de que las ficciones no sólo imitan la realidad sino que la realidad imita a la ficción. Sobre todo en lo amoroso, esa historias de amor posesivo, fusional y un sexo muy violento. El sexo es un espacio de libertad pero siempre desde el consenso y cierta horizontalidad.
--Las ficciones también incluyen el teatro, que ha formado parte de este relato, pero ¿cree que desde la escena se está liderando este cambio de relato mucho más que el audiovisual?
--Me gustaría pensar que es así. Creo que hay una nueva conciencia entre los autores y autoras y siempre tarda más a llegar a la empresa, que siempre resiste o se abraza a formatos que ya son de éxito. Ya está en el ambiente pero tal vez llegará más tarde a la empresa cultural y a los grandes espacios culturales y de entretenimiento. Esto es como la fórmula de la Coca-cola que si funciona ese relato del amor, se mantiene, pero ahí estamos luchando.
--Hablando de estos grandes espacios, usted comentaba que es la primera vez que tiene el apoyo de un espacio público. ¿Por qué? ¿Es por ese imaginario tan particular suyo? ¿Es por cierto miedo al mensaje?
--Generalmente me han llamado de teatros públicos pero siempre la obra estaba algo mediatizada, la dirigía otra persona o me proponían escribir a partir de un clásico... Pero oportunidades reales de presentar espectáculo propio no fue hasta 2019 en el Teatro Español y el Teatre Lliure y ya en 2020, Talaré… en Festival de Otoño. Estas han sido las dos grandes oportunidades o pautas de confianza real. Creo que antes sí había un temor. Yo llegué a oir como un director del teatro público decía que "los experimentos con gaseosa". Había recelo a esas nuevas voces. A veces los programadores tienden a ser ultrapaternalistas o muy paternalistas con los públicos a la hora de apostar por qué va a gustar y qué van a aborrecer. Justamente, el público es más flexible de lo que creemos, tiene menos prejuicios que las personas que trabajamos en la cultura.
--La muestra es el éxito de esta obra, ¿no?
--Creo que sí, la mayor respuesta como te dije fue del público, que hemos llegado a colgar el cartel de entradas agotadas muchas veces.
--¿Talando a esos hombres es una manera de poder ver el bosque de esa educación que nos han dado?
--Sí. Talamos el deseo y la imaginación ajena, al prójimo y con esa desaprensión actuamos con el medio ambiente como si los recursos fueran ilimitados. Y cada vez hay más apuesta fuertes por un cambio de paradigma en el manejo de esos recursos, en la tolerancia a otras formas de desear y cuidar y de ser cuidadosos con el envoltorio que nos rodea que somos nosotros mismos. La obra recoge estos tiempos de cambio y de esperanza.
--¿Hay esperanza? ¿Se está talando bien o queda mucho por talar?
--Queda mucho. Y cuando aparecen estos pequeños conatos de transformación o revolución siempre hay voces en contra, porque estamos en el ritmo endiablado de la producción y la economía. Pero yo quiero pensar que, a pesar de la crueldad de las escenas, el final de la obra es alentador, porque sale una nueva conciencia.