La Carretera del Vino se vuelve algo más empinada antes de llegar a Sant Martí Sarroca, la última etapa del recorrido. La ruta ha seguido un trazado abundante en vestigios históricos, desde el Maricel de Sitges, los palacios convertidos en museos, como el Vinseum de Vilafranca (un logro especialmente rico para curiosos y estudiosos del vino), los castillos medievales, los legados indianos de Sant Pere de Ribes o los restos prehistóricos de Olèrdola y el mismo Sant Martí Sarroca. En este último enclave nos aguarda Rovellats, una bodega que permite disfrutar de la armonía entre la naturaleza boscosa y la viña. Ya en su tercera generación, el núcleo familiar de los Cardona, propietario de la bodega, ha recibido muchos reconocimientos. Ellos proponen al visitante disfrutar del entorno histórico y conocer la elaboración del cava desde la tierra hasta la copa.
Una de las visitas a la bodega rovellats en el Penedès
Nuestro recorrido finaliza en Mas Bertran, sello indiscutible del Penedès en vinos y espumosos de calidad. Trabajan con las variedades Xarel·lo, Macabeu, Perellada o Sumoll, para acabar vertiendo en los mercados del retail marcas de vinos y cavas nacidos en el respeto al medio ambiente, como los Balma, Argila, Argila Rosé, Nutt, Nut Rosé o Nut Grenage.
Clima mediterráneo
Ruta en coche por La Carretera del Vino
En el clima suave del Penedès, con una temperatura media de 14,4 grados centígrados en la franja costera de El Garraf y unos 12 grados en el Penedès Superior, se adaptan con facilidad algunas de las variedades máster de todo el planeta. Este es el caso del cabernet, la cepa que mejor se ha aclimatado a la zona central de la comarca en pagos como el Mas La Plana, según recoge Mauricio Wiesenthal en su Diccionario Salvat del vino, un vademécum de referencia.
Los grandes crianzas de la comarca permanecen un mínimo de 15 meses en barrica de roble y, en el caso del blanco, los chardonnay se conservan con su lías en barricas de roble nuevo hasta que enriquecen sus delicados aromas. Frente al Mediterráneo, los bosques son jardines de plantas especialmente relacionables con la uva. La fragancia es el secreto del mundo vegetal y por los caminos de ronda junto al mar o por veredas que atraviesan valles de media montaña, el olfato reconoce el tomillo, la menta, el beleño, la centaura, el romero, la albahaca, la aquilea, el crisantemo, el laurel o la lavanda. Estas plantas, familiares a la proximidad de la viña, son abundantes en las cuencas de pueblos vitícolas vinculados a nuestro mar, como los griegos, los dálmatas, los etruscos, los italianos o los franceses.
Los mejores Penedès
En las convenciones de historiadores vitícolas suele decirse que los pueblos del vino no se rigen por la historia universal sino por la edad de oro, así nombrada por una de las sustancias fundamentales de la uva prensada: el aceite idílico. En la ruta, el automóvil puede ser solo el preludio de un paseo a pie en busca de pequeños tesoros para la vista. En el Penedès abundan los pequeños senderos semicubiertos de plantas rampantes que serpentean en silencio entre viñedos.
Fotografía de Cava & Hotel Mastinell en Vilafranca del Penedès
La Carretera del Vino es también un cruce entre estos atajos y el umbral de los cellers. Allí, en las degustaciones de los mejores Penedès, el visitante se encuentra inesperadamente delante de vinos rubios (los blancos) y morenos (los tintos); entre masculinos (los secos) y femeninos (más bien dulces). Como en la ópera, también los hay sopranos, contraltos, tenores y bajos. Por sus voces internas, por la melodías imaginadas con la nariz pegada a la embocadura de la copa, hay vinos homofónicos, polifónicos y sinfónicos, del mismo modo que hay vinos solares, lunares y astrales. Cada vino nos impone la tarea renovada de establecer distinciones. El vino nunca se repite; en cada sorbo se renueva su presentación a las puertas de nuestros sentidos. Donde manda la percepción sensorial, uno aprende a distinguir entre juveniles y vinos sabios, que han adquirido el mayor tesoro: la serenidad.
El alma del Penedès
En la última estación de La Carretera del Vino, siguiendo el curso de las rieras de Pacs y de Pontons, hemos dado con el conjunto monumental de la iglesia de Santa Maria (s. IX-XII) y del Castillo de Sant Martí Sarroca, una de las joyas medievales del Penedès. Los antiguos decían que ni el Diluvio llegó a conmover a los vendimiadores dedicados obsesivamente a sus cepas. Sabían que, con el arcoíris, llegaba la bebida mitigadora, el vino, conductor de gracias, el caldo lenitivo. En los altos resulta fácil dejarse llevar por el color castaño de la viña en octubre o por su reflejos lilas sobre fondo verde en tiempos de recolección. El vino devuelve la vida originaria al caminante capaz de contemplar. El místico español Juan de la Cruz poetizó la uva como el “mosto de granadas” y dejó escrito que su rastro conduce al Paraíso. Sobre su pista, otros han dicho que el ser humano solo es capaz de soportar el puente que une el primer día y el último en un estado de trance. “Y este trance es el vino”, escribió Béla Hamvas, filósofo húngaro, defensor del arte abstracto, vínculo entre Oriente y Occidente y autor de La Filosofía del vino.
La melodía dulce de la playa de Sitges, identificada al comienzo de La Carretera del Vino, se ha convertido en sinfonía; son los colores y sabores de la danza del vino. Hemos ido del mar a la tierra. El agua, elemento ancestral, representa a la materia; el vino es el alma. El alma del Penedès.