Carla Simón se ha hecho ya un hueco en la Giornate degli Autori de la Mostra de Venecia. Con el Oso de Oro del festival de Berlín logrado a principios de año por Alcarràs, la realizadora ha presentado una película de poco más de 24 minutos en torno a la maternidad y en la que juega con la construcción de la memoria para el futuro de su hijo.
Carta a mi madre para mi hijo es un juego poético en el que la directora se desnuda física, emocional y mentalmente para jugar con el dispositivo del cine y el cerebral. Ambos capaces de generar recuerdos y emociones. Ambos capaces de construir realidades que nunca fueron pero que están.
La propuesta de la catalana es clara. A partir de unas fotografías que se hizo su madre cuando estaba embarazada de ella, Simón se graba en Súper-8 para que su hijo, Manel, tenga un recuerdo de ello y de su abuela, a la que no conocerá.
La directora perdió a sus padres a causa del Sida cuando ella era muy pequeña. Los recuerdos que tiene de su madre son pocos, pero con ellos ya levantó una ficción que la catapultó al éxito, Estiu 1993, y ahora esta pieza poética en la que se encuentra con ella.
La cineasta parte de esas fotos para rebuscar en el pasado de su madre. Con las imágenes que tiene de su familia, cintas que escucha y relatos que ha escuchado sobre su figura a lo largo de su vida se ha creado una imagen de ella. Ahora, la refleja en pantalla. “Creo que mi necesidad de contar historias viene porque en mi familia hay muchas historias, pero también por mi infancia, por el hecho de que me falte esa historia”, reconoce.
Para hacerlo usa el Súper-8 que da pie al espectador a conocer las piezas con las que se construye el relato. El pasado y la poesía. Y es que sobre las imágenes se escuchan los versos de un poema compuesto por ella.
Si las mariposas amarillas son propiedad del realismo mágico de Gabriel García Márquez y los Buendía, una mariposa blanca que "susurraba historias al clavel y a la violeta", como dicen Lole y Manuel, ya forma parte de la historia de los Simón. La referencia sale de una canción de dicha banda que escuchaba la madre de Carla.
Una vez presentadas las bases, Simón crea una ficción para narrarle al hijo que lleva en su vientre cómo imagina a su propia madre. De esta manera, la realizadora pasa de la infancia rebelde a la juventud pasional de su madre con el mar revuelto como todo tránsito.
Una escena de flamenco en un puerto da paso a la vejez que nunca tuvo su madre. Ángela Molina da vida a esa persona construida por la mente, la ficción y el talento creativo de Simón.
La actriz zurce el botón de una chaqueta y al levantar la vista se encuentra a lo lejos --con el Mediterráneo de fondo una vez más-- a Carla Simón embarazada. Poco después ambas se juntan a hablar.
La emotividad de la escena se construye a través de las miradas, unas pocas líneas de texto y la canción de Lole y Manuel. A Simón no le hace falta más. Ese momento mágico ha quedado para siempre en la memoria de todos. Espera que también lo haga en la de su hijo, a quien le ofrece también este hermoso recuerdo que ha construido para él.
Los miedos de la maternidad transpiran y se cielan en estas preciosas imágenes. La historia pasada es lo que impulsa a la cineasta a ofrecerle este retazo de su vida al neonato Manel, con el deseo y la esperanza de que la historia no se repita. "Con esta película para Miu Miu Women's Tales, quiero darle a mi hijo lo que yo no tuve: una historia familiar", asegura la directora.
“Esa memoria familiar que falta, cuando no se tiene, hay que inventarla para contarnos a nosotros mismos", reconoce. Eso es lo que lega a Manel y a nosotros. "Un documento, esa memoria familiar que yo no tengo, un archivo familiar que a mí me falta mucho por el hecho de perder a mis padres de pequeña", concluye.
Así, el Súper-8 sirve para dar textura a los recuerdos, y su unión con el digital y la ficción componen un poema visual gestado por el amor de Carla Simón hacia su pequeño, al que le recuerda que nunca le va a faltar el cariño de su familia. El mismo amor, o tal vez más, que todavía ella siente por su madre ausente. “Hago cine para poder inventarte e inventarme”, le escribe en el film.
Carta a mi madre para mi hijo se convierte así en la cinta más poética y personal de una realizadora que lleva la autoficción a registros pocas veces explorados en el séptimo arte. Y, a su vez, reivindica el poder del cine como herramienta para contarnos, ya que, como la memoria, es un juego de ficción y realidad.
Simón hace que además parezca sencillo. Con una cámara y unas pocas fotografías compone recuerdos para ella y Manel. Aunque no son los únicos. Tras su visionado, el espectador siente que ha asistido no sólo a un trozo de historia y una oda a la maternidad, sino también a un canto al cine como creador de recuerdos, de imágenes que, como las de esta película, cuestan de olvidar.