El camino hacia el Cuerpo Superior de Inspectores de Trabajo y Seguridad Social es, para muchos, una maratón mental y una prueba de resiliencia. Con tan solo 32 años, un inspector en Barcelona comparte su experiencia, destacando la intensa dedicación y la necesidad de aceptar el fracaso como parte fundamental del proceso.
Licenciado en Derecho y con un Máster de Asesoría Jurídica de Empresa, el inspector se sintió atraído por el derecho laboral durante la universidad. Optó por las oposiciones de inspección de trabajo no solo por su afinidad con la materia, sino también por las condiciones laborales relativamente cómodas y, especialmente, por la responsabilidad social que conllevan los actos de los inspectores.
Cuatro años de disciplina y fracasos
El proceso de oposición fue "relativamente duro". Estudió durante unos tres años y medio o cuatro, manteniendo una rutina estricta de ocho horas diarias de estudio y un solo día de descanso a la semana. A pesar de los momentos difíciles, nunca se planteó abandonar, ya que se había fijado un tope de cuatro o cinco años, que es la media para aprobar.
La oposición se componía de cinco exámenes, incluyendo una prueba oral conocida en la jerga opositora como "cantar el tema". El temario abarca unas 240 o 150 temas. El inspector enfatiza que la dificultad no reside tanto en el temario, sino en el desafío de controlar la mente y saber renunciar a muchas cosas.
Su principal consejo para los futuros opositores se relaciona directamente con el fracaso: "Para sacar la plaza hay que fracasar y mucho", afirma. Los fallos, como quedarse en blanco durante la exposición oral, son muy frustrantes, especialmente después de dedicar una semana entera a preparar un tema. Su recomendación es aceptar estos errores como un paso más y limitar el "luto" por el fracaso a solo una hora, para luego seguir adelante.
A pesar de la dificultad, no todas las plazas se cubren anualmente porque, a su juicio, no se alcanza el nivel exigido por el tribunal para acceder al cuerpo.
La realidad del inspector en Barcelona
El trabajo diario del inspector consiste en fiscalizar y controlar el cumplimiento de la normativa laboral. Esto implica realizar visitas a empresas, solicitar documentación y, en ocasiones, trabajar desde casa a través del teletrabajo.
En Barcelona, el volumen de denuncias es muy alto ("mucha mucha denuncia"), interpuestas por trabajadores, comités de empresa y sindicatos. Las quejas son variadas, cubriendo desde salarios y contratos hasta horas extraordinarias y seguridad laboral.
La figura del inspector provoca reacciones mixtas. La llegada de una inspección "asusta" a las empresas, ya que implica la fiscalización del negocio y el riesgo de una sanción económica. No obstante, el 70% de los casos sí lleva a una propuesta de sanción, mientras que el 30% restante no, a veces porque la denuncia no constituye realmente una infracción laboral o porque el inspector opta por requerir la subsanación de la deficiencia en lugar de proponer una sanción.
Un trabajo social y bien remunerado
La parte que más disfruta de su profesión es el contacto con la gente y la sensación de poder materializar una decisión que ayude a personas con problemas laborales. Es un trabajo "muy social" y "muy dinámico", que le permite estar cerca de la realidad de los trabajadores y conocer el funcionamiento de diversos sectores industriales.
En cuanto a la remuneración, el sueldo anual bruto se sitúa entre 45.000 y 50.000 euros, lo que se traduce en unos 3.000 y picos de euros netos al mes.
El aspecto que menos le agrada son los momentos de soledad requeridos para la redacción de documentos y el trabajo administrativo, que exigen introducir una gran cantidad de datos frente al ordenador. A pesar de ello, el inspector recomienda la profesión al 100%, siempre que el opositor disfrute de las materias específicas del derecho laboral, la seguridad social y la prevención de riesgos laborales. Concluye que es "muy feliz" con su trabajo.
