No corren tiempos para la contemplación. En un mundo donde los mensajes deben concentrarse en lo que dura un vídeo de TikTok, una película de dos horas y media parece casi todo un desafío, un reto. Y ya estrenar en verano una obra como María Chapdelaine, basada en la novela del bretón Louis Hémon, ambientada en el Quebec rural de principios del siglo XX parece casi una afrenta.
Su director, Sébastien Pilote, es consciente de ello, sabe que cada vez el tiempo está más fragmentado, pero, tal vez, encerrarse con el móvil apagado o en modo avión puede servir para relajar el estrés propio de un mundo fugaz. El cineasta, no sin cierta ingenuidad, explica a Crónica Global que desconoce "si lo del tiempo es un reto"; su voluntad no es la de la afrenta con el público, sino "permitir al espectador que se sumergiera en aquella época, en el tiempo y en el paisaje".
Una mirada
La ojos de la protagonista, sus silencios son el vehículo más que adecuado para este viaje que parece hablar de otra época. Nada más empezar el filme, el espectador se encuentra a una familia campesina cuya madre está al frente de la casa. Se encarga del cuidado de sus hijos, sí, pero también de los animales junto a su hija mayor, María, quien da el título a la obra. La adolescente es como la cinta, contemplativa. Incluso la muerte de su amor infantil, François Paradise, la vive con dolor, pero con desarraigo. La vida sigue.
"Era un medio patriarcal porque la religión tenía la garra puesta en todo. Lo cierto es que ahora el feminismo se asocia a dar la palabra a la mujer, que tiene el verbo a su disposición. En cambio, María y su madre hablan poco. Ambas son inteligentes y tienen muchas cosas que decir", analiza.
Los ojos de María
Lo hacen desde el silencio y sobre todo con la mirada. En este sentido cabe destacar el papel de la actriz novel Sara Montpetit que, sin experiencia, se echa a la espalda a este legendario personaje, cuyas emociones se expresan con los ojos y la contención.
"María mira a su alrededor constantemente y está muy ligada a la naturaleza. Habla a través de ella y a su vez el paisaje refleja las emociones de María: la tormenta de nieve, el río cuando se hiela y cuando los árboles dan su fruto", indica el director. El espectador puede percibirlo, sin aceleraciones ni golpes de efecto ni giros de guion.
Idea de progreso
El tiempo transcurre en la sala oscura. En la pantalla, las estaciones pasan y aparecen los dos pretendientes de María que son la noche y el día. Por un lado está Lorenzo, el chico que quiere abandonar el campo e irse a vivir a la ciudad, que para él es señal de progreso. Le cuenta a los del pueblo y a su amada todos los beneficios que allí va a encontrar. Por el otro, está Eutrope, el chico de campo que quiere construir una familia y un hogar con su vecina y hacerlo al lado de los suyos, en el lugar al que pertenecen.
"Lo que ofrece Lorenzo no es el progreso, porque le propone a María ir a la ciudad y quedarse en casa y depender del marido de una. No se le puede llamar progreso a esto. María se convertiría en la típica mujer del melodrama estadounidense de los años 50 o 60, que se aburre y no tiene nada que hacer", reflexiona Pilote. ¿Una cinta política? No, de época, pero demuestra cómo se puede ser incisivo sin subrayar la trama, haciendo que el espectador descubra poco a poco todas las capas que esconde.
Tranquilidad natural
Al final, poco importa con quién se queda María. Lo importante es lo que se ha visto hasta que aparecen los títulos de crédito y se encienden las luces. Es entonces cuando uno se de cuenta del viaje no tanto emocional, sino reflexivo que ha hecho a través de un ejercicio de atención y contemplación.
"Al fin y al cabo, la gente sabe cómo acaba la historia, por tanto yo voy a contar cómo ocurre, con tranquilidad", señala el director. Y lo hace, sin pensar mucho en el qué dirán y con la voluntad de demostrar que esta novela y película le habla al espectador de hoy, sin retarlo, desde la calma.
Un director con ideas claras
¿Pero por qué ahora cuando además hay tantas versiones? "Desde el momento que decidí hacer una adaptación de la novela no quise ver ninguna versión cinematográfica previa. Quería regresar a la novela y tenerla como fuente, no me lo planteé como remake. Siempre cuento a modo de chiste que si hubiera habido 10 adaptaciones, hubiera hecho la undécima. La hice porque todavía me habla, me dice cosas y me permite hablar de mí mismo, de mis seres queridos. Asimismo, me permite hablar de otros temas que me interesan y que he abordado en otras películas anteriores, especialmente en Le Démantèlement como la resiliencia, el deber, el sacrificio", responde.
Si se echa un vistazo a la trayectoria del cineasta, se observa claramente que la transición, los cambios no solo de épocas históricas, sino de etapas en la vida están allí. En su debut en el largometraje con El vendedor ponía sobre la mesa los cambios en el mundo del comercio y, en definitiva, de la economía. Algo que no dista mucho de esta última.
Vida en el campo
María Chapdelaine no solo es una historia de crecimiento y del tránsito a la adultez, también es el retrato "del fin de un campesinado", entendido como "una clase social que desapareció y se va hacia el proletariado", explica. Una realidad que transcurre "en una época en que, si bien era un patriarcado, la mujer trabajaba muchísimo, y sin la mujer no funcionaba el campo", sentencia.
Aun así, Pilote no carga las tintas en la felicidad de un tiempo pasado o de la vida del campo. Al contrario, muestra la dureza que es vivir sometido a las inclemencias climatológicas, a las largas temporadas de frío y al corte verano del norte de Canadá. A cómo todo ello afecta a las cosechas y, por tanto, a la economía familiar que es también la de un país. Un retrato de 1900 que tiene sus ecos en la situación económica y medioambiental actual. Una resonancia sutil y nunca con vocación adoctrinante, más allá del placer de contar una historia.
Crónica y tiempo(s)
En definitiva, María Chapdelaine transpira cine hecho "de manera paciente, sencilla, totalmente clásica y formal" y que en definitiva, como todo arte, habla de la vida, la refleja y dialoga con el presente y su tiempo. Un tiempo que "hoy está muy formateado" y que Sébastien Pilote busca y consigue dilatar con un fin: contar una historia en la que "pasan muchísimas cosas".
"Si no dramatizas la historia y la dejas transcurrir los hechos se suceden poco a poco a medida que avanza el tiempo. Lo que hago es como una crónica de los hechos", defiende. Y este redactor añade: una crónica de los tiempos. En todos los sentidos.