Los sindicatos españoles han comenzado a levantar la bandera de las nacionalizaciones, para casos concretos y de la mano de lo que pueda aprobar la Comisión Europea. La necesidad de las grandes empresas de cada país de paliar la debacle económica, podría llevar a la entrada de capital público. El debate es serio. Pero se mantiene el poso económico y cultural de cada país. Los dos grandes sindicatos en España, UGT y CCOO han señalado que no entendería que no se buscara alguna solución para las grandes empresas de sectores estratégicos. Pero, más allá de la coyuntura, ¿hay modelos distintos en la lucha sindical justo después del Primero de Mayo que no se ha podido celebrar por el Covid-19 y la situación de reclusión social?
Los sindicatos españoles no agrupan más que al 14% de los trabajadores. La afiliación ha ido disminuyendo. El panorama no es mucho mejor en el resto de países europeos. Alemania tiene algo más, el 17%; Francia es de los peores, con sólo un 8%; mientras que la media de la OCDE es del 33,2%. Destaca la enorme potencia de los sindicatos en Suecia, con un 66% de sus trabajadores afiliados. En una zona intermedia está el Reino Unido, con el 23% y Estados Unidos, con el 24%.
Proceso histórico
Pero, ¿cuál es el modelo que se ha querido seguir en las últimas décadas? España ha buscado la concertación y el llamado diálogo social, pero en su ADN, como en Francia, figura la lucha de clases y el enfrentamiento con el también llamado capital. Es un proceso histórico, que ha ido evolucionando. En Alemania también fue así, al ser los sindicatos la traslación exacta de las luchas políticas entre los partidos comunistas y socialdemócratas. Pero en Alemania todo cambió después de la II Guerra Mundial.
Como casi todo en Europa, el debate está marcado por la divisoria entre Francia y Alemania. En el caso de Francia, sus sindicatos mantienen sus carácter de enfrentamiento con el Gobierno, y prueba de ello son las huelgas y los conflictos laborales que ha afrontado el presidente Emmanuel Macron en los últimos años.
Un hecho ilustra esa mentalidad. En Francia apenas hay estatuas que representen a pioneros empresariales. A los trabajadores franceses, a finales del siglo XIX, les encantaba demoler esas estatuas, y la idea era clara: no expresar en ningún momento la voluntad de ‘cooperar’ con las empresas.
La lección alemana
En Alemania se aprendió la lección y frente al conflicto se buscó, precisamente, la cooperación, desde sindicatos que fueron y son poderosos por el trabajo interno que realizan en las compañías, más que por la labor externa. En el caso de los sindicatos españoles ha sido al revés. A pesar de su debilidad interna, su capacidad ha venido dada por ser reconocidos como interlocutores sociales, con un papel más vistoso de cara al exterior.
En la democracia de entreguerras en Alemania se produjo lo que luego se cambiaría por completo: múltiples sindicatos que competían entre sí y utilizaban estrategias de negociación destinadas a “maximizar las ganancias para sus miembros”. Con ello, como ha explicado el investigador social Mancur Olson, economista y sociólogo norteamericano, cada unidad de negociación colectiva busca ganancias para sus miembros a costa de la comunidad en su conjunto. Alemania simplificó la estructura organizativa para que hubiera menos actores y se luchara, realmente, por el interés general.
Los sindicatos ya estén presentes en las grandes empresas alemanas. Participan y “cogobiernan las compañías”. A partir de los años 50 del pasado siglo, los trabajadores formaron parte de los consejos supervisores. En 1952 una ley adoptó la decisión de que un tercio del consejo supervisor estuviera compuesto por representantes de los empleados, y, desde1976 se impuso el principio de que la mitad de los representantes se aplicara a todas las empresas alemanas con más de 2.000 empleados.
Nacionalizar, ¿pero qué?
En España ahora el debate sobre las nacionalizaciones cobrará un mayor impulso, en función de lo que decida la Comisión Europea, que deberá adoptar en breve una decisión. El economista y profesor de la UB, Gonzalo Bernardos, pide que se estudie con calma: “Si se busca nacionalizar una empresa, se debe gestionar para que obtenga beneficios y puede venderse al capital privado. El precio de venta debe ser superior al dinero invertido; en la mayoría de los casos no se debería nacionalizar, sino darles ayudas y créditos para que puedan sobrevivir por sí mismas; y nunca se debería sanearlas y regalarlas como se hizo con numerosas cajas”.
Porque, ¿de verdad el problema en España ahora son las empresas de los sectores estratégicos? ¿Qué es ser estratégico? Bernardos responde: “Yo creo que es estratégico en estos momentos invertir en sanidad. La finalidad es aumentar la capacidad de los hospitales y especialmente de las UVI para que los posibles infectados por la vuelta al trabajo no colapsen la sanidad. Por otra parte, me parece que la Administración debe intentar asegurar la igualdad de oportunidades. Para ello, es esencial invertir en educación de calidad. Finalmente, en el caso de España, transformar la actividad científica e investigadora de las universidades en los departamentos externos de I + D + i de muchas pymes. Para ello, es imprescindible apoyar más la investigación”.
En todo caso, ese debate se utiliza políticamente, con declaraciones de los distintos dirigentes políticos, como Pablo Iglesias o los propios líderes sindicales, Unai Sordo, de CCOO y José María Alvarez, de UGT. De fondo, y con un modelo integrado, que mantiene su vigencia, siguen los sindicatos alemanes y las empresas alemanas, con la colaboración muy estrecha del propio Gobierno federal alemán y de los gobiernos de los länder alemanes.