La noche de San Juan es una fiesta que impregna a toda Cataluña de luz. Originada como una tradición pagana para celebrar el solsticio de verano y naturalizada por la Iglesia católica, siempre ha gozado de una magia peculiar, en especial en el norte de España. Pero, más allá de las hogueras, los fuegos que se encienden en los Pirineos fueron declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2015. Un reconocimiento basado en los “faros” o enclaves elevados en las montañas visibles desde las diferentes poblaciones de la cordillera apartadas varios kilómetros entre si.
La mayoría de estos fuegos o fallas están documentados desde el siglo XI en Cataluña, Aragón, Andorra y el sur de Francia. Pero, según la tradición popular, tan solo las fiestas del fuego del solsticio de verano de Isil (Alt Àneu, Lleida) se habrían celebrado de forma ininterrumpida desde entonces. Algo que marca la diferencia con las otras fiestas de San Juan en la cordillera catalana, además de ser las únicas en las que una larga cola de fallaires desciende campo a través desde las montañas con troncos encendidos.
Un mes de preparación con 60 fallas
El pequeño pueblo de Isil, con tan solo 40 habitantes, comienza los trabajos para elaborar las hogueras un mes antes, a partir del 1 de mayo. “Vamos a cortar pinos para hacer 60 fallas, todos colaboramos y hacemos las de todos, no hay ninguna falla individual”, remarca Xavi Ros, presidente de la asociación cultural fallaires de Isil. Después de seleccionar los troncos, se les retira la corteza y son tratados para colocarlos a secar en una pirámide que agrupa varios leños.
Una vez secos, suben “en 4x4” y se llevan hasta el “faro” que se encuentra a unos 350 metros de desnivel. Sin embargo, como apunta el presidente de la asociación, este pico para prender los troncos de hasta 60 kilos que portarán en un descenso montaña a través es un enclave más moderno, el original se encontraba 300 metros más arriba. El día de la verbena de San Juan, por la noche, encienden los leños y comienza la fiesta: una hilera de fuego que baja desde las montañas para dar luz al pequeño pueblo del Pallars Sobirà.
La luz mágica de los Pirineos
23 de junio. 22:00 horas. Repican las campanas de la iglesia de Isil. La falla mayor, instalada en el centro del pueblo y con casi 14 metros de altura comienza a arder. Esa es la luz que guiará a los fallaires desde el “faro” hasta el pueblo. El silencio impera en las calles, o así debería ser, según marca la tradición. Esta es una de las peticiones de los organizadores, como Judit, que piden que se respete ese momento “para poder escuchar cómo queman las fallas y el sonido único de la bajada”.
Los petardos deslucen la fiesta e impiden ver esa luz mágica, considerada patrimonio mundial, que desciende de las montañas para iluminar el interior del pueblo. Pero la pirotecnia, desde que se popularizó en 2015 a raíz de la declaración de la Unesco, se ha convertido en un elemento repetitivo que quita el protagonismo al fuego. Por ello, se pide a las más de 4.000 personas que llegan a Isil para esta verbena que disfruten de la fiesta, pero conserven la esencia de la tradición. “Los cohetes anulan el sonido y las fallas”, sentencia Ros.
Un duro camino repleto de emociones
Los fallaires, formados por hombres y mujeres indistintamente, bajan por un camino formado por piedras, hierbas y húmedo con un tronco ardiendo de entre 20 y 60 kilos. El cansancio se observa en sus rostros sonrientes, que pasan a hacer unas cruces --para los que no están o en cualquier otro sentido espiritual-- ante la Iglesia de Sant Joan de Isil para acabar en la falla mayor del pueblo, mientras todos los habitantes les animan y se emocionan ante la llegada del fuego a sus calles y plazas.
“Tenemos unos requisitos muy estrictos para ser fallaire y bajar las fallas, es un camino muy complicado y con un tronco de más de 50 kilos, por eso de las 90 solicitudes que tenemos cada año escogemos a 60”, explica Judit. De hecho, el objetivo de los organizadores --que son unos siete para montar una fiesta en la que la población de esta entidad descentralizada se multiplica por 1.000 en una noche-- es mantener la tradición, sin volverlo un evento comercial aunque “requiera mucho trabajo”. Esto se fundamenta en el principio de las emociones entre sus habitantes: “Queremos respetar eso, no podemos hacer un negocio de la bajada de las fallas”, remarca Ros.
Sin peligro de incendios y vigilancia policial
El peligro de incendios, especialmente tras la ola de calor que ha asolado España y ha dejado fuegos tan destructivos como el de Artesa de Segre (Lleida), el de Navarra o el de la Sierra de la Culebra en Zamora, es algo con lo que se sensibilizan los organizadores. No obstante, el terreno sin apenas matojos y entre piedras dificulta --por el tipo de terreno por el que descienden los fallaires-- que se encienda una llama. Pero, para prevenir cualquier tipo de catástrofe en el Alt Pirineu, se ha pedido apoyo a bomberos.
Los Mossos d’Esquadra también trabajarán esa noche en Isil, con entre ocho y diez dotaciones. Estos cortarán la carretera de acceso cuando se llene el párking del pueblo, aunque muchos dejarán el coche en los arcenes de las carreteras y caminarán durante cuatro kilómetros para poder ver el descenso de los troncos ardiendo. Todos estos dispositivos permitirán mantener la calma en un pueblo que pasa en una noche de tener 40 a 4.000 personas. Desde la asociación cultural piden que se respete el medio ambiente, no ensuciar y utilizar las papeleras, dejar espacio a los fallaires para pasar, no lanzar petardos y otro tipos de recomendaciones que, aun siendo lógicas, nunca está de más recordar.
Isil, junto a otros pueblos de los Pirineos, vive estos días de San Juan la luz mágica de las fallas, aunque la singularidad de este lugar del Pallars Sobirà con la bajada campo a través y el que siempre se haya celebrado dice mucho del carácter de sus habitantes. “Una vez sucedió que no estábamos muy motivados y no fuimos a cortar troncos un mes antes, pero al final decidimos que las fallas se tenían que hacer y dio la casualidad que habían cambiado los postes telefónicos. Así que cogimos los viejos y montamos las fallas”, rememora Ros. Sin duda, tradición, sentimiento y perseverancia que se mezclan con bailes tradicionales alrededor del gigantesco fuego de la falla mayor.