Los últimos productores de rosas de Cataluña
Menos del 3% de las flores que se venden en Sant Jordi proceden de floricultores catalanes, el resto son importadas principalmente de Colombia, Ecuador y Países Bajos
23 abril, 2021 00:00Sant Jordi ha evolucionado en el último medio siglo hacia una fiesta más comercial, en la que nadie quiere quedarse sin su rosa. No obstante, el origen de esta flor también ha cambiado a lo largo del tiempo. Hace algo más de 50 años, el 80% de la producción de rosales para esta diada procedía de Cataluña; ahora, tan solo quedan dos pequeños productores en el Maresme: Bertan, en Teià, y Flores Pons, en Santa Susanna. Ambos, junto a otras diminutas plantaciones, suministrarán menos del 3% de las rosas que se venderán este 23 de abril.
Joan Pons, propietario de Flors Pons, uno de los escasos productores de rosas que quedan en Cataluña, está preparado para vender sus flores de la plantación de Santa Susanna (Barcelona) en mercados pequeños como Vilassar de Mar y otros de la costa catalana. “En rosas teníamos una hectárea de producción, pero ahora hemos reducido a 7.000 metros”, explica el floricultor. Este decremento se debe, principalmente, a la competencia de otros mercados con tiempo primaveral como Colombia y Ecuador, y a las plagas que “no se pueden combatir” por las restricciones de la Unión Europea en los químicos para fumigar.
El Sant Jordi de los años 50
Pons lleva más de 40 años produciendo rosas en el Maresme y es uno de los últimos cultivadores de esta flor en Cataluña. No obstante, no siempre ha sido así. Barcelona se nutría de las plantaciones costeras cercanas, pero ahora, “la competencia del mercado exterior hace que sea muy caro y complicado producir rosas aquí”. Los brotes con más densidad de pétalos de la flor colombiana y ecuatoriana, debido al clima primaveral del que cuentan para estas fechas, hace que la catalana sea menos vistosa y más pequeña, siendo descartada en muchas ocasiones por los propios floristas.
La tradición de la rosa de Sant Jordi y su relación con el Maresme es una de las costumbres que, a pesar de la importación, la dueña de la floristería más antigua de Barcelona no ha querido perder. Maria Ponsà, propietaria del establecimiento homónimo fundado en 1920 en Rambla Catalunya, explica que además de los dos productores de Teià y Santa Susanna compran “a monocultivos” de la comarca barcelonesa. La rosa tiene que ser “cogida del día anterior y fresca, por eso necesitamos que sean plantaciones de proximidad” para mantener la esencia de lo que ella considera que era hace 50 años: “Sant Jordi era una fiesta bonita, entrañable y tradicional y ahora se ha convertido en un evento más comercial”. De ahí, que se hayan tenido que importar cantidades de flores de países como Colombia, Ecuador y los Países Bajos.
Cambio de negocio en las floristerías
Este año, además de la escasez de rosas de origen catalán en los puestos de Sant Jordi, solo los floristas podrán vender en la calle de la mayoría de los municipios, como es el caso de Barcelona, por las recomendaciones del Procicat frente al Covid-19. Joan Guillén, presidente del gremio de floristas de Cataluña, recuerda cómo la organización compró todas las flores producidas en el territorio “como acción solidaria por no poder celebrar la diada a raíz del confinamiento total”. No obstante, remarca que “la producción catalana de rosas cada vez es más difícil” y ha habido un cambio de negocio porque “el precio de los terrenos para plantaciones cada vez es mayor y no se puede competir con los precios que se ofertan desde otros países”.
Estos pequeños productores tenderán a desaparecer o a “tener plantaciones ínfimas en Cataluña”, asegura el presidente del gremio. Por ello, la mayoría de las floristerías, como es el caso de René López, que cuenta con un establecimiento de venta de flores en Cornellà de Llobregat (Barcelona) desde el año 1969, se han adaptado de la misma manera que lo hicieron los floricultores de Vilassar de Mar, quienes “desde hace varias décadas se transformaron en mayoristas” para ofrecer cultivos procedentes de otros países. El florista del Baix Llobregat asegura que el origen colombiano, ecuatoriano u holandés de la rosa “se ha convertido en una tradición de Sant Jordi desde hace años”, a falta de plantaciones catalanas.
Tres días de ‘Freedom’ y ‘Red Naomi’
El gremio de floristas de Cataluña ha acordado con las diferentes administraciones del territorio que este año la celebración de la diada cuente con tres días de venta: 21, 22 y 23 de abril. Esto representa diversificar y evitar aglomeraciones que provoquen un aumento de infecciones por Covid-19. Durante estas jornadas, marcadas por las restricciones y el toque de queda, Mercabarna-Flor prevé que se compren 4,2 millones de rosas en toda la comunidad. El 62% procederán de Colombia, otro 23% de Holanda, un 12% de Ecuador y menos del 3% de España. Los cultivos latinoamericanos se basan, precisamente, en la variedad Freedom, que supone el 80% de las flores adquiridas en Sant Jordi.
La Red Naomi, por el contrario, es la más utilizada por los floristas. López es la que más utiliza en su tienda de Cornellà porque “tiene más calidad y son rosas de 70 u 80 centímetros con un diámetro más grande”. A causa de la sobredemanda de rosas en Estados Unidos para el día de la madre de este año, los precios de importación se han encarecido un 10%, un aumento que asumirán entre vendedores y mayoristas. “La flor no sube de precio, lo que hace aumentarlo son las creaciones y el trabajo que hay detrás para tratarla con su debida decoración”, sentencia. Un Sant Jordi atípico, con costes mayores para prevenir los contagios por coronavirus, que aprovechará la venta online (entre un 10% y 15%) y la importación del producto para revertir la debacle que supuso 2020, durante el primer estado de alarma y el confinamiento total, que dejó a Cataluña sin su particular diada.