Inquieta, perfeccionista y muy tímida, reconoce que nunca se ha sentido cómoda cuando el foco de atención apunta hacia ella. Afortunadamente “he tenido la suerte de que nadie me ha conocido por mi cara, han conocido lo que hacía”, cuenta con voz pausada en Un hilo de voz, un documental de carácter íntimo que repasa su trayectoria y que forma parte de la retrospectiva Sybilla. El hilo invisible en la madrileña Sala Canal de Isabel II.
Neoyorquina de nacimiento pero nacionalizada en España, Sybilla Sorondo está considerada como la mejor diseñadora española desde Cristóbal Balenciaga. Con ella llegó la modernidad al ámbito del diseño a nuestro país en los años 80 y a finales de aquella década gozaba de gran prestigio internacional. No está nada mal para alguien que nunca quiso dedicarse profesionalmente al diseño, tan solo trabajar junto a sus amigos, ganar dinero y vivir experiencias.
Un lenguaje propio
A lo largo de sus cuatro décadas de trayectoria, Sybilla ha creado un lenguaje propio e inconfundible repleto de códigos que buscan armonizar sus muchas contradicciones. Para ella el diseño es un vehículo de expresión que le ha permitido modelar su complejidad interior para crear auténticos objetos de culto. “A menudo todo arranca con un dibujito en la esquina de un cuaderno, y el desafío consiste en cómo se transforma en algo real, de la manera más fiel posible, aunque técnicamente a veces parezca imposible. En ese camino suelen ocurrir mil cosas y la prenda no para de transformarse”, “puede empezar siendo una falda y terminar siendo un bolso, voy jugando”, explica.
Para Laura Cerrato Mera, historiadora de arte y comisaria de la muestra, “lo difícil ha sido tener que seleccionar y dejar piezas fuera”. Aun así las más de 160 piezas seleccionadas entre prendas, fotografías, catálogos o publicaciones hilan un cautivador recorrido que ahonda en su extraordinario universo creativo.
Un diseño atemporal, versátil y útil
Cerrato destaca la utilidad, la versatilidad y la atemporalidad de sus propuestas, algo que la diseñadora cree que le viene de sus tiempos de revolver en el Rastro: “encontrabas un jersey y veías si te lo podías poner al derecho, al revés, si le quitabas el cuello, si le ponías un nudo ahí”.
Sus creaciones perduran en el tiempo como pasa con los grandes clásicos, configurando un fascinante fondo de armario que nunca pasa de moda, esa es su grandeza y una de sus señas de identidad. No es la única. Sybilla huye del encasillamiento: “cuando me intentan meter en una caja yo de alguna manera intento que lo contrario también sea verdad”. Por eso en sus colecciones conviven lo clásico y lo contemporáneo, la oscuridad y el color, lo fluido con lo estructurado, la sencillez con la complejidad, lo tosco y lo estilizado o lo extravagante con lo práctico. Códigos trasversales que tejen su obra sutilmente. Contradicciones que no siempre son opuestas pero sí difíciles de maridar.
El pespunte final
La fotografía es un pieza fundamental en el engranaje de su trabajo. Apunta Laura Cerrato que “para Sybilla la obra está acabada cuando está hecha la fotografía”. La propia diseñadora confiesa en el audiovisual que fantaseó con la idea de ser fotógrafa “porque veía imágenes” pero descubrió que no era capaz de crear esas imágenes con la cámara. Consciente de sus limitaciones supo rodearse de grandes fotógrafos que supieron interpretar sus códigos y recrear su mundo. Sus primeras colecciones fueron retratadas por Pepe Lamarca, fotógrafo de Camarón y Paco de Lucia, Miguel Oriola y Retamar; después llegaron las evocadoras y románticas imágenes de Javier Vallhonrat y más tarde inventó “una nueva manera de fotografiar” junto a Juan Gatti.
Sybilla ha creado a lo largo de su trayectoria un gran número de prendas y objetos icónicos que le han valido el reconocimiento internacional. Prueba de ello es que en 1996 Louis Vuitton la escogió, junto otros diseñadores internacionales, para reinterpretar su famoso logotipo Monogram. Un honor que compartió con Manolo Blahnik, Vivienne Westwood, Helmut Lang, Azzedine Alaïa, Romeo Giglli e Isaac Mizrahi.
La legendaria modista parisina Madame Grès solía decir que “sólo la perfección hará que una prenda viva de una temporada a la siguiente”, quizás por ello la obra de Sybilla solo es comparable a la de Cristóbal Balenciaga. Y es que talentos así no surgen todos los días.