Volver a los escenarios en Cataluña era uno de los grandes anhelos de los representantes culturales. La Comunidad de Madrid ha impuesto unas medidas para frenar el Covid-19 más laxas al respecto, por lo que los teatros funcionan con cierta normalidad desde hace meses. En cambio, los auditorios de Barcelona y otras ciudades del territorio han tenido que esperar esta apertura, por las restricciones fijadas por el Departamento de Salud.
Pero a pesar del retorno de las interpretaciones --algunas de ellas controvertidas en territorio catalán como Señor Ruiseñor de Els Joglars, estrenada el miércoles en el Teatro Apolo de Barcelona--, ir al teatro en Cataluña implica tener bien aprendido el manual pandémico. En la actualidad, el aforo está limitado al 70%, a la espera que la vacunación permita ampliarlo por completo; es obligatorio el uso de gel desinfectante antes de atravesar el patio de butacas, y también el empleo de la mascarilla durante toda la función.
Crítica responsable
Els Joglars, la compañía teatral que fue desplazada de Cataluña tras sus críticas al nacionalismo imperante en el territorio, volvió este 26 de mayo a la gran plaza cultural del Paral·lel de Barcelona. La entrada en el Teatro Apolo se hizo de forma escalonada, impuesta por la dirección del auditorio, para cumplir las medidas sanitarias mencionadas y con orden de acceso y salida según el asiento seleccionado por los asistentes a la platea y los palcos de la segunda planta.
“Cataluña debe tener capacidad de autocrítica, si no, es que no piensa”, aseguró Ramon Fontserè, director de Els Joglars, semanas antes de interpretar la obra en el teatro barcelonés. La compañía se refugió en la capital de España durante años, pero con más razón tras los cierres impuestos a la cultura y otros sectores, como la hostelería, en Cataluña. El estreno gustó, en una plaza difícil, marcada en los últimos años por el procés, y acabó poniendo a todo el mundo en pie entre aplausos para los herederos de Albert Boadella, Antoni Font y Carlota Soldevilla.
Grandes escenarios
Barcelona, aunque ha perdido fuelle teatral en las últimas décadas frente a Madrid, mantiene algunos escenarios históricos que luchan por sobrevivir tras la ampliación de aforo de Salud. El Liceu, con su gran apuesta paradisíaca --aunque huyendo del wagnerismo barcelonés-- por su 175 aniversario; L’Auditori con una temporada 2020-21 marcada por 30 estrenos y 430 conciertos; y el Palau de la Música Catalana, con 14 grandes orquestas, son los recintos más reconocidos de la cultura en la capital catalana. No obstante, más allá de la música, el entretenimiento y la crítica luchan por sobrevivir en los palcos y plateas de los teatros privados.
Los dos grandes teatros de Grupo Balañá, el Tívoli, que acaba de acoger una adaptación del libro Fariña de Nacho Carretero, y el Coliseum, gestionado por la empresa Metropolitan, la cual ha recibido una subvención de 748.000 euros de la Generalitat durante los primeros meses de 2021, son dos históricos de estos grandes escenarios barceloneses. No obstante, no sería correcto olvidar el Poliorama, el Club Capitol, el Victoria, el Romea o el Goya, donde obras venidas de toda España vuelven a actuar y buscan seguridad sanitaria para que los aficionados a las funciones retornen, aunque sea tan solo al 70% de aforo, por el momento, en Cataluña.
Teatros metropolitanos
Los grandes olvidados son los teatros del área metropolitana de Barcelona, en su mayoría de titularidad municipal, pero que no tienen nada que envidiar a los de la capital catalana. De hecho, muchos de ellos cuentan con un aforo superior a la mayoría de los barceloneses. Al norte, en el Vallès Occidental, encontramos el Auditori de Sant Cugat, fundado en 1993 y con 828 butacas, se alza como uno de los tres grandes escenarios del cinturón.
El Teatro Atrium de Viladecans, inaugurado en 2003, sigue a la par a su homólogo del Vallès Occidental, con 828 asientos y con una sala extra más pequeña de 266 butacas. Tras ellos vendrían L’Auditori de Cornellà de Llobregat y el Teatro Zorrilla de Badalona. Todos con un impacto negativo mayor por el cierre cultural impuesto por el Govern para frenar el Covid y que les ha dejado una programación prácticamente inexistente. La cultura se ha centralizado en Barcelona tras la reapertura pandémica y ha abandonado los grandes espacios de los municipios metropolitanos.