En el exiguo plazo de cinco días se ha registrado en España la fusión que ha dado lugar al primer banco del país, el nuevo Caixabank, y las juntas de accionistas de Unicaja y Liberbank han dado luz verde a la operación que unirá a ambos para conformar el quinto. Muchos podrían imaginar que en Frankfort, donde se ubica la sede del Banco Central Europeo (BCE), no paran de descorcharse botellas de cava al comprobar de qué manera se siguen sus consignas. Sin embargo, no es precisamente el espumoso lo que recorre los pasillos de la entidad, y sí una creciente preocupación por el futuro del sistema financiero de la zona euro.
Es cierto que en España se ha cerrado una gran fusión, otra está en camino e incluso una tercera, la fallida entre el BBVA y Banco Sabadell, se quedó por el mismo. No resultaría mal bagaje si no fuera por cuestiones como que el ejemplo no cunde en otros mercados en los que, incluso, urge más aún si cabe la consolidación; y que las fusiones no son exactamente las que se esperaban; y que los bancos resultantes siguen sin tener el tamaño ideal para afrontar la travesía en el desierto de los tipos negativos…
Rechazo indisimulado
Pero, sobre todo, la frustración del BCE se localiza en las fusiones transfronterizas. ¿Cuáles? Ese es precisamente el problema, que no sólo no están sino que, además, ni se les espera. Y si había algún atisbo de esperanza, tenía que ser en España, donde más movimiento ha habido, donde el regulador tiene en su particular radar un candidato que considera perfecto, como el Banco Sabadell.
Sin embargo, las negativas han sido múltiples. Y, lo que es aún peor, indisimuladamente tajantes. En público, destacados directivos del sector no han ahorrado palabras para expresar su rechazo a este tipo de operaciones.
Los bancos y el Gobierno
“Haría falta una serie de cambios regulatorios para que nos pudiera interesar una operación de este tipo”, apuntó recientmente la presidenta del Santander, Ana Botín. Una opción que también ha descartado su homónimo en el Sabadell, Josep Oliu, que ha defendido proseguir el camino en solitario como la mejor forma para afrontar los desafíos que vienen.
Una línea, la de abominar de operaciones transfronterizas, que también siguió en su día el recién nombrado presidente de Caixabank, José Ignacio Goirigolzarri, cuando ocupaba el mismo cargo en Bankia, antes incluso de que se hablara de la fusión. Postura compartida por el Gobierno, representante del que era el accionista mayoritario de esta entidad hasta entonces: el mismísimo Estado.
Inseguridad
En sede parlamentaria, la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, explicó que a la hora de buscar una salida para el futuro de Bankia se evaluó la conveniencia de una operación con una entidad de la zona euro pero que se descartó de forma rotunda.
Todos los caminos en busca del origen de este rechazo sistemático conducen al inconcluso proceso de la unión bancaria europea, uno de tantos impulsados por instituciones relacionadas con la UE que se ha quedado a medio camino; en un punto en el que, por un lado, genera una cierta armonización pero que, por el otro, ofrece grandes sensaciones de inseguridad jurídica.
Afrontar desafíos
Poco antes de la irrupción de la pandemia, el presidente de la Asociación Española de Banca, José María Roldán, mostró tanto su preocupación por la competencia con la que los gigantes tecnológicos estadounidenses amenazan al sector como su convencimiento de que la ausencia de esa unión bancaria europea al completo dificultaría en gran medida la creación de gigantes multinacionales para hacer frente a la situación.
En este sentido, Roldán llegó a asegurar que Europa está jugando contra sus propios intereses y no ocultó que el propio BCE, el que tanto habla sobre la necesidad de este tipo de operaciones, era el primero que no parecía estar demasiado interesado en que se dieran las condiciones para se produjeran.
Exceso de supervisión
Lo cierto es que la inquietud va en aumento en el regulador bancario de la zona euro al que, entre tanto, determinados componentes del sistema acusan de mantener una regulación excesivamente estricta. Con orígenes en la pasada crisis y con la intención de que no se repitieran errores del pasado, pocos pueden negar que la supervisión que se ha llevado a cabo desde entonces ha sido clave para que, sin ir más lejos, la banca haya sido parte (y, además, importante) de la solución y no del problema en el enclave de la recesión derivada de la pandemia del coronavirus.
Sin embargo, no son pocas las voces que advierten sobre el perjuicio que supone para la banca contar con una serie de ataduras regulatorias a la hora de encontrar la flexibilidad necesaria para dar todo su apoyo a particulares y empresas en la actual crisis.