Es el momento. La pandemia del Covid-19 ha mostrado que la sociedad puede economizar sus recursos y tener otras referencias y prioridades para vivir. Lo defiende el movimiento internacional Economía del Bien Común, que lidera el economista austríaco Christian Felber, investigador en el Instituto IASS de Berlín-Potsdam. Los cambios deben pasar, según el “bien común”, por nuevas relaciones en el comercio internacional, aprovechando que ahora se ha reducido, y por un impuesto a las transacciones financieras.
La tesis, utilizando el argot de los científicos con el Covid, es que hay que "aplanar" lo que se ha hecho hasta ahora: “Con el mismo rigor y determinación que los gobiernos han aplicado al tratar de aplanar la curva de contagio del Covid-19, ahora necesitamos aplanar las curvas del uso de la Tierra, del consumo de energía y recursos, de la desigualdad y del poder ilimitado de las corporaciones multinacionales".
El manifiesto lo firman hasta 17 entidades y responsables asociados al movimiento de Economía del Bien Común, que ha logrado extenderse en los últimos años, a partir de la crisis de 2008. Está presente en 30 países de todos los continentes, con 200 delegaciones locales. Y 700 empresas, universidades y gobiernos regionales han adoptado “el balance general del bien común”. El Consejo Económico y Social Europeo consideró, en 2015, al movimiento como “un nuevo modelo económico sostenible”.
Comercio local
¿Pero qué promueve justo ahora ese modelo, partidario de no contar con el PIB como la medida para comparar los crecimientos de los países? Una cuestión esencial para estos economistas es el comercio internacional, que se considera injusto y que beneficia a las grandes corporaciones. Christian Felber, en una entrevista con Crónica Global, señalaba que, al margen de la personalidad y de las maneras del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lo que promovía al inicio de su mandato iba bien orientado, porque buscaba un cambio en esas relaciones que, a juicio de Felber, debían pasar por un mayor protagonismo del comercio local. Lo explica en su obra Por un comercio mundial ético; porque el debate "no es entre libre comercio y proteccionismo, sino entre comercio ético y no ético".
En el manifiesto se señala que “los intercambios comerciales deben cumplir el objetivo de estabilizar el clima del planeta, mantener la biodiversidad, la diversidad cultural, y proteger los derechos humanos, las necesidades básicas y la dignidad”. Por tanto, se rechaza el “libre comercio” que ha llevado a suscribir acuerdos como el de Mercosur o el CETA, pactos que “son ejemplos claros del viejo paradigma de comercio forzado con las conocidas consecuencias perjudiciales”. Y se propone, para alcanzar un “orden comercial ético”, un impuesto al carbono de unos 100 dólares por tonelada de CO2, según lo recomendado por el Informe Stiglitz-Stern de 2017.
Las ayudas directas del BCE
La otra pata importante, para Europa, es la apuesta de la Economía del Bien Común por una ayuda directa del Banco Central Europeo (BCE) a los países miembros de la UE y “una mayor imposición de los ingresos del capital, de la propiedad privada y de las herencias, al mismo tiempo que se democratiza progresivamente para evitar la corrupción y poner a los Estados al servicio de la ciudadanía”. Uno de los datos que se maneja es que, en la zona euro, la riqueza privada supera a la deuda pública en un “factor de cinco”. Y que esos impuestos, por tanto, reducirían la desigualdad.
En el caso del BCE, se señala que se podría “combinar la política fiscal con la monetaria”. La idea, como han defendido gobiernos como el español o el italiano, es la de “una combinación de eurobonos con préstamos sin intereses de los bancos centrales al Estado hasta un límite razonable”, porque “sería más efectiva". Para ello se pide modificar el artículo 123 del Tratado de Funcionamiento de la UE, que prohíbe los préstamos directos del BCE a los miembros de la eurozona.
Cooperación global
El movimiento cree que todas esas cuestiones deberían adoptarse ahora, y que algunas de esas recetas o la filosofía del “bien común” ya se han comenzado a adoptar por parte de distintos gobiernos locales. Con la defensa de que las empresas asuman una mayor responsabilidad social, ecológica y democrática, los firmantes del manifiesto señalan que algunas ciudades ya caminan en esa dirección y citan a “Barcelona, Amsterdam, Stuttgart y Viena”.
Felber, el alma de la Economía del Bien Común, considera que no podrá haber soluciones locales sin una “cooperación global” y sin que se reduzca el ánimo por la competitividad. Por ello insiste en que una de las claves es el comercio internacional, con la idea de que debe complementar al comercio local, pero no eliminarlo. Y su ideario comienza a estar ahora sobre la mesa, tras la pandemia del Covid y la necesidad, por obligación, de mirar, de nuevo, a lo local y próximo.