Anna Ballbona gana el 'Premi Llibre Anagrama' con una novela sobre la Barcelona periférica
La escritora catalana retrata en 'No sóc aquí' la historia de un mundo de tradición rural, arrasado por la industrialización, y la escisión entre el campo y la ciudad
20 enero, 2020 21:44Muchas veces los aplausos tardan en llegar y el reconocimiento se hace esperar. No es el caso de la escritora y periodista Anna Ballbona. Si en 2016 quedaba finalista de la primera edición del Premi Llibre Anagrama con Joyce y las gallinas, ahora, cuatro años después, se alza como ganadora de este galardón con No sóc aquí, una novela sobre la Barcelona periférica. Ballbona ya era una reconocida poeta catalana con dos libros a sus espaldas: La mare que et renyava era un robot y Conill de gàbia, pero la publicación de su primera novela en el sello editorial de Jorge Herralde significaba, como ella misma reconocía ayer, “el comienzo de un precioso viaje” y la confirmación de que “era capaz de contar historias”.
En Joyce y las gallinas, publicada también en castellano con traducción de Mari Ortuño, Ballbona contaba la historia de Dora, una periodista que cada día coge el tren para llegar desde su pueblo natal del Vallés, donde la tradición rural aún sobrevive entre un paisaje de fábricas, hasta Barcelona, ciudad en la que trabaja. El contraste entre la periferia y la Ciudad Condal, entre el mundo rural, con sus tradiciones y su lengua, y el teóricamente moderno mundo urbano, vuelve a aparecer en No sóc aquí de la mano de su protagonista, Mila, una joven que –como señala Jordi Puntí, miembro del jurado– “desde un paisaje que es tan físico como moral, en la frontera donde coinciden la vida rural, la autopista y el polígono industrial, describe el mundo que la ha visto crecer”.
Frontera entre lo urbano y lo rural
Igual que en su primera novela, la idea de frontera aparece como un lugar de contrastes en la obra de Ballbona. Una frontera entre lo urbano y lo rural, entre Barcelona y la periferia, que es el lugar desde el cual escribe su relato Mila, que, tras conocer que está embarazada, repasa su vida, interrogándose sobre una herencia familiar de la que no puede desprenderse, que la conforma y la determina. Hija de un campesino que tuvo que dejar “el tractor por la cadena de montaje”, Mila crece en un territorio geográfico y emocional contradictorio, un espacio que, como señala la autora, escapa de todos los clichés. Ballbona elige para su novela la indefinición: no da nombre a ese “barrio apartado y mal urbanizado, encajonado entre una autopista, un cementerio y un polígono industrial”. Y, sin embargo, es un barrio vivo, donde “no solo viven chonis, un barrio donde se fuma, se hace el amor y se trafica”.
Este origen se convierte en un peso para la narradora, que vive en una constante sensación de extrañeza, sin sentirse de ninguna parte: en el fondo no pertenece ni a ese mundo rural devastado por las industrias ni tampoco a la modernidad representada por la capital catalana. Mila, la voz que narra, se interroga “sobre los motivos de esa extrañeza que la ha acompañado siempre” e indaga sobre unos orígenes que acepta y al mismo tiempo rechaza. Un mundo que la define pero del que también ha huido.
Homenaje a Victor Català
Su nombre es un homenaje a la protagonista de Solitud, la novela de Víctor Catalá, que también va tomando conciencia tanto del lugar del que proviene como de aquel adonde llega, relatando un proceso de desclasamiento cultural.
Estos dos mundos que se enfrentan tienen sus propios lenguajes que, como recuerda Sita Casacuberta, también miembro del jurado, “construyen y destruyen”. Como ya hiciera Natalia Ginzburg en Léxico Familiar y también Llucia Ramis en Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, la narradora de Ballbona indaga en el léxico con el que creció y profundiza en el lenguaje que marcó su infancia y en la forma de expresión que define a la Barcelona que descubre al llegar a la universidad. La autora construye a sus personajes a través de su habla: cada uno usa giros lingüísticos propios, pero, al mismo tiempo, procedentes de un mismo “tronco familiar”, del que es imposible desligarse. Y es que, como nos enseñó Ginzburg, es imposible romper con el léxico familiar. “Al final, en casa te enseñan lo que querrías y lo que no y, a partir de ahí, tú te apañas como puedes”, dice Mila, resumiendo el sentido de No sóc aquí, una novela que trata sobre cómo gestionar nuestra herencia, aceptar nuestros orígenes y convivir con ellos.