Los silentes rostros de Jaume Plensa se instalan en la ‘meca del cubismo’
El Museo de Arte Moderno de Céret reabre sus puertas con “Jaume Plensa. Cada rostro es un lugar”, una muestra que explora el tema favorito y recurrente del artista catalán
20 marzo, 2022 00:00Cuando en 1911 Pablo Picasso llegó por primera vez a Céret, localidad francesa situada a los pies del simbólico macizo del Canigó, apenas habían pasado cuatro años desde que el malagueño alumbrara Las señoritas de Avignon, el cuadro que lo cambió todo en el arte. Su gran amigo Georges Braque fue otro habitual de esta villa de calles empedradas y magníficas vistas famosa por sus exquisitas cerezas. Ambos se alojaron allí en varias ocasiones seducidos por el magnético entorno y crearon algunos de los cuadros considerados obras maestras del cubismo, el catártico movimiento artístico con el que se estrenó la pasada centuria.
El enclave fronterizo pronto se convirtió en un foco de atracción para artistas e intelectuales que llegaban, hasta la apacible capital del Vallespir, en busca de paz e inspiración durante las primeras décadas del siglo XX. Figuras de la talla de Max Jacob, Henri Matisse, Marc Chagall, Juan Gris, André Masson, Chaim Soutine, Raoul Dufy, Albert Marquet y Jean Cocteau se establecieron en Céret para disfrutar de estancias más o menos largas. El arte se convirtió en seña de identidad del municipio y la idea de crear un museo en una lógica consecuencia. Finalmente, en 1950 se inauguró el Museo de Arte Moderno en las salas de un antiguo convento del siglo XVII. Nació ambicioso, dotado con una potente colección fruto de las generosas donaciones que habían ido reuniendo los pintores Frank Burty Haviland y Pierre Brune, así como de las valiosas aportaciones de Matisse y de Picasso, que legó a la institución un total de 53 obras, incluida la célebre serie de cuencos con motivos taurinos.
El rostro como “retrato del alma”
Cerrado desde hacía más de dos años para acometer una profunda renovación, el pasado 5 de marzo el edificio reabría sus puertas con una nueva reestructuración de la colección permanente y con la emocionante obra de Jaume Plensa (Barcelona, 1955) adueñándose del moderno pabellón.
No es la primera vez que el artista catalán expone en la villa francesa, en 2015 ya impactó a los visitantes con El silencio del pensamiento. Ahora regresa para inaugurar la nueva sala de exposiciones temporales y lo hace a lo grande. Bajo el título “Jaume Plensa. Cada rostro es un lugar”, ha reunido un conjunto de piezas inéditas realizadas entre 2019 y 2021. Las obras seleccionadas han permanecido durante todo este tiempo en su estudio de Barcelona y se presentan juntas por primera vez. Doce esculturas y una veintena de dibujos originales de gran formato en los que de nuevo explora la magnitud del rostro, uno de sus temas predilectos, porque para él es “como la gran fotografía, el gran retrato del alma”, “la puerta que se abre a los demás, creando un alfabeto de signos con los que se puede comunicar sin usar palabras”.
La muestra refleja además su pasión por la poesía, su manifiesta devoción por firmas tan insignes como son Dante Alighieri, William Shakespeare, Charles Baudelaire y William Blake, cuatro poetas que le ayudaron a construirse a sí mismo, confiesa. Rostros y letras que invitan a la reflexión, a la calma, al silencio, para así poder “entender y escuchar nuestros pensamientos e ideas”; esculturas y dibujos en los que abstraernos, aunque sea momentáneamente, de la perenne incertidumbre que nos provocan los continuos conflictos, inesperados compañeros de viaje, de este convulso inicio de siglo que no quiere darnos tregua.
Convento, gendarmería y museo
Con “Cada rostro es un lugar” (que se podrá visitar hasta el próximo 6 de junio) se inicia una nueva etapa del histórico museo de Céret. Un edificio que conserva entre sus muros la memoria de la ciudad y que ha sido capaz de transformarse para salvaguardar el vasto patrimonio cultural que le ha sido legado. Ubicado en el bulevar Maréchal Joffre, este antiguo convento carmelita, sede de la gendarmería y de la prisión en el siglo XIX, se transformó en 1950 en un privilegiado epicentro de arte moderno atrayendo desde entonces a numerosos espectadores hasta este bello enclave de los Pirineos Orientales.
Si en 1993 fue el arquitecto Jaume Freixa –el mismo que diseñó la ampliación de la Fundación Joan Miró de Barcelona— el encargado de la renovación del vetusto inmueble, en esta ocasión ha sido el estudio del arquitecto Pierre-Louis Faloci el artífice del actual pabellón. Así, a partir de ahora, en el antiguo edificio se acomoda la nueva museografía de la colección permanente, mientras que el nuevo espacio, de 1.300 metros cuadrados adicionales, se destinará a las exposiciones temporales de artistas internacionales. Se reafirma de este modo el vínculo sentimental de la ciudad con el arte y con los grandes nombres de la creación que la convirtieron, en los albores del siglo XX, en rutilante “meca del cubismo”.