«Muchas cosas que eran algo, dejándolas fueron nada; y otras que eran nada, por haber hecho caso de ellas fueron mucho» [Esta sentencia se atribuye a Baltasar Gracián, Belmonte de Gracián 1601 – Tarazona 1658; y preside la Bodega San Alejandro de Miedes].
Diríamosle a Baltasar Gracián, humanista de referencia del XVII español, que ese paisaje que le vio nacer es efectivamente árido y hostiles y crudos sus inviernos, y que gustamos de aproximarlo para comprenderlo. Que lo pisamos con cariño y reverencia porque tiene gusto y personalidad, y que igual que sus enseñanzas y su vida fueron nómadas lo son hoy los vinos de sus valles. Que las lomas que le rodean están solas ante el cielo, cual último rellano, acercándose a la cima; y que la Garnacha excele ahí como nunca y en el mundo, que las noches frías de septiembre en estas cotas (1000) dan a esa reina del sur un ritmo de maduración inigualable. Los suelos son pobres, en ellos abunda la piedra y una sequía que expulsa.
Las aldeas que pueblan esas tierras nunca llegaron al desarrollo de otros lares, y salvo en las épocas de inflación del vino (véase filoxera y otras efemérides puntuales), la presencia humana en el terruño fue siempre muy escasa. Recorriendo sus caminos, la comarca de Calatayud impresiona por su sencillez y pareciera que las pequeñas agrupaciones urbanas fueran alojamientos de labranza más que centros de urbanización consolidados.
Fresa silvestre y madura
¿Cual es la impresión que invade a quien se acerca a una dosis de Clos Baltasar?¿Hay una fresa silvestre, crujiente, madura y cítrica? Quizá ¿Pieles de fruta al punto del terciopelo? Quizá ¿Algún amargo final que nos abre la tráquea? Seguro ¿Violetas? Quizá también.
Dejemos que sea el errante explorador quien bucee y descubra sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos. Sólo hay algo que podemos asegurar después de un Clos Baltasar: la frescura mineral y cítrica que nos explota en la boca, nos abre felices y limpias verdades que (quizá) habíamos olvidado...
El privilegio de la altura ofrece una expresión de la Garnacha excepcional; y armados de las gracianas virtudes de la prudencia, sometiéndose con precisión al rigor del calendario y evitando la sobremaduración, se logra un equilibrio como este.
Es lo que recoge el protocolo de Bodegas San Alejandro de Miedes, en la comarca de Calatayud, y así nos lo trasladó Juan Vicente Alcañíz, enólogo y amable anfitrión de esas garnachas de altura.
Sólo un apunte final y una recomendación gastronómica. La nota balsámica que la precisión de la Garnacha del Clos Baltasar conserva inmaculada es un regalo refrescante que reconocemos a ojos vendados y que identificamos con el romero, porque el romero nos une.
Pensar el mapa de forma más compleja
Y el arroz montañés de Aragón de Casa Escartín de la capital es tan importante como las habitaciones de Mesón de la Dolores. Apearse en ese punto del camino, y salirse de la vía principal e ir a por esos viñedos arraigados de los que dan cuenta los vinos de Calatayud nos abre la puerta a una Denominación de Origen que, además de Bodegas San Alejandro cuenta con otras 16, diseminadas por los 46 municipios que tienen viñedo inscrito.
La zona está marcada por el macizo del Moncayo y en ella confluye una red de afluentes del Ebro tales como el Jalón, el Jiloca, el Perejiles, el Manubles, el Mesa, el Piedra y el Ribota. Esas montañas que alternan el viñedo con el cultivo de frutales son epicéntricas en este este peninsular que siempre soñó con proyectos que las aproximaran al mar [emulando a Gracián, que hizo su noviciado en Tarragona, y más tarde ejercería en tierras valencianas, antes de su retorno definitivo en Aragón], hacia Valencia o hacia el Cantábrico.
La antigua línea de ferrocarril (1901) que unía Sagunto con Santander ayuda a pensar el mapa de forma más compleja que lo que finalmente nos quedó, vinculando la región únicamente con el eje Zaragoza--Madrid. El dinamismo de esas zonas de interior hubiera sido probablemente otro con el desarrollo de planes territoriales que los avatares interrumpieron demasiadas veces. Cuanto menos, la singularidad de la Garnacha permite a estas coordenadas abrirse a todos los horizontes e invita al enófilo a visitarlas.
Taula de Vi Sant Benet: la forman Oriol Pérez de Tudela, Marc Lecha y Albert Martínez López-Amor.