En algún momento se volverá a la austeridad. Ese es un mantra que repiten algunos economistas, que son vistos como pájaros de mal agüero. Es el caso de Josep Oliver, catedrático emérito de Economía Aplicada de la UAB, que valora el papel que ejerce el Banco Central Europeo (BCE), y que para España es vital. La opción de que toda la deuda que compra el BCE se pueda quemar en un determinado momento, no es real. Estará en sus balances y se podría convertir en deuda perpetua, eso sí, pero en los próximos tres o cuatro años todos los países europeos deberán reajustar sus cuentas. ¿Una quimera en el caso de España?
Las compras de activos de BCE baten todos los records. Con la pandemia del Covid, su presidenta, Christine Lagarde --a pesar de sus titubeos iniciales-- ha dado rienda suelta a las compras de deuda. Este año acabará con activos, en sus balances, equivalentes al 45%-50% del PIB de la eurozona, y unos 450.000 millones en el caso de España.
El economista José Carlos Díez sostiene que la calma durará un tiempo: “Hasta marzo de 2022 España podrá respirar, porque el BCE no dejará de comprar deuda”. ¿Pero qué pasará luego? En ese lapso, el presidente Pedro Sánchez deberá decidir también cómo quiere acabar la legislatura, y qué socios deben permitir dar un salto adelante en la economía española.
Deuda con tipos de interés en negativo
El espejismo ya se ha producido, y es que la deuda de referencia, el bono a diez años, ya está en tipos negativos, como le ocurrió a Alemania y a los países centrales europeos. Se podría entender en la confianza de los inversores con el norte de Europa, pero ha ocurrido también respecto a los países del sur, con el BCE detrás, como garante. Un hecho que enloquece a los halcones del Budesbank alemán, pero que se entiende en el actual contexto, en un momento, además, en el que no se genera inflación.
Pero a medio plazo, España deberá acometer reformas importantes, más allá del dinero que reciba a través de los fondos de reconstrucción, los 140.000 millones que deben servir para un salto en el modelo productivo. Y es que lo sucedido desde la crisis de 2008, no invita a pesar que se podrá reducir la deuda con facilidad, una deuda que ascenderá a finales de 2020 al 114% del PIB, y que puede ascender al 120% en 2021. Aunque España creció desde 2014 hasta justo antes de la pandemia, en el primer trimestre de 2020, por encima del 3% para declinar a un porcentaje cercano al 2%, las cuentas públicas nunca se llegaron a equilibrar. El mejor año fue en 2018, con un déficit del 2,5%, mientras que la deuda no se llegó a controlar, y se quedó en el 95% sobre el PIB en 2019.
Menor peso del turismo
El catedrático de la Universidad de Granada, Santiago Carbó, rechaza las salidas fáciles, la idea de que el BCE acometerá en los próximos años una especie de liquidación de esa enorme deuda que acumula en sus balances, y que, como por arte de magia, todos los países de la eurozona podrán reiniciar sus crecimientos sin ese lastre. Y, aunque ve algo más factible una especie de deuda perpetua, ello exigirá “unos acuerdos entre todos los socios que es difícil de vislumbrar en estos momentos”. Es decir, habrá facilidades, con bajos tipos de interés, pero la deuda se deberá pagar, y para ello sólo hay una receta: “crecer y crecer a través de reformas que mejoren la productividad”, insiste Carbó.
Es lo que reclamaba desde hace años Josep Oliver, a quien le tachan sus propios colegas de ser el economista más pro alemán en España. Pero lo que sostiene Oliver no se aleja de los consejos de muchos otros expertos, como el propio Carbó: “El modelo productivo de España debe cambiar, aunque sea difícil, y el peso del sector turístico deberá ser menor”. Menor en tamaño, --ahora significa entre el 13% y el 14% del PIB-- pero más efectivo y rentable. Es decir, que suponga mayores ingresos. Y eso para por una transformación que sí puede llegar de la mano de las ayudas europeas. “Los operadores turísticos son británicos u holandeses, y se debería pensar en cómo importantes empresas españolas, como Telefónica, pueden desarrollar avances en ese sentido”, señala Carbó, con la idea de depender mucho menos de esos operadores extranjeros, que rebajan precios para buscar cantidad.
El fantasma de Japón
Ese es uno de los ejemplos que se pone sobre la mesa para que España dé un salto de verdad a partir de la pandemia del Covid, para que aproveche en su totalidad los 140.000 millones de euros de los fondos de reconstrucción, y no vuelva a reproducir su modelo de siempre.
En los últimos años, la situación de España para el pago de la deuda ha cambiado de forma notable. En el peor momento, en 2012, llegó a pagar un 7,6% de interés, llevando el país al borde del abismo. Ahora, los tipos están en negativo. Sin embargo, esa situación no puede durar mucho tiempo. El economista José Carlos Díez señala que existe un peligro tal vez mayor, y es el fantasma de la deflación, de que Europa camine o se instale, de hecho, en un proceso de japonización. Japón lleva 24 años con tipos de interés del 0,5% o por debajo --ahora de -0,1%-- y eso paraliza la economía, con inversiones que se ven sin sentido si no se puede pensar en subidas de precios a corto o medio plazo.
¿Reestructurar la deuda?
Lo que debe contar, la máxima preocupación, según los expertos consultados, es que España comience una senda de crecimiento, que podría llegar con fuerza a mediados de 2021, siempre que la pandemia del Covid quede controlada, gracias en buena parte a la vacunación masiva que se espera poner en marcha a partir de la primera semana de enero. “Si se crece, con tipos bajos, con reformas y con esas ayudas europeas, España puede salir adelante, sin pensar en medidas como una quema de la deuda”, insiste Carbó.
Otra cosa serían las quitas, las “reestructuraciones de deuda”, que están pensadas para situaciones distintas. En los años noventa, la petición de la condonación de la deuda para los países de América Latina era una constante que se reclamaba desde la izquierda. Y en la crisis de 2008, se acabó produciendo en países como Grecia. Pero eso supone que el país ha llegado a un caso extremo, de práctica quiebra. Y en Europa hay un salvavidas que cobra cada vez más peso: el BCE, en un camino que, según Díez y Carbó, puede conducir hacia una mayor integración fiscal y política. En todo caso, “habrá que hacer los deberes”, sentencian los dos.