Los geógrafos han comenzado a tomar la palabra. El fenómeno no es propio de Cataluña ni del resto de España. Es europeo y mundial. La tesis es que el mundo ha iniciado un proceso que beneficia a las grandes ciudades mundiales, en detrimento de sus territorios nacionales. Es un movimiento que impulsan los sectores sociales con más poder económico, porque no quieren saber nada de conceptos como la solidaridad nacional. Lo ocurrido en Cataluña en los últimos años se enmarca en esa dinámica, según el geógrafo francés Christophe Guilluy, autor de No Society. El fin de la clase media occidental (Taurus), una obra leída y discutida en toda Europa. Su diagnóstico para Cataluña es contundente: “Presentado como un caso de irredentismo cultural, el separatismo de los catalanes revela en primer lugar una reacción de las regiones ricas a la crisis económica y el hundimiento de las clases medias españolas”.
La tendencia es global. La exigencia de un capitalismo global, promocionado por las burguesías locales que más se han beneficiado, lleva a un proceso en el que se olvida el territorio y las clases populares que no pueden acceder a ese nuevo mundo. Con ello, se dejan de lado las clases medias que actuaban como pegamento. Y éstas ya no disponen de poder ni medios para ejercer como el colchón que permite una sociedad cohesionada, y, políticamente, moderada.
Cataluña, modelo "ejemplar"
Guilluy entra a fondo en el caso de Cataluña, al considerarlo como un modelo “ejemplar” para entender el nuevo fenómeno. Su idea, al constatar también lo que pasa en Francia, con un puñado de ciudades que funcionan, mientras se ha dejado en la estacada al territorio francés, es que se ha creado un contexto político favorable a la secesión territorial de las burguesías, sean locales o se consideren nacionales en un determinado lugar. “Los movimientos independentistas suelen ocultar un proceso de secesión social y cultural que en realidad se propone desmantelar las solidaridades nacionales y validar el modelo territorial desigualitario de la globalización, el de las grandes ciudades. Más que una renovación del nacionalismo, es antes que nada la secesión de las burguesías que lleva en estado latente la balcanización de los países desarrollados”, sentencia el autor de No society.
Su mirada se centra en Barcelona, al entender que Cataluña se ha transformado en una “región-metrópolis”. Insiste en que puede ser un modelo para explicar cambios mundiales: “La región-metrópolis catalana es ejemplar. Cataluña es una región rica, muy rica (genera el 20% del PIB español, donde vive el 15% de la población). Integrada en la economía-mundo, se estructura alrededor de su gran ciudad, Barcelona, que concentra a cerca de la mitad de la población catalana. En un país debilitado por un modelo económico globalizado que está viendo desaparecer a su clase media, parece la excepción. Presentado como un caso de irredentismo cultural, el separatismo de los catalanes revela en primer lugar una reacción de las regiones ricas a la crisis económica y el hundimiento de las clases medias españolas”.
Acuerdo liberal-libertario
Las críticas que llegan desde otros países, o de autores franceses en especial, se desacreditan por parte del movimiento independentista, al entender que se desconoce la realidad catalana, y la relación del poder político con el gobierno español. Pero Guilluy ofrece un gran conocimiento de las relaciones políticas internas en Cataluña, y se refiere a la alianza entre liberales y libertarios, entre una burguesía liberal y fuerzas de izquierda progresistas y próximas al anarquismo, que es lo que se ha producido entre la vieja CiU y la CUP, además de ERC:
“Este voto nacionalista es característico de las regiones ricas (como Escocia o Flandes) que desean preservar su posición dominante liberándose de cualquier solidaridad nacional. Lo dirige fundamentalmente una ideología liberal-libertaria característica de las nuevas burguesías. Así, a los nacionalistas catalanes los apoyaba una parte de la burguesía catalana que deseaba reforzar su posición mediante la independencia fiscal, pero también una juventud de izquierdas o de extrema izquierda que abanderaba valores libertarios, y los dos grupos apoyaban el proceso de globalización y de apertura al mundo y a los demás”, precisa el geógrafo francés, que ha estudiado a fondo también el fenómeno de las periferias en su país, plasmadas en La France périphérique (2015).
Concentración de riqueza en Barcelona
Su carga de profundidad contra esa burguesía que ha querido aprovecharse --un dardo hacia un dirigente que podría ser Artur Mas, el timonel que decide el inicio del proceso, en 2012-- es directa: “Las clases dominantes utilizan un sentimiento nacional real para imponer un modelo neoliberal que, en consecuencia, perjudica a las clases populares en España, pero también en Cataluña, donde la concentración de las riquezas y de los empleos en Barcelona ha operado en detrimento de las clases populares catalanas. En las regiones ricas, los movimientos independentistas no son más que la careta de la secesión de las burguesías que intentan salirse de los marcos nacionales (donde hay que ejercer la solidaridad) y unirse a los marcos supranacionales (donde se ejerce la ley del mercado). Ese ejemplo catalán ilustra la fiebre de una burguesía dispuesta a cualquier cosa para abandonar el bien común. Consciente de este riesgo, el Estado español, ya sobreendeudado, detendrá el proceso”.
La tesis de Guilluy se entiende con otro nacionalismo, el de Córcega, que resulta ser totalmente opuesto al de Cataluña. “Mientras que el proceso independentista catalán nos habla sobre todo de la secesión de las élites y del apoyo de las burguesías al modelo liberal globalizado, la pujanza nacionalista corsa se inscribe en una voluntad de las élites corsas de responder a la precariedad social y cultural de las clases populares de la isla”.
Un análisis desde Francia, que ha revolucionado el debate sobre la transformación de los territorios en Europa. La respuesta, como propone Guilluy, es la geografía y las conexiones con la economía global.