A cinco meses de dejar la dirección artística de Teatre Nacional de Catalunya (TNC), Xavier Albertí no se detiene. Este 19 de febrero ha estrenado L’emperadriu del Paral·lel de Lluïsa Cunillé, pero dos días antes hizo lo propio con El príncipe constante de Calderón de la Barca, que dirige en Teatro de la Comedia de Madrid.
El dramaturgo es un apasionado de este texto icónico de la literatura española. La ha estudiado a fondo y es conocedor de varias de las ediciones que se han publicado de la obra. Ahora, la estrena con Lluís Homar como protagonista.
Historia del teatro
El reto ha sido enorme. Se trata de una pieza que no se ha representado nunca en este teatro público de la capital. Un texto del que Goethe llegó a decir en 1804 que, si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre su base. Él lo asume sin miedo, pero con respeto.
No teme la polémica que pueda causar sobre un posible mensaje eurocentrista o de confrontación entre cristianismo e Islam. Para Albertí, se trata sólo de un canto a la "libertad individual". “Un regalo para el espectador”, en palabras del director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
--Pregunta: La propuesta de dirigir El príncipe constante, ¿de dónde partió?
--Respuesta: Es una propuesta mía.
--¿Por tu pasión por la obra?
--Creo que El príncipe constante es uno de los grandes textos de la literatura dramática universal, al lado de La vida es sueño, Hamlet o El rey Lear. Son de esas obras que cualquier persona que se dedica a la dirección piensa que le gustaría hacerla algún día. Pero un texto así sólo lo puedes llevar a cabo si tienes el equipo y, en especial, el protagonista. Sí, le pase la obra, que el no conocía. Se entusiasmó y a parti de allí todo ha sido un camino de rosas.
--¿Qué tiene de especial?
--Es una obra brutal en el sentido de la radicalidad de este invitado nuevo que aparece en el siglo XVII, el tránsito entre ser considerado súbdito a ser considerado ciudadano. Hasta esa época la gente nacía para servir al rey y, a partir de entonces, el monarca es una entidad que sólo se la respeta si es justa. Una de las cosas claves de la obra es apelar a la idea de que si el rey es justo se le ha de obedecer y si no lo es, no. Hay una línea del texto que dice: “Quien peca mandado, peca”. El rey le dice a Fernando haz esto y él dice, no eso es pecado y no lo debo hacer porque hay una justicia superior que es la de Dios.
--La obra recrea unos hechos históricos del siglo XV, durante la campaña de la conquista ibérica de África. Narra el secuestro del principe Fernando por parte de Marruecos para que Ceuta quede liberada de Portugal. Pese a que la corona lo acepta el reo se niega para salvaguardar la fe cristiana de los ceutís. ¿No supone una apuesta arriesgada en estos tiempos?
--Yo no lo leo como una confrontación entre islamismo y cristianismo. He analizado la obra de Calderón y quien piense que en El príncipe constante hay una confrontación entre Islam y cristianismo se equivoca de cabo a rabo. Lo que existe es una tensión sobre qué es la fe y el rigor de la misma. Sea la que sea. Hay un verso precioso de Fernando que dice: “Si Alá es Dios con bien te lleve”. Es decir, es igual qué nombre le pongas a Dios, lo importante es que tengas la responsabilidad de tus propios actos.
--¿Cómo se posiciona ante toda esta temática como director?
--Para una persona como yo, que no soy especialmente proclive a ir a misa, no es una obra sobre revelación o vida eterna. A veces olvidamos que no todos los evangelistas hablan de ella en la Biblia. Lo hace San Juan de forma muy clara. Una de las grandes construcciones culturas europeas que es el cristianismo, durante mucho tiempo, tuvo como fin pensar que esta vida es un tránsito hacia algo superior, pero ya hace tiempo que está desactivado. Lo activo es la responsabilidad ética de nuestro paso por este mundo, independientemente de que tenga la suerte o no de creer en reencarnaciones, energías o lo que se quiera y lo digo sin banalizar y sin respeto.
Calderón no habla de la vida eterna, habla de la responsabilidad de la vida en este mundo y de cómo nos hemos de confrontar con nosotros mismos para ser quien queremos ser.
--¿Cree que, precisamente por eso, la obra conserva esa radicalidad?
--Absolutamente. Muchas veces olvidamos que el cristianismo, el judaísmo y el islam tienen un origen común, son religiones abrahámicas. Calderón cita la figura de Job, referenciada en estas tres religiones. Hay muchas más raíces comunes de las que han querido construir. Europa podría haber tenido una penetración mucho más amplía del Islam de la que ha tenido si los reyes católicos hubieran respetado la libertad de culto cuando conquistaron Granada si no se hubieran expulsado en 1614 a los mozárabes. A día de hoy, la presencia del Islam en Europa aún genera debate.
En uno de los debates electorales del otro día escuché al candidato de Vox decir lo que decía y generar esta islamobobia que me aterrorizó. Convertimos la religión en herramienta de agresión. ¿Para eso hemos evolucionado cómo civilización? ¿No somos capaces de entender la laicidad del Estado y que la religión es un espacio de libertad personal? ¡Nos lo dice Calderón en 1629! Igual tendríamos que haber aprendido algo más.
--¿Y cómo lo trasladas hasta ahora para poder atraer al público joven? Dices que has dispuesto de cuantas versiones has podido de la obra, que son muchas, y sólo adaptastes unas pocas palabras y quitaste algunos versos…
--Se produce ese traslado por el propio talento de Calderón. Si lo escuchas, no te aburres ni medio segundo porque es todo de una densidad, de una belleza, de una complejidad enorme. Si no lo escuchas, te aburres a los diez minutos y lo mejor que puedes hacer es levantarte e irte, porque la obra dura dos horas. Lo que nos dice la gente es que se siente invitada a pensar en ella misma, a ver qué hay de príncipe constante en cada uno de nosotros. Qué hay de voluntad, de rigor, de compromiso, en la construcción del juego. Quién quiero ser yo y qué hago por serlo. Muchas veces uno quiere ser algo y no hace mucho por conseguirlo. La gran lección de esta obra de Calderón es el compromiso con uno mismo hasta las únicas consecuencias.
--Muy psicoanalítico a pesar de ser del siglo XVII…
--Ciertamente. Es una obra que fascinaba a Freud, a Lacan y compañía. Es un verdadero viaje hacia la parte más profunda del yo.
--Con esa pasión que le despierta la obra y teniendo en cuenta que usted ha dirigido el TNC en estos últimos seis años, ¿por qué estrena en Madrid y no en Barcelona?
--Porque en el TNC hacemos unas cosas y aquí otras. Yo tengo la suerte de que me invitan a dirigir esta obra en esta casa y me apetece mucho. Este 17 de febrero estreno en el Teatro de la Comedia y el 19 dirijo L’emperadriu del Paral·lel de Lluïsa Cunillé, que será un viaje precioso hacia el mundo del Paralelo, y el mundo del cuplé, la revista y la zarzuela, el mundo de la efervescencia de la Barcelona de 1930 que necesita otro gran cambio paradigmático, porque en 1931 llegará la Segunda República y esa gente necesitaba cambiar el mundo como lo necesitaba hacer Calderón. En el Teatro de la Comedia me siento muy a gusto, el año pasado estrenamos una coproducción con el TNC, incluso y me siento muy bien acogido.
--En cambio, esta obra no viaja a Barcelona.
--De momento no hay posibilidad, pero digo de momento porque las obras son unos melones que hasta que no los abres no sabes qué pasa con ellos.
--En julio le releva Carme Portaceli en el TNC. Ella dice que falta diversidad en el teatro catalán, ¿lo compartes?
--Barcelona es una capital teatral enorme en Europa y su diversidad es mucho más grande que otras como Lyon o Padua, por citar solo algunas. Qué todos aspiremos a diversificar más la programación es bueno para todos pero no olvidemos una cosa: el teatro público tiene la misión de entregar a los conciudadanos la conciencia de su tradición teatral y a partir de ella alimentar la creación contemporánea. Pero si esta última no toma conciencia y no se arraiga en esta tradición, los autores no harán caso a los de siglos anteriores y la obra será huidiza y por tanto mi compromiso con la realidad lo escribo para que de aquí 15 días no esté representado en la obra. Es muy diferente eso que una cultura que conoce y valora sus raíces. El escritor catalán, como el francés, sabe que si no valora su patrimonio difícilmente pensará que su aportación pueda trascender la inmediatez de su tiempo, si es que así está pensada.
El teatro catalán es de una riqueza patrimonial infinita y no somos conscientes. Diversidad sí, pero respeto también a nuestra tradición cultural.
--Claro, pero otros dramaturgos catalanes reconocen que si antes había un viaje de autores de Madrid a Barcelona, ahora es a la inversa. Galceran incluso dice que Madrid tiene más teatro de entretenimiento y más cultura de teatro como entretenimiento y que en Cataluña es algo más como un evento.
--Tampoco creo que sea cierto. Barcelona es una gran capital cultural pero Madrid lo es mucho más, pero porque sólo en teatros públicos están las cinco salas del Centro Dramático Nacional, las dos del Teatro Clásico, las cinco salas del Teatro Español y Matadero, el Valle-Inclán, el Galileo, la Abadia… La presencia del teatro público en Madrid es mucho más grande que en Barcelona y lo mismo pasa con el privado. Por eso es normal que haya mucho más mercado y flujo.
También es verdad que existe la cuestión idiomática, la tradición cultural ha hecho que la lengua en el teatro público sea el catalán y creo que es normal que sea así. Pero estas reflexiones no sé si tienen más que ver en cómo le va a cada uno. Yo he trabajado mucho en Madrid, Italia, América Latina y tengo cuerdo para mucho rato y la agenda se llena de cara al futuro. Hasta el año 2024 no puedo aceptar ningún encargo.
--Con todos estos compromisos, imagino que a usted, como a todos, le ha afectado la pandemia. ¿Cuál ha sido el impacto del Covid en el mundo del teatro, incluso en los ensayos?
La pandemia ha sido terrible. Creo que todavía no somos conscientes de cómo nos ha afectado, manipulado, entristecido y nos ha hecho enfermedad. Nos ha encerrado. La pandemia es la antítesis de la cultura. La cultura es crear espacios de identificación colectiva y la pandemia es encerrarte en casa. Las personas que han tenido la suerte de que en ese encierro consigo mismos han tenido libros, teatro, vídeos, discos, lo que sea para poder viajar con la cultura, seguramente han tenido un antídoto superior para salir bien de esta situación. Las personas que no tienen una relación con la cultura o no la han tenido porque su educación no se la favorecido han tenido menos herramientas y yo me he preocupado mucho por ello.
--¿Cómo ha afectado al TNC?
Nosotros hemos tenido que obedecer que el Gobierno nos ha ido imponiendo, cuando hemos podido abrir, hemos abierto y cuando hemos tenido que cerrar, lo hemos hecho. Hemos mantenido la actividad. Hemos abierto este TNC online que está dando muchos frutos, lo que nos ha permitido mantener los contratos de trabajadores para poder continuar y no pararnos. Hemos procurado, en la medida de nuestras posibilidades, proteger la supervivencia económica de nuestros profesionales.
--Pero con esta tendencia del teatro grabado, ¿no se pierde la esencia? ¿Puede llegar para quedarse?
--El teatro es teatro y exige presencia. Exige el ahora y aquí, comunión, diálogo energético. Sin esta verdad del teatro pasa a ser otra cosa. Se puede hacer un teatro pensado para que funcione a través de circuitos no presenciales, pero eso es un género como lo es también el teatro radiofónico y ha dado piezas maestras. Lo que no es es substituible. Teatro es teatro. Exige platea, una presencia, comunión y cohabitación.