Ernesto Caballero: "Cuando a uno lo aleccionan burdamente se pierde la propia experiencia teatral"
El director y dramaturgo defiende un teatro "desestabilizador para el público" que "sacuda conciencias"
3 julio, 2022 00:00A Ernesto Caballero (Madrid, 1958) le queda poco y mucho por hacer. El dramaturgo y director es un adicto al teatro, cuando no escribe una obra se encarga del montaje de grandes piezas. La última es Esta noche se improvisa la comedia, un Pirandello hilarante y punzante que se presenta en el Teatro Español hasta el 17 de julio.
Crónica Global habla con él para sobre la complejidad de llevar a escena a este controvertido autor, con fama de críptico, y de la potencia del teatro como ventana a otros puntos de vista y no como aleccionador de conciencias.
--Pregunta: Para muchos es difícil de contar y resumir una obra de Pirandello. ¿Podría decirnos usted qué se encuentra el público en 'Esta noche se improvisa la comedia'?
--Respuesta: Es cierto que Pirandello es complicado de explicar, luego resulta que es una obra que engancha perfectamente con el público. Son las obsesiones del autor sobre los límites de la ficción, la identidad, la realidad... y todo lo que le preocupaba sobre el teatro. En esta ocasión lo hace de forma más audaz, más disparatada y, por tanto, más cómica. Así que se van a encontrar con una comedia que se ríe de muchas cosas. Pirandello se ríe de sí mismo, de su búsqueda, del pirandellismo... Es muy divertida. Es una compañía de teatro que se ve obligada por un director un poco excéntrico y omnipotente a improvisar un texto del propio Pirandello. Los actores se ven obligados a improvisar un melodrama del mismo autor y surgen muchísimas equivocaciones, malentendidos, desajustes, medidos con una precisión de orfebrería. Es una obra completamente precisa sobre la imprecisión. Genera mucho placer y confusión. Jugamos con la idea del trampantojo, uno sabe que no es veraz lo que sucede y, por un momento, suspendes la incredulidad porque te genera placer. Todo eso está detrás de lo que es, en realidad, un gran homenaje al teatro donde el público es un actor más. No hay cuarta pared, porque los actores están vendidos a la reacción del público. Eso hace que la función esté muy viva y que se desarrolle en el presente.
--Es toda una apuesta por su parte un Pirandello, pero lo cierto es que usted se atreve con todo. Tiene un Molière en cartelera con Pepe Viyuela e incontables obras en cartel. ¿Cómo lo hace?
--(ríe) Es verdad que no paro, pero para mí esto es un trabajo. Vivo de esto. Es un trabajo que me apasiona y afortunadamente no me faltan proyectos. Además en mi doble condición de director y dramaturgo tengo demanda. Va por rachas, pero sí, me siento afortunado por tener una trayectoria más o menos continua.
--Con tanta producción en marcha y por su faceta como director y dramaturgo ¿usted se plantea como Pirandello qué es lo creíble en el teatro? ¿Ha llegado a una conclusión o también se ha perdido en la reflexión?
--Si nos ponemos muy estupendos es una cuestión que se plantean Sócrates, Platón, Aristóteles... (ríe). ¿Qué es lo creíble o qué es lo real en el teatro? El teatro, haga uno lo que haga, por muy mimético que sea con la realidad, por muy ajustado a ella que sea, es metáfora. Es una construcción que produce una distancia por lo que el espectador lo ve de forma metafórica. La palabra espectador viene de Theorus, que es el que mira desde la distancia, esa distancia es la que hace que todo lo que pasa en el escenario tenga una dimensión poética. Y sí, el teatro siempre ha querido romper con las convenciones, el artificio, pero uno siempre está abocado a hacer mímesis, representación. El teatro oscila siempre entre el presente de la ritualidad del aquí y el ahora junto a la distancia de los personajes. Aquí sucede igual. Un actor dice en un momento de la obra "mi cuerpo no es metáfora de nada". Eso es imposible. Pirandello cuenta con que los personajes son los propios actores y deben ser llamados por su nombre y, sin embargo, cuando uno se presenta al otro lado, ya se presenta como personaje de ficción. Pasa con la autoficción, un poco. Son estas contradicciones de la naturaleza teatral que ha puesto muy nerviosa a toda una corriente filosófica. Frente a una pretensión de llegar a la causa última, el teatro siempre es contradictorio. Cuando se aprende una certeza, surge la controversia. Por eso, se decía que era un invento de los sofistas, porque plantea esa posibilidad de encontrar el contraargumento.
--¿Cree que precisamente por eso, por presentar esos contraargumentos y ser siempre tan presente, el teatro ha dado miedo a ciertos sectores de la sociedad?
--El teatro es imprevisible. Y sí, estoy convencido de que el terror, el recelo de los poderes hacia el teatro tiene que ver con eso. Lo que se produce en el momento no es consabido y eso te puede pillar con el pie cambiado. Ese es el lugar más que nunca del teatro, precisamente. Todos los discursos están ya un poco empaquetados y diseñados, parece que uno llega al supermercado de los relatos. El teatro, precisamente, los resquebraja, abre, cuestiona y hace que se tambaleen. El teatro, claramente, es el lugar de la incertidumbre. El que no quiere jugar a eso y no quiere suspender sus planteamientos teóricos se va a poner muy nervioso, porque hace tambalear todas las grandes certezas y el presente. Sacude las conciencias y genera puntos de vista imprevistos.
--¿Sería una explicación a que desde el poder se le trate tan mal en ocasiones?
--Al teatro se le trata de domesticar. Cuando no se sabe qué hacer con teatro, en ocasiones, se hacen asuntos sociales, propaganda y casi misas para determinados grupos, actos de autoafirmación ideológica. Prohibirlo sería difícil hoy por hoy, por eso se le deja languidecer. Cuando una sociedad no es excesivamente culta, no considera el teatro como una derivación natural, estética, sublimada y artística de lo que era una conversación pública. Para los griegos era la continuidad de los problemas de la polis y se planteaba qué debemos hacer. Esto era posible en una sociedad tan refinada como la Grecia de Pericles. Hoy nuestra sociedad está más desestructurada, va por otro lugar, es una sociedad de consumidores y esto es lo que sucede: o bien no se le apoya o si se hace se domestica con esto que llaman teatro educativo. Pero es que el teatro en sí mismo lo es en todas sus formas, porque te pones en el lugar del otro, contemplas distintos puntos de vista, porque tienes que escuchar sin que tengas más remedio, porque es un acto de civilización. Cuando se convierte en el estrado de un profesorcillo o profesorcilla que te da la catequesis de tipo político, moral o lo que sea, se degrada y sobre todo se desactiva su propia naturaleza. La obra tiene que ser desestabilizadora para el público. Así lo entiendo yo, al menos.
--De hecho, si el teatro es transgresor por lo que tiene de ficción y de romper límites si se le pone un discurso determinado ajustado a la realidad, se genera el efecto contrario, ¿no? Se pierde esa función desestabilizadora.
--Exacto. Además esa explicitud si me sermonea y me dice lo que tengo que pensar me irrita cada vez más. El teatro es enemigo de lo explícito y su grandeza es que deja esas zonas para que el espectador las complete con su imaginación. Cuando a uno lo aleccionan burdamente se pierde la propia experiencia teatral, se siente incómodo y parece una estafa artística. La libertad de interpretación es consustancial al teatro y el espectador, a través de sus experiencias, valorará. Pero sucede en el teatro y en el teatro del mundo. La política es así, no es un lugar donde se sacan conclusiones a través de los argumentos de unos y otros, es un lugar donde uno va con la lección aprendida y trata de convencer al que tiene al lado.
--Pero el teatro en sí en su transgresión hace política.
--El teatro es una de las artes más políticas, porque es colectivo, es asambleario, es civilizatorio. Pero una cosa es eso y otra el tebeíllo con el que uno se encuentra que, a veces, da vergüenza ajena cuando cortan la acción para decir lo buenos y malos que son unos y otros. Además, es muy naif.
--¿Cree que eso puede alejar a la gente del teatro? ¿El hecho de que sean obras discursivas cuando no aleccionadoras?
--Exactamente. Es que si no muchas veces se convierten en actos de autoafirmación, de comunión, donde una va para asentir con la cabeza como esos perritos que se ponían en los coches. Ahora mismo, uno se encuentra ese asentimiento en el teatro que me parece muy bochornoso. Yo incluso me he sentido incómodo en el teatro cuando se da por hecho que todos tenemos que pensar lo mismo y reaccionar de la misma manera, incluso que todos tenemos que levantarnos. He visto obras en las que se insta al público a guardar minutos de silencio o hagan ciertas cosas. ¡El público es soberano!
--Por eso, Pirandello tal vez sigue siendo tan transgresor, porque no se basa en el discurso, sino que debate y reflexiona sobre la representación.
--Exactamente. Cuando lo verosímil, que era exclusivo del mundo de la ficción, gana terreno en la sociedad y llega incluso a la político, lo veraz, lo fáctico queda en último término. En la obra se plantea que los actores pueden jugar con lo verosímil, precisamente, porque es teatro. Gorgias decía que el espectador permite ser engañado para salir más sabio. Ese es el lugar de la ficción. Para salir con más conciencia y convencido, por un momento se suspende la incredulidad. Ese es el ámbito del teatro, pero lo verosímil no debe extenderse al resto de ámbitos porque si no todo se convierte en un espectáculo.
--Pero bueno, hablemos de su trabajo. ¿Qué más le falta por hacer? ¿Qué tiene en cartera?
--Yo hago dos montajes al año, no es para tanto. Pero después del verano quiero hacer una Yerma y para febrero, El proceso de Kafka en el CDN. Y ya, tengo el deseo de culminar este ciclo con la Orestiada. Allí aparece el juicio a Orestes y se produce una reflexión sobre la justicia pasional, emocional, que se ve ahora en las redes, frente a los mecanismos racionales. También creo que se ve en El proceso, y para la Yerma que quiero hacer, tengo una propuesta no lorquiana. Yerma, no olvidemos, es una mujer que mata, asesina. Y desde ese final, desde ese lugar quiero encarrilar esta circunstancia sobre esta reflexión escénica que voy a desarrollar sobre la justicia. Además, hay un lazo entre el teatro y los procesos judiciales que quiero emparentar y que tienen un origen casi común.
--Bueno, lo que pasa es que en el teatro, en principio, no se debía juzgar, al menos no desde escena.
--El público es como un jurado y en el teatro la justicia está como escindida. ¿Antígona o Creonte? Pues cada uno tiene sus razones y cada uno defiende y expone sus posturas. Curiosamente, los metecos, los extranjeros que llegaban a Atenas son los que introducían estas cuestiones porque eran los que habían visto más mundo. Esa aportación de los metecos fue crucial para generar esa dialéctica. El teatro, desde los orígenes, posibilita ponerse en el lugar del otro y ver que el mundo es mucho más amplio que tu pequeña aldea. Eso lo universaliza. Los grandes momentos de la historia del teatro surgen en lugares no cerrados. La cerrazón es refractaria al teatro y a la cultura en general.
--¿Tal vez por eso se vuelve más difícil hacer teatro?
--Nosotros siempre hemos estado en el camino del pedregal y sarna con gusto no pica. Ahora no creo que podamos hablar de censura, pero sí que hay limitaciones, cortapisas y miedo, sobre todo miedo a lo que se va a hablar y decir. También una actitud sectaria que se ve en las conversaciones en las que se critica al que viene a decir no sé qué. Me sorprende que la libertad de expresión se cuestione a unos niveles tan extremos y desde posiciones y personas con cierto nivel de estudios y autoproclamándose demócratas. Eso es muy malo, sí. En España, el 90% del teatro es público y el programador no deja de ser una persona nombrada a dedo. Hay de todo como en botica, pero hace 15 o 20 años se entendía que en el teatro se podía decir de todo. No existían esos miedos y ese afán de decir qué se puede decir. Igual es por las redes, pero el regusto por escuchar discursos que aparentemente no son el tuyo se echa de menos. Igual soy un nostálgico de un humanismo que nunca fue, pero en mis redes sigo a gente que, en principio, está a las antípodas, pero si no me aburro. Eso debería formar parte del placer de ir al teatro y no tomarse las cosas tan en serio.
--Y que además si el teatro, más allá de explorar los límites, quiere tener esa vocación realista también debe poner en escena personajes opuestos y que existen, ¿no? Y sean asesinos, machistas...
--El machismo es un caso muy claro. Si el personaje es machista no es que lo defiendas, lo expones. ¿Qué es un personaje machista? Hay conductas machistas y lo que haces, igual es señalar con el dedo con lo que no estás de acuerdo y te deja ver de dónde viene todo, por qué se produce eso... Allí empieza el matiz. Y ahora todo lo que no es blanco o negro es tibio, parece.
--¿Ha desaparecido el matiz?
--Completamente. Como desaparece en las guerras. Pero nos han hecho creer que estamos en una guerra y no estamos en ella. Y a mí no me van a meter en ninguna guerra. Lo que se ha conseguido en democracia, precisamente, es convivir con muchos matices. Qué os voy a contar a los de Barcelona... Ha habido un acaloramiento con el que se pierde un razonamiento tranquilo y las razones. Lo tremendo es que esa emocionalidad, alentada por fines políticos para tapar ciertas cosas, hace que el personal no vea claramente cuál es el mecanismo por el que se enciende esta hoguera.