La economía española cumple un ciclo de dos años presionada por una inflación inédita en las últimas décadas que, además, se ha concentrado especialmente en el segmento de la alimentación. En los últimos 24 meses, el comportamiento global de los precios refleja un incremento del 12,7%, proporción nada desdeñable, pero que se multiplica por más de dos en el caso del ámbito anteriormente citado.
El Índice de Precios de Consumo (IPC) correspondiente al pasado julio refleja un avance de cuatro décimas respecto al mes anterior y deja el incremento interanual en el 2,3%. Un comportamiento moderado, inferior al registrado en la mayoría de las economías del entorno, pero detrás del cual se oculta un escenario poco menos que insostenible para los bolsillos de buena parte de los ciudadanos.
Trascurrido el mes de julio, la cesta de los alimentos y bebidas no alcohólicas empleada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) para medir el comportamiento de los precios se ha disparado un 25,8% en dos años. Es decir, la compra diaria o semanal cuesta una cuarta parte más a las familias que hace apenas dos veranos, cuando la población comenzaba a despertar de la pesadilla del Covid-19.
Con ser elevadas ya de por sí, las cifras medias no terminan de ilustrar la desbocada subida de algunos productos de consumo habitual en los hogares españoles.
Azúcar y aceite, más de un 50%
Sin ir más lejos, el azúcar, que es hoy nada menos que el 56,8% más caro que en julio de 2021; el aceite no le va a la zaga, con un incremento del 55,1% en este mismo periodo, pese a que ha sido uno de los productos a los que el Gobierno ha aplicado una rebaja del IVA desde comienzos de este año, desde el 10% al 5%.
La leche ha sido otro de los alimentos cuya escalada de precios se ha dejado sentir con mayor intensidad en el coste de la compra. Su avance ha sido del 44,3%, algo por encima del de los huevos, que se han encarecido una media del 38,3% en estos dos años.
Recuperación abrupta
Más en línea con el subgrupo de alimentos y bebidas ha estado el comportamiento de las carnes, con alzas del 26,1% en el caso del porcino y del 22,6% en el del vacuno. Por su parte, el pan ha subido algo más de un 20%, cerca de ocho puntos más que el índice general, aunque casi seis puntos menos que el conjunto de la alimentación.
Precisamente tal mes como ese hace dos años, la inflación comenzó a acelerarse de forma incontrolable; principalmente como consecuencia del recalentamiento de las mayores economías mundiales, que experimentaron una más que abrupta recuperación de la crisis generada por la pandemia.
Fruto de este proceso llegó una crisis de oferta, insuficiente para atender la desbocada demanda, que derivó en un problema de suministros (los célebres cuellos de botella, especialmente en los grandes puertos) y en una tensión de precios que se concentró, en un primer momento, en la energía.
De hecho, hasta julio de 2021, el IPC sumaba un incremento del 1,8% en el año, mientras que la tasa interanual aún se situaba por debajo del 3%. Cinco meses después, el ejercicio concluía con una inflación del 6,5%. Es decir, que los precios habían dado un salto cercano a los cinco puntos en apenas cinco meses.
2022, punto de inflexión
Sin embargo, en ese mismo periodo el comportamiento del subgrupo de alimentos y bebidas no alcohólicas fue más moderado, dado que los precios tan sólo se elevaron 3,5 puntos entre julio y diciembre.
El panorama cambió de forma dramática en 2022. Entre enero y julio, el coste medio de este tipo de productos subió nada menos que 9,8 puntos, cuatro más que el avance registrado en el IPC.
Reacción del Gobierno
Un índice general que registró aquel mes un dato interanual del 10,8%, el más elevado de las últimas cuatro décadas. Pues bien, en el caso del subgrupo de alimentación, ese diferencial a doce meses se situó en el 13,5%.
Durante el pasado año, esta variable llegó a sobrepasar el 16%, lo que obligó al Ejecutivo a tomar algunas medidas en el ámbito fiscal, como las indicadas, e incluso generó un debate en el Consejo de Ministros sobre la posibilidad de intervenir los precios de las grandes cadenas de distribución.
No obstante, las empresas del sector también han padecido consecuencias negativas por la anormal evolución de los precios, que se han manifestado sobre todo en el estrechamiento de los márgenes. El efecto de la inflación elevó las cifras de facturación, pero también las de los costes.
Una de las pruebas más evidentes de que la subida de precios ha modificado los hábitos de consumo ha sido la evolución del comercio minorista, que encadenó 15 meses a la baja, aunque a partir del primer trimestre de este 2023 ha empezado a recuperarse a buen ritmo, en coincidencia con la moderación de las tensiones inflacionistas.
Inquietud por la subyacente
El panorama actual deja un IPC ya en el entorno del 2%, pero una inflación subyacente más de cuatro puntos por encima, una anomalía que empieza a prolongarse más de la cuenta, y subidas en los precios de la alimentación que se mantienen muy cerca del 11% en tasa interanual.
En lo que va de año, el indicador general acumula un avance del 2,4%, que se multiplica por más dos en el caso del subgrupo de alimentación (+5,2%). Por encima, tan sólo el de ocio y cultura (+6%) y con el mismo resultado el de la hostelería.