Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, 1960) ha recibido este 25 de octubre el premio a la trayectoria profesional concedido por el Festival Cine por Mujeres, que arranca este miércoles en Madrid. Los responsables del certamen reconocen así el trabajo cinematográfico de la cineasta, que ha ayudado a dar visibilidad a referentes femeninos y ha abierto puertas a tantas otras.
Ella misma admite que pertenece a una generación de directoras que son “hormigas soldado”, aunque “es un coñazo serlo todo el rato", confiesa a Crónica Global.
Nuevo proyecto
La cineasta señala que no es muy fan de crear guetos de cine hecho por mujeres o miradas femeninas, en las que parece que todas tienen la misma. Aun así, apunta que sí ha reconocido ciertas coincidencias en algunos puntos de vista de los directores hombres.
Crónica Global habla con la catalana acerca de lo que significa este tipo de reconocimientos y etiquetas, y avanza cómo ha sido el rodaje de su última película, El techo amarillo, en el que da voz a decenas de víctimas de abuso sexual por parte de dos profesores cuando algunas de ellas eran menores de edad.
--Pregunta: ¿Qué significa este premio para usted?
--Respuesta: Cuando te dan un premio siempre es bienvenido. Y este festival tiene sentido. Ayer fui a ver la última película de Claire Denis y todos éramos mujeres en la audiencia. A veces pienso que estos festivales de mujeres son otra vez el gueto, pero por otro lado pienso si no estaría bien que esa mirada que tenemos la mitad del mundo tuviera ya un espacio sin necesidad de hacer festivales. Está claro que no.
--Lo del público es importante. ¿Todavía hay gente que piensa que las películas hechas por mujeres son películas para mujeres?
--Sí, esto es así.
--¿Pero por qué? ¿Qué tiene esa mirada femenina?
--Eso me lo deberías decir tú. Yo la tengo. Está claro que la hay. Antes de empezar a rodar estaba en contra de estas cosas. Antes pensaba que si uno hacía el test de la Coca-Cola y no decían quién era el director sería difícil saber si es de un hombre. Ahora, en cambio, he visto varios estudios y documentales que me hacen dudar. Sobre todo, el documental Brainwashed: Sex-Camera-Power de Nina Menkes, donde analiza la mirada masculina y te das cuenta de que hay algo de recreación en determinados fotogramas y maneras de rodar. Lo hace con una mirada histórica y me di cuenta de que hay una serie de cosas que yo nunca rodaría así. Nunca se me ocurriría poner un escote en primer término o el de un culo que se mueve mientras un hombre tuerce la cabeza para mirárselo. Las directoras no fetichizamos el cuerpo de un hombre o lo hacemos de una manera más fresca.
--¿Menos sexualizada?
--Es otro tipo de sexualización. Yo he rodado escenas de sexo, pero no esas en las que el tipo se pone encima de la mujer, cuatro revolcones y ya. No, hay otra explicación, hay otra manera de contar el acto sexual.
--¿Cuando empezó se planteaba aportar esa mirada femenina?
--No, yo quiero jugar en el patio de los mayores, no quiero un gueto. Pero mi generación teníamos que decir más tacos que los chicos, parecer mucho más seguras, llegar al rodaje con todo superclaro porque si tenías una debilidad te dirían 'claro, como eres mujer...'. Mi generación es una generación de hormigas soldado y es un coñazo ser hormiga soldado todo el rato. Ahora, una de las cosas buenas de las nuevas generaciones de cineastas es que no tienen que estar todo el rato demostrando, justificar tantas cosas. Pero el caso de Carla Simón con Alcarràs es un ejemplo. Si un hombre hubiera ganado el Oso de Oro en Berlín, ya te digo yo que estaría en los telediarios cada 2x3. Esto es así. Hay otro baremo. Cuando hay jurados en festivales que son mitad hombres y mujeres, se premia muchas veces a las mujeres y sin embargo, la apreciación, incluso a nivel mediático, nunca es la misma. Tengo hemeroteca de esto.
--¿Es entonces la mirada del espectador la que muchas veces pesa?
-- Yo intento hacer mis cosas y contar mis películas. La mirada del espectador evidentemente me importa, pero antes me importa construir una mirada para transmitirla.
--En todo caso es su mirada, la de Isabel Coixet, ¿pero se peca en exceso de hablar de la mirada femenina?
--Claro, somos autoras cada una con su mundo, su bagaje, su referencias. Pero, otra vez: los hombres cada uno tiene su personalidad y las mujeres somos un rebaño, ¡esto es un coñazo, es insoportable! Hay un momento que dices: yo he hecho muchas películas, muchos documentales, ¿podemos hablar de lo que tengo entre las piernas?
--En resumen, ¿una debe justificar los premios que recibe acusada de cumplir cuota o de que se hace por el peso del Me Too?
--Aquí ya mezclas varias cosas. Yo no creo que el Me Too sea una derivación de una conciencia feminista de la vida. El Me Too viene de un momento de enfado y ahora se encuentra en un momento de retroceso. Es un poco el rollo Chiquito de la Calzada, dos pasos para adelante, tres para atrás. Lo que no debemos olvidar es que el cine es un negocio: unas aportan dinero y otras no. Lo bueno es que las mujeres estamos demostrando que nuestras películas pueden ser comerciales y, sin embargo, los presupuestos con los que contamos nunca son equiparables.
--¿O sea, la brecha salarial también se da en el cine?
--Y tanto. Hay estudios sesudos que lo demuestran. Y no solo en el cine español. Hay una brecha económica brutal en el cine europeo y mundial. En todos los sentidos: salarios, presupuestos, número de ayudantes. Pero yo no puedo estar todo el rato con este rollo, yo hago mis cosas y lucho por hacer las historias que creo que tengo que hacer. A veces parece que las mujeres estamos todo el día pensando en cuotas o en el Me Too y no. Yo pienso en la historia que me gustaría contar ahora. Hablemos de cosas concretas porque esto no es divertido. Lo importante es que en el festival se va a ver El techo amarillo.
--Hablemos de él entonces. Sale de una noticia que lee en el diario, pero ¿cómo se acercó a ella y a la temática?
--El rodaje, en mi ingenuidad, pensé que iba a ser sencillo. Lo empezamos hace dos años y medio, todavía en plena pandemia. Me pareció un texto periodístico muy bueno y me tocó. Me pareció que había algo allí. Esa comunidad que, de repente, calla no se sabe por qué. También esa supuesta paz social, en la que todo el mundo está en contra del maltrato y el abuso, pero a la que alguien habla hay esa reacción de "deberías pasar página", "¿ahora por qué hablas?". Conocí a las chicas y me gustó que fueran mujeres a las que eso no las hubiera marcado ni definido, me gustó cómo lo elaboraban ahora. Viendo documentales al respecto, el recurso ese de la lágrima o la autocompasión o el rencor me saca de allí. Para ellas había algo de asombro de que eso ocurriera, que nadie las creyera y cómo es que esa persona se fuera de rositas.
--¿Hubo momentos tensos?
--Siempre les dije a ellas y a otros muchos testimonios que en el momento en que quisieran parar o si preferían que no utilizáramos su material, así lo haríamos. De hecho, hubo una serie de testimonios que rodamos y que luego dijeron que no. Ponerse delante de una cámara con gente que no había contado cosas a su familia implica una vuelta empezar. En todo caso, siempre les dije que no se trata de que sucediera en Lleida, tiene una dimensión universal. Ahora mismo se está pasando en Brasil y la gente conecta con lo que contamos. Es algo que trasciende.
--¿Por qué decidió que fuese documental y no ficción?
--Cuando empecé a hablar con ellas se me pasó por la cabeza hacer una ficción, pero me pareció tan alucinante lo que me contaban y sobre todo el material de archivo muy definitorio y definitivo que encontramos que, a partir de eso, pensé que esta historia tendría mucho más valor e impacto si no lo maquillamos. Y ya te digo, es la primera vez que siento que este es un documental rotundo. Esto no es un sermón, no son cabezas parlantes. Hay una construcción narrativa que tiene que ver con el documental y aprovechar sus posibilidades.
--En todo caso, ¿qué función tiene el cine en este caso?
--Este documental me lo he planteado como una herramienta de militancia y para que cambien cosas. Es la primera vez que tengo la gran esperanza de que se reabra la investigación. Creo que puede suceder. Tras los pases, hay gente que ha sentido que quiere hablar y espero que sea un caso que se pueda volver a abrir. Hay casos que han prescrito, sí, pero otros... Tengo una gran esperanza.