A Immy Humes le gusta mirar fotografías de grupo, retratos colectivos de alumnos, de artistas, de amigos o rivales o de cualquier otro colectivo. Un día le llamó especialmente la atención una de 1960 en la que aparecía la realizadora de cine de vanguardia Shirley Clarke celebrando su primer largometraje junto al resto del equipo. Ella era la única mujer del conjunto. Pronto descubrió que esta peculiaridad era bastante habitual.
“Una vez que empiezas a buscar a esa mujer sola flanqueada por hombres, es fácil encontrarla: en el equipo de la Bauhaus, en los artistas de la galería de Leo Castelli de la década de 1980 o en la mesa redonda del hotel Algonquin”, explica en la introducción de su libro Una sola mujer editado por Phaidon. Un compendio de 100 imágenes excepcionales, acompañadas de un breve texto explicativo, cuyo común denominador es que todas ellas muestran un grupo de hombres acompañados de una sola mujer.
“¿Dónde está Wally?”
Esta cuestión de la excepcionalidad femenina no solo afecta a los círculos artísticos o intelectuales sino que supone una constante en cualquier profesión. “La fórmula se repetía una y otra vez en fotografías de asociaciones, empresas, oficinas, clubes, tribunales, órganos de gobierno, orlas de instituciones educativas y movimientos políticos, tanto revolucionarios como reaccionarios”. Grupos masculinos en los que se había colado una sola mujer cuya presencia, generalmente, pasaba totalmente desapercibida, tanto que en numerosas ocasiones costaba encontrarla.
“Era como jugar a una versión femenina de ¿Dónde está Wally? Encontrarlas era maravilloso y a su vez planteaba un enigma: ¿qué hacían allí?”. La búsqueda proporcionó muchas respuestas pero también evidenció un fenómeno común prolongado en el tiempo: el de la “única mujer” a lo largo de los siglos. La igualdad no es precisamente una asunto nuevo.
“Un lento flujo de cambio”
La señora Fairfax fue un cocinera afroamericana al servicio de las tropas yanquis durante la guerra de Secesión. La vemos en una fotografía tomada en 1862. Es uno de los escasos documentos gráficos del conflicto estadounidense en los que aparecen trabajadoras, especialmente mujeres negras, que normalmente quedaban al margen.
Sarah Fuller es una jugadora de fútbol americano que compitió, en 2020, junto al equipo masculino de la Universidad de Vanderbilt debido a las numerosas bajas en el banquillo de sus compañeros a causa del Covid. Fuller se convirtió ipso facto en una estrella nacional y en todo un símbolo para un país hastiado por la pandemia. Su popularidad fue tal que en 2021 fue elegida para presentar a la primera mujer vicepresidenta de la historia de los Estados Unidos, Kamala Harris. Más de siglo y medio separan ambas fotografías. “Momentos de un lento flujo de cambio”, escribe Humes. Más de siglo y medio sintiéndose una excepción y reivindicando la normalidad.
Una cuestión de género
En el libro encontramos numerosos ejemplos de figuras sobradamente conocidas y reconocidas: Frida Kahlo, Margaret Thatcher, Benazir Bhutto, Marlene Dietrich, Dorothy Parker, Colette, Jane Campion o Marie Curie.
También de otras muchas que han pasado sin pena ni gloria pese a ser pioneras en la carrera por la igualdad. Gunta Stölzl, la única “maestra” de la Bauhaus, la mítica escuela alemana de arte y diseño que paradójicamente defendía en su manifiesto fundacional la igualdad de género; Frances Perkins, la primera en formar parte de un gabinete presidencial estadounidense, considerada “la arquitecta del New Deal” del presidente Franklin D. Roosevelt; Madeline Linford, primera editora del legendario rotativo británico The Guardian; Christina Broom, primera fotógrafa de prensa de Inglaterra; Lucy Komisar, la activista y periodista que soportó todo tipo de humillaciones en 1970 por el mero hecho de entrar en el MacSorley’s Old Ale House, un antiguo pub irlandés del East Village exclusivamente masculino; Betsy Wade que en 1956 se convirtió en la primera mujer de la redacción de The New York Times en más de un siglo o Christine Jorgensen, artista y defensora de los derechos trans en el Nueva York de 1953.
Historia de presencias silenciadas
Pero el alter ego femenino del esquivo Wally es también la historia de presencias silenciadas, ignoradas o que sencillamente fueron la excepción en un mundo de hombres. Heroínas inesperadas como la ya mencionada señora Fairfax, la cocinera de las tropas yanquis; Laufey Valdimarsdóttir, estudiante en la Islandia de 1910; Khatarine Graham, publicista neoyorquina en 1976; Emmeline Pankhurst, sufragista, 1914; Ethel Benjamin, abogada neozelandesa en 1902; Anna Fransen la Montagne, minera en Alaska hacia 1900 o Anna Searcy, estudiante de medicina en 1897, por citar solo unas pocas.
Son muchas más las protagonistas de estas breves crónicas aleccionadoras y sorprendentes. Historias de mujeres valientes en las que las palabras única y primera se repiten demasiado y sus logros se consideran una excepción a las reglas del patriarcado. Un fenómeno tan anacrónico como cotidiano.