No verán ningún cuadro original del genial pintor pero sí podrán sentir la densidad de sus trazos, descubrir granos de arena en su pintura, conocer la historia que esconden sus óleos o tomarse un selfie postrado en la cama de su habitación de Arlés. Y es que al igual que evoluciona el arte, lo hace la manera de contemplarlo y también de valorarlo. Si no, dediquen unos minutos a pensar por qué algunas piezas catalogadas hoy como obras maestras, no hace mucho tiempo apenas fueran apreciadas. Van Gogh no es ni mucho menos el único ejemplo de esta cruel paradoja en la historia del arte pero sí quizás el más mediático. Cuando falleció el 29 de julio de 1890, a la edad de 37 años, apenas había vendido un cuadro en toda su vida.
“No puedo hacer nada si mis cuadros no se venden. Llegará el día, sin embargo, en el que la gente verá que valen más que el coste de la pintura y mi manutención, muy exigua de hecho, que le ponemos”, escribió a su hermano Theo el 25 de octubre de 1888, dos años antes de morir. Tuvieron que pasar décadas para que la batuta que dirige este caprichoso galimatías que es el mercado del arte lo encumbrara al olimpo de los grandes genios de la pintura. Hoy sus lienzos se subastan a precio de oro y su obra se disfruta de manera muy diferente. Audio-guías, múltiples pantallas o maquetas a tamaño natural. Meet Vincent van Gogh, la única muestra avalada por el Museo Van Gogh de Ámsterdam, adentra al espectador en la fascinante biografía del genio de pelo rojo. Tras triunfar en Barcelona, la muestra llega a Madrid.
Una biografía entre líneas
Parece que toda la familia Van Gogh era muy aficionada a escribir cartas para mantenerse informados de las novedades acontecidas. Pero la relación epistolar que mantuvo con su hermano pequeño Theo ha sido clave para comprender la mente del célebre creador. Gracias a ella sabemos que, antes de dedicarse plenamente a la pintura, ejerció durante cuatro años de aprendiz en una empresa de marchantes de arte propiedad de su tío Cent. También que trabajó como profesor en Inglaterra y que, con 25 años, se cumplió uno de sus más fervientes anhelos, ejercer como pastor seglar en la localidad minera de Borinage.
Esta última etapa religiosa marcaría un punto de inflexión en su vida. Las míseras condiciones de sus feligreses, sumadas a su desmesurado fervor religioso, le animaron a dibujar la penuria que le rodeaba para intentar encontrar algún sentido a su propia existencia. “Fue en medio de esta pobreza extrema cuando sentí que recuperaba la energía y me dije a mí mismo: voy a volver a dibujar y desde entonces es como si todo hubiera cambiado para mí y ahora he encontrado mi camino”, escribiría a Theo en septiembre de 1878. Aprender los fundamentos de su nueva profesión sería a partir de ese momento su obsesión.
Un genio autodidacta
En poco más de una década, Vincent van Gogh desarrolló, de manera autodidacta, su propio lenguaje pictórico. Desde las escenas “honradas” de mineros y campesinos dibujadas con pluma.
Las obras al óleo inspiradas en los maestros antiguos en las que destacan los tonos tierra oscuros, hasta la característica explosión de color que domina su paleta durante los últimos años de producción. “Está haciendo progresos enormes en su trabajo… También es mucho más alegre que antes, y es bien recibido por la gente de aquí”, comentaba Theo a sus padres en una misiva del verano de 1886.
Sueño y pesadilla en el sur de Francia
Tras vivir en Amberes y París, en febrero de 1888 se traslada al sur de Francia atraído por la luz y el entorno. Allí logró alcanzar la paz y tranquilidad que tanto necesitaba. También la inspiración definitiva que le llevarían a alcanzar su madurez estilística y su extraordinaria armonía cromática. “Nunca había tenido tanta suerte; la naturaleza aquí es extraordinariamente bella. Todo y todos los lugares”, señala en otra misiva.
Obsesivo, en ocasiones pintaba a un ritmo frenético. En tan solo dos semanas llegó a pintar cuatro cuadros y diez paisajes. “Me viene una abundancia de ideas para mis obras… Voy pintando a ritmo de locomotora”, le expresó a su hermano
Residencia en Arlés
En febrero de 1888 se instala en Arlés donde sueña con crear una residencia de artistas. Paul Gauguin, al que admiraba y unía una gran amistad, fue su primer y único huésped. Al principio todo transcurrió gratamente pero el carácter temperamental de ambos frustró dramáticamente el ansiado sueño. Una acalorada discusión desencadenó el celebérrimo episodio de la oreja cortada. Van Gogh ingresó en un hospital y Gauguin regresaría a París tras advertir a Theo de que “Vincent y yo no podemos de ninguna manera vivir juntos sin tener problemas”.
Las graves crisis emocionales (llegando incluso a intentar comerse sus cuadros) lo mantuvieron recluido intermitentemente en clínicas psiquiátricas durante sus últimos años de vida. Periodos en los que gozaba de una extraordinaria creatividad. En un año, ejecutó 150 cuadros. “Tengo una furia contenida por el trabajo, y creo que esto me ayudará a curarme”. Lamentablemente, no fue así. El 27 de julio de 1890 se pegó un tiro en el pecho, muriendo dos días después a consecuencia de las heridas. Dos años antes de este terrible suceso, le expuso lo siguiente a su hermano: “Una vez muertos y enterrados, los pintores hablan a las siguientes generaciones a través de su obra”. Así es.