El vino del milano real que seduce en las tierras del Duero
Tras un recorrido extenso por el río Duero aparece el Milvus tinto, producto de viñedos centenarios de tempranillo
22 mayo, 2021 21:16Hablamos en otro artículo de la mirada fluvial, de como los grandes ríos, articuladores de territorios, vías de comunicación y centralidad de establecimientos humanos, han aportado a nuestra humilde forma de viajar una percepción distinta de los lugares por los que transitamos. Así lo hemos visto, en nuestro afán de búsqueda de viñedos y vinos, pero sin duda alguna esta mirada podría servir para cualquier otra búsqueda. Y lo hacemos.
Así es como regresamos al Duero, al río de los casi 1.000 kilómetros de longitud. A la mayor cuenca fluvial de toda la Península Ibérica. Desde su nacimiento, en las faldas suroccidentales del Pico Urbión, a más de 2.000 metros de altitud, y en su viaje hacia el Océano Atlántico. Primero hace un giro extraño, casi antinatural: se desvía hacia el sureste. Pareciera que deseara buscar adrede encontrarse con Soria, con la antigua Numancia, como si la ciudad ya estuviera ahí mucho antes que el río. A su paso por Soria, el Duero ya ha descendido a la mitad de la altitud de la que nace. Tras dibujar esta U tumbada, abierta por el oeste, apenas deja la capital atrás, el camino es franco hacia occidente, trazando una línea horizontal muy regular hasta Zamora, donde volverán los movimientos pendulares, cerca ya de la frontera portuguesa.
Hablábamos de desniveles. En los 400 kilómetros de camino constante hacia occidente, antes de la gran caída en Los Arribes, apenas desciende 400 metros. 100 metros cada 100 kilómetros. Un metro por kilómetro. Esto le convierte en un río tranquilo, un buey manso y estable que dibuja un recorrido escalonado en sus márgenes, con amplias terrazas de origen fluvial a norte y sur. Un cauce que dibuja una uve muy abierta y amplia. Así es como encontramos el Duero en su parte central, a su paso por Aranda de Duero, la importante e industriosa ciudad burgalesa.
Cruce de caminos
Aranda de Duero, a 800 metros de altitud, es un importante cruce de caminos. Una ciudad fuerte y con una población estable de 30.000 habitantes desde la llegada de la democracia. En tiempos de territorios vacíos, o vaciados como algunos gusta llamar, una ciudad que, sin ser capital de provincia y lindando con la despoblada Serranía Celtibérica, mantiene un importante nivel de actividad económica e industrial en gran parte gracias a su magnífico enclave. Porque además de los flujos de comunicación ancestrales que son los ríos, encontramos Aranda de Duero en el centro de una gran cruz de infraestructuras modernas.
De norte a sur, o de sur a norte para ser más exactos, el fundamental recorrido de la antigua N-I, Madrid-Irún, actualmente sustituida por la A-1. Se trata sin duda de una de las vías de comunicación terrestre fundamentales en la concepción radial española. Aranda de Duero tiene conexión directa con Madrid, a 160 kilómetros, la misma distancia exacta que con ese gran nudo de rutas, al norte, que es Miranda de Ebro. Y hacia ese mismo norte, su capital de provincia, Burgos, a apenas 90 kilómetros.
Y de este a oeste, siguiendo la vía del Duero, en el gran valle fluvial, encontramos otra gran ruta rodada en fase de conversión, la N-122. En algunas partes ya es la autovía A-11, en muchas otras en plena efervescencia constructora y en otras todavía en fase de planificación, la N-122/A-11 o Autovía del Duero plantea la comunicación directa del este y el oeste de la península siguiendo el cauce del río. Desde Soria (y más al este enlazando con Zaragoza) hasta la frontera portuguesa por Valladolid y Zamora, atravesando el corazón de Castilla y León.
Esto es lo que refiere a vías rodadas, que es el objeto de la gran inversión actual en infraestructuras. Pero hay otras vías, abandonadas, que aún persisten en el imaginario reciente y en el nudo de Aranda de Duero, y también la atraviesan (o atravesaron) en forma de cruz. Son las líneas de ferrocarril, actualmente en desuso o abandonadas. De sur a norte, de nuevo, la Madrid-Burgos, línea ferroviaria usada más de cuarenta años, entre 1968 y 2012. En perpendicular, de oeste a este, la antigua Valladolid-Ariza, inaugurada en 1895 y auténtico “tren del Duero” de gran importancia durante la primera mitad del siglo XX y paulatinamente abandonada hasta su clausura definitiva justo en el año de su centenario. Algunas tímidas pero fallidas tentativas de reconstrucción y reapertura, para uso turístico e incluso enoturístico, pues la línea atraviesa toda la longitud de la Denominación de Origen Ribera del Duero, nunca han terminado de cuajar. Con algun uso aún como tráfico de mercancías, la primera, y en abandono total la segunda, Aranda de Duero se mantiene como ciudad atractiva y fuerte, con buenas conexiones rodadas pero sin contar con ningún tipo de connexión por vía férrea. Cuestión de prioridades en las políticas públicas…
Ciudad del vino
Lleguemos en coche por el norte o por el sur, por el este o el oeste, y soñando tal vez con volver algún día en tren, ya estamos en Aranda. Y vamos al vino. Aranda de Duero tiene la sede de la Denominación de Origen Ribera del Duero, una denominación potente, creada en 1979. Aranda fue elegida, en 2020, Ciudad Europea del Vino, denominación que se pospuso primero a 2021 y ahora extendido a todo el 2022. Será un buen momento, si la mejoría de la situación pandémica futura se confirma, para poder viajar a esta ciudad y participar en alguno de los muchos actos que se desean realizar.
Y es que el vino está presente en la historia y la cotidianeidad de esta ciudad desde tiempos antiguos. El centro histórico de Aranda de Duero está plagado de bodegas subterráneas, se han catalogado hasta 120 bodegas, excavadas varios metros por debajo de las casas, algunas de hasta ocho siglos de antiguedad. Un entramado que supera los siete kilómetros de extensión y que constituye un patrimonio cultural absolutamente fascinante.
Las bodegas subterráneas abundan a lo largo y ancho de la geografía española. Son un bien patrimonial de primer orden, y nos indican que la relación de los habitantes con el vino viene de tiempos antiguos y es íntima en extremo: en épocas donde los conservantes y protectores del vino se conocían poco, eran caros o no abundaban, guardando el vino en las profundiades de la tierra se mantenían temperaturas y humedades constantes durante todo el año. Así se protegía y guardaba la calidad del vino. Podríamos decir, en cierta forma, que la existencia de cuevas y bodegas subterráneas es un indicador de calidad del vino que viene de tiempos antiguos.
Podemos quedarnos en Aranda, pero vamos a desplazarnos una decena de kilómetros al este de Aranda y en el lado norte del Duero, siguiendo un afluente del gran río, el Arandilla, hasta Zazuar, un pequeño municipio de apenas 200 habitantes que actualmente vive vinculado de forma indefectible a la ciudad. En Zazuar también encontraremos una gran cantidad de bodegas subterráneas, unas 50, que son muchas por el tamaño del municipio. Algunas pueden ser visitadas y datan de los siglos XVI a XVIII. La mayoría de estas bodegas se encuentran alrededor de la iglesia de San Andrés, que es el patrón de Zazuar. Y así es como se llama la cooperativa del pueblo, fundada en 1967, de donde nos decantamos a probar uno de sus vinos emblemáticos y más premiados, el Milvus tinto 2017.
Milvus milvus
El milvus milvus es el milano real, y las alas de esta inconfundible ave rapaz, presente en el centro de la península y esta zona, aparecen en la etiqueta del vino. Se trata de un vino de viñedos centenarios de tempranillo de esta parte norte del Duero, situados en las suaves laderas que casi alcanzan los 900 metros de altitud. El clima continental, con algunas características mediterráneas, marca la austeridad de las uvas que aquí se vendimian.
Ahora bien ¿cuál es la impresión que invade a quien se acerca a una copa de Milvus? ¿Una presencia de fruta oscura e intensa? Sin lugar a dudas ¿Y la profundidad? Sí, la uva proveniente de viña vieja aparece indudablemente y estira y alarga el vino hacia el fondo de la boca… Pero en el fondo preferimos dejar que sea el errante explorador quien decida descubrir sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos.
El viaje por el Duero está cerca de concluir, lo hemos recorrido de este a oeste y vuelta hacia Soria y hemos probado vinos de la Ribera del Duero, de Rueda y de Toro. Hemos visto todo tipo de viñedos y probado todo tipo de vinos, la presencia de viñedo viejo, centenario a veces, es una constante en la cuenca del río Duero. Y es en gran parte esta presencia de viña vieja la que buscamos y la que nos gusta encontrar, porque como las bodegas subterráneas, constituye un bien patrimonial único a preservar y del que en España disponemos de manera privilegiada. Algunas de las veces, la verdad de la viña vieja se ha expresado sin impedimentos, aunque se envuelva en aparentes camuflajes. En otras ocasiones, todavía los embalajes crean algunos artificios que pretenden, a veces sin saberlo, enmascarar la fuerza y las virtudes de las viñas viejas. No importa, ellas están siempre ahí. Y lo importante es que estén, que se recorra el camino de mantenerlas y preservarlas. Es lo que buscamos en este viaje.
Vino: Milvus tinto 2017
Bodega Vegazar Cooperativa San Andrés
Precio (en tienda): 21 euros
Taula del Vi de Sant Benet: Oriol Pérez de Tudela y Marc Lecha