Hiroo Onoda, el soldado japonés que se pasó escondido casi 30 años -de 1944 a 1974- en una isla filipina después del final de la Segunda Guerra Mundial sin saber que había acabado, ha muerto el pasado jueves en Tokio.
Nativo de la prefectura de Wakayama, Onoda fue un oficial de inteligencia que se pasó casi tres décadas escondido en la jungla filipina, primero con dos camaradas y luego solo, y no se enteró del final de la contienda hasta 1974. Su historia ha sido ejemplo de la extrema lealtad de algunos soldados japoneses hacia su emperador, por el cual luchaban, aunque no es la única. Otros soldados japoneses, como Shoichi Yokoi, no fueron convencidos hasta principios de los años setenta de que la guerra había acabado.
No obstante, Onoda no sólo estuvo escondido, también mató equivocadamente a unas 30 personas pensando que eran soldados enemigos. Y aunque se sabía de su existencia en el año 1950, cuando uno de sus camaradas volvió a Japón -el otro murió en un enfrentamiento con el ejército filipino en 1972-, no se rindió hasta dos años después, cuando su superior al mando viajó hasta la isla de Lubang, una isla en el noroeste de las Filipinas, y le convenció de que la guerra había acabado.
Onoda había pensado hasta ese momento que los intentos de convencerle de que la guerra había acabado era una trampa -propaganda de los aliados- y apareció con su uniforme, espada, casco y rifle de 30 años de antiguedad y todos en buenas condiciones. Fue perdonado por sus muertes por el presidente filipino de la época, Ferdinand Marcos.