Todo empezó en Sant Cugat (Barcelona) en 1992. Ramon Padrosa, natural de la localidad, y su mujer, Sole Urabayen, navarra de nacimiento, decidieron inaugurar un proyecto por su gusto por "la buena cocina". Pusieron en marcha el restaurante Rondes, un lugar donde se podían degustar pintxos del norte cuando “aún no estaban muy integrados en Cataluña”. De esta forma explican el inicio del proyecto Telefèric, que en 2017 celebra su 25 aniversario.
“Siempre me ha gustado cocinar, buscábamos un formato que atrajera a compartir la comida y a los poco comedores, como nuestros hijos", indica Urabayen. Cocina "sencilla a la par que exquisita". El Rondes se hacía famoso y el local empezaba a quedarse pequeño. En ese instante Ramon tuvo una idea: “Siempre iba a tomar café a un lugar que lo hacían muy bueno. Justo al lado había un lugar perfecto para alquilar”. Dicho y hecho. Se hicieron con el establecimiento, pero con una condición: cambiar el nombre por el actual.
Cambio de nombre
“Le pusimos Telefèric porque en el Rodes teníamos uno de juguete que recorría el restaurante por encima de los clientes y les hacía gracia”. Fue su hija Maria la que les animó a cambiar la nomenclatura porque “todo el mundo lo conocía por eso”.
El juguete tenía un significado muy especial. Compraron la maqueta en Suiza, donde la familia solía pasar las vacaciones. Finalmente se convirtió en el símbolo de su restaurante.
Los hermanos Padrosa-Urbayen, Maria y Xavier, regentan ahora el Telefèric / FERRAN NADEU
Cuando sus niños crecieron, la familia decidió abrir en 2012 su primer local en Barcelona. Fue en la calle Doctor Letamendi, en el barrio de Gràcia. “Barcelona es una ciudad muy importante por la gastronomía, la cultura y el arte", explica Xavi. “Son nuestros principales hobbies y hemos querido apostar por ellos en nuestros restaurantes, donde se pueden ver obras de Picasso, Chillida, Miró y Tàpies", dice el padre.
San Francisco y NBA
Tras la buena acogida decidieron apostar fuerte. Cruzaron el charco y dieron el salto a Estados Unidos, donde sus hijos habían residido por estudios y otros empleos: “Maria ha vivido en medio mundo y Xavi muchos años en América”, explica Ramon. Abrieron en 2015 un restaurante en San Francisco bajo el nombre Telefèric Barcelona.
Fachada del Telèferic Barcelona de San Francisco (Estados Unidos)
La respuesta a la aventura americana no tardó en llegar. “Al principio pensábamos: ¿dónde nos hemos metido?, pero por suerte todo salió bien”. De hecho, como explica Ramon, los americanos “tienen un concepto diferente de la tapa, les encanta". “Vienen jugadores de la NBA a degustar nuestra comida y nos hace mucha ilusión”.
25 años
La guinda al pastel llega en 2017. Tras triunfar en territorio americano, los Padrosa-Urabayen han abierto un nuevo local en Barcelona, en la plaza Jacint Raventós, en el Born. “Buscábamos algo muy céntrico y especial, que nos hiciera sentir como en casa”, indica Xavi, el precursor de este establecimiento junto a su hermana Maria.
“Han demostrado ser grandes gestores, ahora es su turno, nosotros ya hemos trabajado muchos años durante muchas horas y ellos están ilusionados e implicados”, argumenta el mayor de los Padrosa.
En la actualidad, el grupo de restauración cuenta con una plantilla de 205 personas repartidas en sus cuatro establecimientos. No descartan abrir nuevos locales en otras zonas de Cataluña. Estudian la posibilidad de Girona y Tarragona y ampliar su presencia en Estados Unidos.
La carta
La comida del Telefèric apuesta por “la fusión culinaria”. Vieiras al curry dulce, hummus de remolacha, bao de carrillera ibérica, y ravioli de pato confitado con bechamel de setas son algunas de las últimas propuestas de su carta.
Su pincho de foie a la plancha con mermelada de cereza y cebolla roja caramelizada fue galardonado con el premio popular en la ruta gastronómica De Tapas por Barcelona, mientras el negocio de San Francisco ganó el premio a mejor restaurante de la ciudad de la bahía que otorga la revista Diablo Magazine.
Barra de pinchos del Telèferic en Sant Cugat (Barcelona), los inicios del grupo / CG
“Yo quería ser músico, coleccionista de arte, motorista, pero nunca me hubiese imaginado todo esto”, sentencia Ramon, orgulloso al ver que ha dejado el legado en buenas y cercanas manos.