Carlota Subirós (Barcelona,1974) es una figura clave del teatro catalán. Dramaturga y directora, ha adaptado a grandes autores como Thomas Bernhard, Ionesco, Guimerà, Shakespeare, Pirandello, Tenesse Williams... La lista es interminable. Ahora ha sumado otro gran nombre de la literatura contemporánea, Susan Sontag.
El formato elegido ha sido especial: una lectura dramatizada enmarcada en la Biennal de Pensament celebrada a mediados de octubre en Barcelona en el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). El espacio, pese a estar alejado del teatro, le es familiar. Si en su día reflexionó sobre el feminismo y construyó una pequeña pieza a través de varias autoras y puntos de vista, esta vez se centra en la pensadora estadounidense para hablar de la violencia y su representación a partir de la obra Ante el dolor de los demás.
--Pregunta: En la pasada Biennal del Pensament dirigió la lectura dramatizada de Susan Sontag. Usted ya tiene una relación larga con el CCCB, pero ¿por qué Sontag y esta obra?
--En los últimos años hemos tenido ocasiones de colaboración con el CCCB y siempre han sido muy nutritivas y ricas para mi, una fuente de aprendizaje. Proyectos que trabajan desde la escena y el lenguaje escénico pero claramente no pensados como espectáculo teatral. Están en un lado del pensamiento, del debate de los temas contemporáneos. Así nació una lectura de texto. En 2016 hicimos una lectura de textos feministas por el aniversario de las primeras Jornades Feministes de Catalunya de 1976, pero fue tan potente, que en 2019, cuando hicieron la exposición Feminismos, retomamos eso, actualizándolo, porque entonces esa nueva ola se disparó. Allí hicimos Grrrls, con esa idea de la pluralidad de los discursos feministas del pasado y la actualidad y como un proceso que podía continuar. Fue un proceso de mucho aprendizaje y de reunión de un grupo de personas en escena que no vemos muy a menudo en el teatro. Nos quedamos con muchas ganas de continuar. En esta línea, ellas me propusieron hacer otra cosa para la Biennal que no fue, y les propuse esta lectura de Sontag que me estaba leyendo, que es de una vigencia con el estallido de la guerra que me parecía un texto que tenía que ponerse en la arena pública. Es una propuesta pequeña, de media hora de duración y es un apunte, pero espero que sea punta de iceberg, porque me da la sensación de que el material es tan potente que puede crecer a partir de aquí.
--El texto además se pregunta cómo poner en imágenes o no la violencia de la guerra. ¿Cuándo se plantea hacer esta lectura, cómo preparó la puesta en escena?
--El texto de Sontag es un cuestionamiento radical y lúcido de la sociedad del espectáculo, del flujo de imágenes con el que convivimos continuamente en todas las esferas. Plantea hasta qué punto toda esta realidad expuesta reclama ser testimonio de realidad y reflexiona sobre la puesta en escena y conciencia de generar estas imágenes. En este sentido, es todo un reto. Para empezar, hablamos de unas imágenes que Sontag nunca muestra. Hay una parte de ese cuestionamiento de qué se puede ver, qué no, qué nos pasa cuando vemos estas imágenes. Hablamos de fotoperiodismo de guerra, testimonio de la violencia, de la crueldad, la atrocidad, del sufrimiento de los otros --como dice su título--. ¿Qué sentido tienen esas imágenes? ¿Qué hacemos con ellas? Más allá de su espectacularidad y la emoción inmediata y efímera que nos provoca en esta cultura de shock en la que estamos, ella reclama: ¿qué significa hacer públicas esas imágenes? ¿Qué relación hay con las personas de esas imágenes y cómo nos relacionamos con ellas y qué compromiso establecemos con ellas? ¿Pensamos lo que significa este arsenal visual, todo este uso y espectacularización del dolor de los otros?
--¿Cómo plantea esta lectura dramatizada, entonces?
--Hemos tomado la opción muy radical, tratándose de una lectura y del cuestionamiento de las imágenes, de no proyectar ni mostrar ninguna de ellas como hace la propia Sontag en su ensayo. En cambio, sí trabajar con el sonido, la sonoridad y la música con la compositora Clara Aguilar, que trabaja mucho en el territorio escénico. Y con la actriz y cantante Yolanda Sey, hemos abordado esta idea de jugar con la capacidad tremendamente evocadora de la palabra, la sonoridad y la música para recrear una imagen descrita. Así tratamos de poner en cuestión, cómo, a través de la música, uno puede cargar de emoción y asociaciones unas palabras y cómo la evocación de una imagen o dejarla completamente seca y en silencio genera otro impacto. Así, de alguna manera, nosotras respetamos ese pudor de no mostrar las imágenes y que la reflexión de Sontag te lleve explícitamente a pensar si quieres o no ver esas imágenes y qué te pasará cuando las veas. Todo a través de este trabajo con la música y el sonido.
--¿Cuando uno hace teatro se cuestiona cómo poner en escena ciertas historias? ¿Qué función juega el teatro en este sentido?
--Justo desde hace unos años vivo un cuestionamiento muy grande respecto a estas grandes preguntas que todo el mundo de la cultura se plantea; respecto al contenido, la forma, el compromiso con lo que pones en escena, respecto a su utilidad y qué sentido tiene lo que hago. Esto, acompañado con estos diferentes proyectos en los que he participado en torno al feminismo y el activismo político, te plantea muchas preguntas acerca de la necesidad que hay de tratar estos temas explícitamente en escena. Yo lo llamo el cuestionamiento de la representación de la política y la política de la representación. Una parte positiva de esta época tan traumática en la que vivimos es que cada vez hay más conciencia, lucidez y exigencia sobre las contradicciones del mundo. Uno es consciente de lo que supone tomar la palabra y saber desde donde, en nombre de quién, en qué contexto, por quién. A la vez, estas son preguntas que te pueden bloquear mucho.
--¿Debe ser muy estresante?
--Es una sensación de exigencia muy grande, porque es muy difícil ser coherente en todo, sobre todo a la que tienes un poco de espíritu crítico, porque detectas infinitas contradicciones en el día a día. Yo en ningún caso quiero ser panfletaria o aleccionar desde la escena. Eso no significa que no me interese tomarme la escena como un espacio de cuestionamiento, de imaginación, de posibilidad, de experimentación, por todas las inquietudes que nos preocupan en el mundo contemporáneo.
--¿Cómo lucha una creadora o creador para lanzar un mensaje y no caer en el dogmatismo, en el adoctrinamiento?
--Tiene mucho que ver con la calidad de los materiales y la complejidad de la mirada. Adoctrinar o no, no tiene nada que ver con el contenido manifiesto o explícito de un material sino desde dónde está abordado, con qué complejidad de mirada. Hay ciertas tomas de posición y es bueno que estén allí cuando las reconoces, pero no son posturas planas o simplificadoras. Se trata de buscar esa mirada que dé espacio a las contradicciones, a la multiplicidad de puntos de vista, de experiencias diversas que cada uno tiene respecto a una misma cuestión. Cada vez somos más conscientes de ello. Si pones esto en juego es más sencillo en realidad, porque estamos hablando de la vida, de la vida en sociedad que compartimos. Es apasionante y no tiene porqué ser adoctrinante.
--Pero en una sociedad polarizada y con una crisis de espectadores, ¿hay cierto riesgo de que se deje de lado esta multiplicidad de miradas?
--Diría que no vivimos una crisis de público, estamos en un contexto de crisis cultural, económica, social muy profunda. Hemos de recordar que los momentos de crisis pueden ser momentos de transformación, de toma de conciencia. Yo estoy en explícita lucha contra este enturbiamiento del discurso, llegando incluso a enfangarse. Hay una sensación y motivos para creer que va todo a peor y más rápidamente, que estamos tirando para atrás en muchas conquistas importantes. Es una evidencia que vivimos tiempos muy oscuros, pero por eso mismo es tan importante también reivindicar, dar voz y espacio a todo lo que asimismo hay de valioso, de las conquistas logradas y luchas, por lo que salir de este discurso. La crisis de público forma parte de este contexto, no es un fenómeno tan aislado. Ha habido tanto aislamiento, tanta inquietud, dificultades económicas y de la vida colectiva en estos años que eso tiene su repercusión. Cabe recordar que en las primeras fases de apertura, tras la pandemia, las artes escénicas hemos vivido la exuberancia, la intensidad y emoción de la presencialidad y el valor que tiene después de tanta virtualidad, el encontrarse en colectivo en el ahora y aquí. Es una época muy convulsa.
--Claro, pero muchos temen que ante la escasez de público se pierdan las ganas de arriesgar y poner en escena propuestas radicalmente creativas, originales...
--Son dinámicas de tiempos extraordinarias y la desbocada aceleración con la que se vive todo, nos vamos de un lado a otro. No creo que la salida a eso sea la banalización de este espacio, Siempre habrá géneros, estilos, códigos y niveles de exigencia muy distintos en diferentes propuestas y espacios del panorama teatral. De hecho, te diría que hay una parte muy importante de público ávido de contenido, de una escena que lo interpela en todo aquello que le inquieta y preocupa como persona que vive en 2022.
--Hablando de Sontag y cómo se pone en escena la violencia. ¿Cómo se pone en escena todo lo que vivimos y más en tiempos en que parece que todo ofende?
--Estas preguntas ahora mismo son más exigentes que nunca y no hay una única respuesta. Es difícil marcar líneas de qué es lícito y no. Siempre estamos entre el polo de la libertad artística, de expresión y de creación y el respeto a la dignidad, diversidad, valores fundamentales de la convivencia. Esto ni es nuevo ni es fácil. Ahora las preguntas se formulan sobre la visibilidad, legitimidad y representación de manera muy explícita. Se cuestionan muchas presuposiciones, que es muy bueno e importante cuestionar, porque muchas de ellas se basan en muchas formas de maltrato, de opresión, de colonialismo... No es fácil cuestionar todo esto. Y no podemos ser panfletarios y decir que estamos en el lado correcto porque todos tenemos una implicación en la historia. Nosotros y nuestras generaciones pasadas. Has de ver en qué lugar te sitúas y, en el momento en que cuentas historias, pones cuerpos en escenas, les das una visibilidad y por omisión no pones otros. Con ello, pones el foco en ciertos comportamientos y personajes. Las preguntas son muy exigentes y la respuesta no es sencilla y, en ningún caso se puede plantear en términos de prohibición, todo está en el cómo, el por qué, desde dónde. Ahora nos hemos dado cuenta que hay muchas figuras y perfiles que no vemos en escena nunca y que sus historias no han sido explicadas o visibilizadas y viceversa, hay historias que se las hemos escuchado y vistos hasta la saciedad. Hay colectivos minorizados, entre ellos las mujeres, que siempre han estado en posiciones de víctima o de objeto sexual. Está muy bien haber dicho basta. Eso no significa que cierta obra no sea válida, que no se pueda hacer, es el cómo, el por qué y desde dónde lo haces. Y si no quieres, no la haces. Has de plantearte qué quieres ver en escena. Esta es la parte utópica, bonita y propositiva de este trabajo, porque tienes la capacidad de formularlo no como una denuncia o revisión. La escena es un espacio de creación y es muy propositivo. La pregunta es qué quieres ver, que de eso habla el libro.
--¿En este sentido, qué nos cuenta Sontag a día de hoy?
--Sontag habla de fotoperiodismo de guerra y habla de cómo la representación del dolor del otro es diferente cuando es parte de una creación artística y, por tanto, traduce un imaginario que toma esas formas cuando en realidad es un documento que da testimonio objetivo del sufrimiento de una persona real a la que en realidad se le sustrae imagen. Tal vez esa imagen es para denunciar, pero su uso no está garantizado, es infinito.
--¿Comparte con Sontag que el problema, tal vez, es que nos hemos acostumbrado a la crueldad?
--Sí, absolutamente. Yo soy una persona que hasta ahora he vivido sin redes sociales y hace décadas que no tengo televisión y yo no soy una persona hipersaturada. Lo estoy tanto como el resto, pero no me atrae nada eso. Tengo mucho pudor y reaccionó rápido a la sordidez, tengo mucho rechazo y me alejo de ella. Mi umbral es más bajo que el general, me impacta mucho el nivel de inmunización e insensibilización que hay. En todos los niveles, también en la ficción. Sontag lo dice, la masacre parece que es un ingrediente habitual del entretenimiento y en nuestras generaciones ha sido exponencial la habituación, integración y exposición al shock que produce la atrocidad, la violencia, la sexualidad. Asimismo, Sontag remarca algo muy interesante y provocadora, dice que no tiene sentido escandalizarnos por esto, que hoy en día nadie tiene derecho a reclamar un grado de ingenuidad, de amnesia, inocencia y pureza para decir “esto no lo puedo ver, me supera”. De eso habla, de qué nos pasa cuando vemos imágenes del horror, hasta qué punto nos vinculamos con lo que representan estas imágenes más allá del impacto y del shock.
--¿Pero la ficción no ha ayudado también a la habituación de esta violencia? Hemos visto en películas la violencia en relaciones de pareja, las atrocidades de la guerra, asesinatos... ¿Se ha de replantearse esa manera de exponerla?
--Absolutamente, el teatro es generación de imaginario. Las palabras generan un imaginario y el imaginario es el universo en el que articulamos la comprensión de nuestras vidas. Aprendemos comportamientos. Esto se retroalimenta continuamente. Todos los comportamientos que se representan no es que se validen pero sí se ponen en juego dentro del imaginario colectivo. Allí es donde entra esta parte tan acaparadora de la conciencia. No la puedes detener, pero ¿cómo le pones límite? Aquí es donde Susan Sontag es un faro y dice: no me da miedo mirar ninguna imagen, es más, las he visto y en esa mirada he encontrado conmoción y le he dedicado tiempo y pensamiento para ver qué significa. Tal vez no se encuentra la respuesta definitiva. Ojalá no existiera esa imagen, pero como está ahí, la miro y estoy dispuesta a transitar este espacio. Lo que pasa es que en la cultura contemporánea de la aceleración y banalización este espacio no se da y todo se convierte en un consumo hiperacelerado y superficial en el que no tiene valor. Y esto es perfectamente criticable. Ojalá hubiera un decrecimiento de esa aceleración. Se habla de encontrar espacios y formas de ralentizar las experiencias y reconectar con el presente y la materialidad de lo que vivimos, porque todo se está haciendo tan virtual y rápido, perdemos la experiencia y el sentido de la experiencia. Y el teatro ayuda a ello, por eso creo que me encontré cómoda en en este espacio que privilegia el ahora y aquí, la experiencia y la capacidad increíble de la expresión del cuerpo, la palabra y la imagen entre congéneres.