Después de Andrés Trapiello e Ignacio Vidal-Folch, ayer le tocó el turno de hablar de Don Quijote en Barcelona “a unos de los más ambiciosos y más celebrados” escritores en lengua española, Javier Cercas, que, en palabras de Andreu Jaume, ha conseguido llevar “la novela a los terrenos más complejos y más fértiles de la historia política y de la memoria”. Ahí están como prueba, según Jaume, sus novelas; desde Soldados de Salamina hasta El monarca de las sombras, pasando por Anatomía de un instante o El impostor. Novelas que no “se conforman con el mero entretenimiento, sino que, como ya hizo Cervantes, se detienen en grandes momentos históricos y políticos”. Si la primera sesión del ciclo que se celebra en el CLAC estuvo dedicada a la visita de Don Quijote a la imprenta y la segunda al episodio de la cabeza parlante, en esta tercera la discusión se centró en el combate que libra en las playas de la Ciudad Condal el hidalgo creado por Cervantes.
“Yo he venido a hablar de El Quijote y de cosas que a veces se nos olvidan y de malentendidos, el primero de los cuales es que El Quijote es un libro difícil, elitista, solamente hábil para algunas inteligencias. Sin embargo, es todo lo contrario, es para el lector común, el lector de buena fe, como decía Ferrater”, afirmó Cercas, para quien era importante comenzar el diálogo subrayando el carácter popular de la obra cervantina, que “hay que leer” y, podríamos añadir, hay que seguir leyendo. En su época fue todo un bestseller. ¿Por qué? “Porque fue un libro escrito para la gente y, precisamente por ello, fue poco apreciado. Como decía José María Valverde, Cervantes era un escritor de segunda, un escritor popular que nunca hubiera ganado el Premio Cervantes. Es cierto que ahora, pasados 500 años, presenta algunas dificultades, la primera es la lengua: uno tiene que habituarse a esa lengua, pero en cuanto lo consigue todo fluye”.
Andreu Jaume, junto a Javier Cercas.
Además de El punto ciego, el libro que recoge las conferencias que Cercas dio en Weidenfeld en torno a la novela y, en concreto, al concepto de ambigüedad, el escritor es autor de un breve ensayo para la edición de El Quijote de la RAE de Francisco Rico. Un texto sobre el prólogo de la segunda parte de El Quijote. Sobre su contenido gravitó gran parte de la conferencia, con un Cercas que, a la manera cervantina, entraba y salía de su texto –el suyo y el del Cervantes– apelando continuamente el público. Como señala en sus conferencias en Weidenfeld, para Cercas el aspecto más interesante de El Quijote es el género, la novela, de la que es “inventor” Cervantes.
Según Cercas, El Quijote es un libro escrito para la gente y, precisamente por ello, fue poco apreciado: "Como decía José María Valverde, Cervantes era un escritor de segunda, popular. Nunca hubiera ganado el Premio Cervantes"
Para Cercas, la grandeza del autor de La Galatea reside en haber creado un género donde todo es posible, un espacio de completa libertad: “La novela tal y como la crea Cervantes es snob: sine nobilitate. Es un género de géneros, degenerado”, comentó Cercas, haciendo hincapié en el hecho de que “El Quijote y, por tanto, la novela como extensión, es como un cocido: puedes meter todo. Cervantes crea un artefacto sin reglas”, sin embargo, se preguntó el novelista, qué queda de esa libertad en la novelística actual: “¿Los novelistas de hoy hemos asumido todas esas libertades que nos ofreció Cervantes o, por el contrario, nos hemos constreñido con demasiadas normas?”
Si bien es difícil responder, sobre todo por la generalización que toda respuesta, sea positiva o negativa, implica, para Cercas de lo que no hay duda es que no hemos comprendido la obra cervantina en toda su complejidad: “Los españoles aún no hemos entendido El Quijote”, pero sí “lo entendieron los ingleses. Tardaron un siglo y medio, pero lo entendieron. De hecho, los ingleses fueron los primeros que descubrieron El Quijote: ahí están Stern y Fielding. Lo tremendo es que los españoles creamos la novela, pero los ingleses se la quedaron”.
La novela creada por Cervantes es un artefacto lúdico que hace posible el diálogo entre el dentro y el afuera del texto. Según Cercas, “en la segunda parte Cervantes crea un mecanismo de diálogo con la literatura: no solo se dialoga con la primera parte, sino también con el Quijote apócrifo” que, a pesar de haber sido escrito a la contra del escritor de Alcalá de Henares, “hizo posible que la segunda parte fuera como es” y, en efecto, es muy posible que, aunque Cervantes no era un autor que reescribiera sus textos, la aparición del libro de Avellaneda le llevara a hacerlo para elaborar una segunda parte que fuera una respuesta “a los insultos que su enemigo le dedicó en el prólogo de su obra”, donde Avellaneda lo tachó de viejo y manco.
Frente a la libertad que ofrece el género, Cervantes solamente inventa una regla para la novela: la ironía. “La novela es el género de la ironía”, pero la ironía cervantina y, por tanto, novelesca, no es la socrática, sino que en esta novela debemos entender la ironía “como forma de paradoja”. El Quijote es buena prueba de ello, recordó Cercas: “Don Quijote está loco; ahora bien, es un ser perfectamente cuerdo, capaz de reflexionar sobre los temas más complejos”. Lo que hace Cervantes es crear una “paradoja irresoluble: Don Quijote es un personaje cómico, risible, pero al mismo tiempo es de extraordinaria nobleza”. La ambigüedad es lo que define la obra de Cervantes, "está en el corazón mismo de la novela; es cierto que es una invectiva contra los libros de caballería, pero al mismo tiempo El Quijote es el mejor libro de caballerías”.
"La novela", dijo Cercas, "es el género de la ironía, pero la ironía cervantina no es la socrática, sino una ironía que crea una paradoja irresoluble: Don Quijote está loco, pero es un ser perfectamente cuerdo"
La idea de ambigüedad que propone Cervantes y que Cercas ve como un rasgo distintivo de la novela está relacionada con el concepto de el punto ciego que el autor de El impostor plantea en sus conferencias. El punto ciego es aquello que queda sin aclarar en la novela. Es lo ambiguo, lo complejo, lo que no puede esclarecerse completamente. Y toda novela tiene su punto ciego porque, en palabras de Cercas, “las novelas hablan de realidades contradictorias, nada nítidas, hablan de la complejidad humana”, una complejidad que define a los personajes de Cervantes: “Don Quijote y Sancho poseen vida propia, más que personajes de novelas, son amigos nuestros”.
No solo El Quijote de Avellaneda hizo posible El Quijote. La obra magna de Cervantes no se puede entender sin Tirant lo Blanc. “Martín de Riquer distinguía entre libros de caballerías y libros caballerescos; es un debate extenso, pero lo cierto es que Tirant lo blanc es un libro de caballerías muy distinto a lo habitual y creo que es ahí donde Cervantes atisba la ironía” que terminará impregnando su obra. Como ejemplo, Cercas narró el episodio en que “Tirant está listo junto a su ejército para partir cuando su amada Carmesina se asoma por la ventana para saludarle. Asomada a la ventana, por su escote, Carmesina enseña los pechos y Tirant al verlos se pone tan nervioso que, al subir al caballo, se cae. Esto es impensable en cualquier libro de caballería clásico, ningún héroe se hubiera caído del caballo de esta manera”.
Lo risible de este episodio está en el origen de la comicidad de la obra de Cervantes, una comicidad no está exenta de amargura. El combate final frente al Caballero de la Blanca Luna es uno de los episodios más melancólicos de la novela y donde queda patente el gesto irónico: la confrontación entre el ideal y la realidad, entre lo esperado por los protagonistas según las normas de la caballería y la realidad de los hechos.
Para Cercas, Cervantes creyó en los ideales del imperio, pero se desengañó, aunque no dejó de creer del todo, solo a medias
“En Carácter y destino, Ferlosio sostiene que el asunto central de El Quijote es la historia de un hombre que quiere ser un personaje de destino, pero no le queda otra que ser un personaje de carácter”, recordó Andreu Jaume, subrayando cómo el destino, es decir, un final trágico, pero inscrito en un cosmos ordenado que, en ese final, adquiere su sentido último, le es privado a Don Quijote, que, si bien pide al Caballero de la Blanca Luna que lo mate, éste no lo hace y le castiga a volver a su casa y no salir durante un año. Don Quijote, que esperaba morir como un héroe de los libros de caballería, sobrevive a esa batalla y, en su regreso a casa junto a Sancho comienza a pensar en la posibilidad de convertirse en pastores, “y ser pastores es para ellos la última posibilidad de vivir en un mundo encantado”.
Don Quijote no encuentra los ideales caballerescos a partir de los cuales él interpreta el mundo, por ello, concluyó Cercas, es posible decir que “El Quijote es una expresión del desencanto ante los ideales abolidos. Don Quijote es un payaso que se cree esos ideales y Cervantes es alguien que creyó en ellos, pero de los que desconfía. Como dijo en una entrevista Francisco Rico, Cervantes es como Dionisio Ridruejo: Ridruejo creyó en el falangismo, pero luego se desengañó. A Cervantes le pasó algo similar, creía en los ideales del imperio, pero se desengañó, aunque, a diferencia de Ridruejo, no dejó de creer del todo, solo a medias”. En lo que nunca dejó de creer es en la escritura, siguió escribiendo hasta el final, “escribió a contrarreloj como si sintiera que la muerte le pisaba los talones”. Y escribió “aunque los cultos lo ninguneen en su propia patria”.