En esta temporada extraña, como todo lo que sucede este año, están viniendo a Barcelona figuras internacionales con agendas más accesibles que nunca. Son poquísimos los teatros de ópera del mundo con una temporada más o menos regular y uno de ellos es nuestro Liceu.
Tiene muchos deberes por delante nuestro Liceu, tanto en el mundo físico como en el digital, pero tener algo parecido a una temporada de ópera este año tiene mucho valor, especialmente en una comunidad autónoma tan radical con los cierres como la nuestra. En este caso para algo tiene que servir una dirección amable con los que nos gobiernan, como demuestra la presencia de la Presidenta del Parlament en el estreno del Otello que ahora se representa. Parece que Dudamel tiene más tirón que Diess, el presidente de Volkswagen, para los políticos independentistas.
Y en esta producción sin duda lo que más destaca es la presencia del director venezolano afincado en Los Angeles, Gustavo Dudamel, toda una estrella mediática especialmente desde que dirigió en 2017 el concierto de Año Nuevo con la Filarmónica de Viena. Y cuando una estrella dirige una orquesta probablemente hay un plus en su ejecución y da lo mejor de sí misma. Otello permite el lucimiento de la orquesta con un arranque soberbio y un cuarto acto mucho más sutil e intimista. En ambos casos la ejecución es perfecta, con un metal poderoso pero también con una tremenda dulzura cuando escuchamos solos de flauta o chelo. La potencia suena tan bien como el susurro.
La fama de Dudamel no es gratuita. Dos premios Grammy y una estrella en el boulevard de Holywood dan prueba de su popularidad, seguro que potenciada por ser el titular de la orquesta de Los Angeles desde 2009 y codearse con el mundo del cine, pero es una popularidad sustentada en el trabajo y la perfección artística. Para entender como dirige nada mejor que ver en internet alguno de sus muchos videos de ensayos comentados y se ve que tiene un duende que acompaña a muy pocos directores y que hace que las orquestas que dirigen suenen diferentes. Trata siempre de maximizar la expresión orquestal buscando un sonido redondo y sólido. Las notas se emiten con pureza, más limpias que de costumbre, con una plenitud que abruma. Dudamel elige desnudar el sonido y proyectarlo con una precisión casi violenta.
En mangas de camisa
La orquesta brilla especialmente como demuestran los largos aplausos al final, desafiando nuestro timorato toque de queda. Aplausos centrados en su director quien los iba dirigiendo por todo el foso. Foso, por otro parte, singular por las normas covid, con la percusión en un palco y la orquesta en una disposición atípica, con los contrabajos en el lado opuesto del habitual, que quien sabe si esta disposición contribuía a una sonoridad diferente.
Si la orquesta, y los coros, son lo mejor de esta producción la escenografía y sobre todo el vestuario es lo peor. Sedas, capas y bordados quedan reemplazados por ropa simple y vulgar. Los protagonistas no solo no se adaptan a la época de la obra, simplemente van mal vestidos. Y la escenografía se circunscribe a una habitación vacía, con una cama, un sillón y una chimenea, y su reflejo en otra habitación más pequeña que mata toda acústica cuando los cantantes son forzados a cantar en ella.
Dice el programa que la escenografía subraya la personalidad de los personajes, pero a mi entender no lo logra, sino más bien al contrario. Diluye alguno de los cuadros más famosos y nítidos de la obra y convierte a Desdémoma en un objeto decorativo permanente, también mal vestida. El moro de Venecia deja de serlo para convertirse en un señor que gran parte del tiempo va en mangas de camisa y tirantes retozando por una cama o el suelo. Solo una proyección mareante que se repite tres veces tiene algo de magia. Demasiado poco para una producción de la Bayerische Staatsoper que resta más que suma, como muchas de las escenografías alemanas, demasiado experimentales. Todo lo de fuera nos parece siempre mejor y olvidamos que la ópera está fuertemente subvencionada en Alemania lo que les permite acometer producciones que obvian los gustos del público, algo que no ocurre en los teatros “de la champions” como el Met o la ROH que hacen producciones exquisitas que perduran en el tiempo y despiertan el aplauso del público nada más levantar el telón.
Aunar fuerzas, pese a todo
El reparto vocal es bueno, especialmente el tenor Gregory Kunde, quien goza de una segunda juventud, con su voz entre tenor y barítono recorriendo la gran mayoría de grandes teatros del mundo. En 2016 recibió el Opera award al mejor cantante masculino y, desde luego, de su actuación destaca, sobre todo, su técnica y clase. Eso sí, con la anacrónica escenografía y vestuario de Amélie Niermeyer nos obviamos el debate sobre el origen étnico de Otello, ni mauritano ni bereber, de Illinois y con tirantes. Algunos parecen olvidar que la ópera debe ser un espectáculo total.
Pero si algo trastoca esta producción es el papel de Iago, tan protagonista en la ópera que Verdi pensó en titularla así para no competir con la celebérrima versión de Rossini. La producción va en su contra y a pesar de eso el poderío vocal de Carlos Álvarez le convierte en un Iago excepcional llegando a lo más profundo del cruel personaje.
Cierra el elenco Krassimira Stoyanova excelente en el canto y, también, en la faceta dramática de una Desdémona que está demasiado tiempo en escena como florero en esta producción empeñada en reducir el papel del auténtico protagonista, Iago.
En resumen, si uno cierra los ojos y se centra en la música goza más del espectáculo que con ellos abiertos, lo cual es una pena cuando estamos ante la primera, y quien sabe si la última, ópera dramatizada de Gustavo Dudamel en España.
Parafraseando a Shylock en la obra de Shakespeare en la que se inspira Boito para el libreto de esta ópera, “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?”. El público del Liceu es mayor de edad y ya que tenemos una temporada coja tratemos de buscar la excelencia ahora que competimos con pocos teatros para las próximas. Aunque acabemos esta temporada como podamos, Tannhäuser ya se ha cancelado, hay que tratar que el Liceu rentabilice el esfuerzo de este año y los Dudamel, Camarena, Netrevko, Florez y Kaufmann vengan sino cada año, al menos una vez cada dos. Eso y mejorar la oferta digital, además de asociarse con algún teatro de primera, porque lo de aunar fuerzas con el Real es algo imposible con las obtusas mentalidades actuales.