Hasta 24.000 cruceristas pueden desembacar en una sola jornada estival en el Puerto de Barcelona. A todas luces parece un buen síntoma para la economía de la ciudad. En los últimos 25 años el volumen de pasajeros de estas embarcaciones que han recalado en las costas españolas se ha multiplicado por 18. Así, ha pasado de 480.000 en 1992 hasta alcanzar una cifra récord en 2018, año en el que de los 30 millones a nivel mundial, 10 atracaron en nuestro país. Tres de ellos en la capital catalana, que ocupa la primera posición no solo en España, sino en toda Europa. Pero el crecimiento exponencial y descontrolado de este tipo de turismo masivo supone un lastre para el comercio local y el medioambiente.
Así, aunque los datos parecen indicar la relevancia irrebatible de esta actividad para la economía nacional --se estima que representa el 10,9% del PIB del sector turístico y que genera un volumen de negocio que supera los 1.200 millones anuales, según datos del Ministerio de Fomento--, no lo es tanto para vecinos y pequeños comerciantes. Los primeros, que residen en barrios cercanos a la zona de atraque, se ven obligados a abandonar su residencia, bien por la masificación o por la consecuencia que esta produce: el aumento de las rentas de alquiler. Los segundos se ven obligados a cerrar sus negocios por motivos similares.
Turismo sostenible, no masivo
"El relato del beneficio económico para la ciudad no se sostiene desde hace años. Se está imponiendo el turismo masivo como política y actividad en nuestras urbes, y las somete a una gran presión a nivel de masificación y produce la expulsión, no solo de las personas, sino también del tejido económico local", lamenta María García, coordinadora técnica de Ecologistas en Acción en Cataluña. Un impacto que se hace evidente en zonas muy localizadas, como Las Ramblas, principal destino de cruceristas, plagado de establecimientos pensados por y para el visitante. "La llegada descontrolada transforma algunos barrios, que se llenan de visitantes y a su vez se vacían de vecinos. Lo mismo sucede con las tiendas: lo que antes eran comercios para la población residente ahora venden souvenirs", constata.
Es más, el supuesto beneficio económico que supondría para la ciudad se ve limitado por la ruta que siguen los visitantes que desembarcan en el puerto, ya que incluso las excursiones se contratan en el mismo barco y es un operador internacional el que presenta el servicio, con lo que el beneficio se reparte al 50% entre la naviera y las empresas de capital extranjero --como Intercruises--.
Además, las excursiones se limitan a "puntos de interés altamente masificados como la Sagrada Familia, Montjüic --para hacer una foto con vistas a la ciudad-- donde ni si quiera hay comercios, y después les dejan en plaza de Catalunya, donde sí pueden consumir o realizar gasto en alguna gran superficie comercial", relata García. Una tesis que corrobora Gabriel Jené, presidente de Barcelona Global y Barcelona Shopping Line. "Los cruceristas que llegan a la ciudad están muy dirigidos hacia determinadas tiendas del centro de la ciudad, marcas de lujo, puntos que fijan los touroperadores, o guías turísticos que ya los llevan muy encaminados a determinados sitios", señala.
Promoción del comercio local
El presidente de la Unió dels Eixos Comercials Turistics de Barcelona hace hincapié en la necesidad de impulsar el comercio local de cara a los visitantes. "Es una cuestión de promoción. Entidades como Turisme de Barcelona deben velar por ello. Los operadores captan la máxima demanda hacia ellos, que es lo normal, y nosotros consideramos que las entidades que tienen capacidad para ello deben prescribir la singularidad del comercio de la ciudad, para que también puedan captar la demanda de los cruceristas", subraya.
Jené apunta que son las marcas de lujo y las grandes superficies las que se benefician del turismo de cruceristas y no el pequeño comercio de la ciudad. "Hace falta promocionarlo de cara al turismo. Tenemos la suerte de contar con tiendas singulares en Barcelona, que es la tercera ciudad en destino de compras, a la que acuden desde toda Europa por nuestra oferta comercial. El problema es que eso no llega al crucerista porque no se hacen los deberes para que el pequeño y mediano comercio se pueda beneficiar, porque están dirigidos a grandes firmas y determinados centros comerciales", lamenta.
Aunque descarta que la superviviencia del comercio local se vea amenazada, sostiene que la cuestión central es "repartir los beneficios del turismo hacia una economía más diversificada de ciudad". "Si todos van a comprar a las grandes marcas de turno, llueve sobre mojado. El objetivo es que la ciudad se beneficie desde una perspectiva más amplia, y desde el punto de vista de las compras, tenemos todos los ingredientes para que el crucerista también nos compre a nosotros. Lo que hace falta es una acción de promoción para que cuando llegue sepa que hay comercios en la trama urbana donde puede realizar un gasto", explica.
El negocio de los cruceros
Desde Ecologistas en Acción explican que este tipo de turismo no se produce de manera natural sino que se debe a tres factores. El principal es la ampliación de infraestructuras del litoral Mediterráneo. "Se amplían las terminales de cruceros --Barcelona abrió el año pasado la quinta, en el muelle adosado, concesionada a Carnival Corporation--, espacios que se conciben de manera inicial como públicos, aunque después se privatizan y se liberalizan, y pasan a ser concesiones", señala García, lo que se traduce en un incremento de turistas en este tipo de embarcación.
El segundo motivo es el low cost. "Estos megacruceros han establecido precios populares gracias a la ausencia de regulación y la externalización de los costes", explica. Como tercer punto señala la publicidad a nivel comercial, que potencia este tipo de viajes. Frente a los que defienden que genera beneficios económicos recuerda los costes para la ciudad. "A nivel de seguridad llegan a triplicarse, y eso lo asumen los residentes, también en cuanto a la prestación de servicios públicos, mientras que los grandes capitales extranjeros, que controlan el mercado de cruceros: Carnival Corporation, Royal Caribbean Cruises, Norwegian y MSC Cruises, obtienen grandes resultados".
Contaminan más que los coches
La contaminación de los cruceros cuadruplica en España a la generada por los coches. Según un estudio reciente de Transport & Environment (T&E), la polución generada por los cruceros que todos los años atracan en los principales puertos españoles contaminan cinco veces más que el total de los vehículos que circulan en todo el territorio. Y Barcelona es la ciudad más afectada por las grandes cantidades de tóxicos que emite un número relativamente bajo de estas megaembarcaciones. Una de esas grandes compañías, Carnival Corporation, emitió en un año casi 10 veces más dióxido de azufre alrededor de las costas europeas que el total de 260 millones de coches que hay en el viejo continente. Por su parte, Royal Caribbean Cruises multiplicó por cuatro las emisiones contaminantes de los vehículos de cuatro ruedas.
¿A qué se debe? "A la cantidad de azufre que contiene el combustible, que es uno de los más tóxicos que existen, y que siguen quemando mientras se mantienen atracados para mantener activas todas sus instalaciones. Son como una gran ciudad flotante que consume mucha energía y genera muchas emisiones", señala García. Esto provoca que se concentren grandes cantidades de contaminantes en las zonas del litoral que ocupan y en las poblaciones más cercanas a estas. Así, desde Ecologistas en Acción censuran que, mientras se están implementando políticas restrictivas para la circulación de coches diésel con el objetivo de reducir la polución, no se tomen medidas contra las navieras.
Regulación restrictiva
García recuerda que el Mediterráneo sufre las consecuencias de las emisiones contaminantes, que empeoran la calidad del aire y provocan la acidificación de los océanos. Por ello, los ecologistas plantean que se tramite una regulación, como el Área de Control de Emisiomes (ECA, por sus siglas en inglés), que ya se ha implementado en Canadá y Estados Unidos, para reducir la toxicidad del combustible de los cruceros a 200 millas de la costa. Además, propone una reducción de los atraques diarios a uno, en el caso de Barcelona y Palma de Mallorca, y la paralización de la construcción de nuevas terminales para su llegada; como ya han anunciado en Dublín, Dubrovnik y Santorini.
Desde la organización subrayan que la población no puede asumir los costes económicos y sociales que genera un negocio que solo resulta imprescindible para los cuatro grandes grupos que lo capitalizan. Como ejemplo recuerdan la decisión del Gobierno francés, que ha paralizado las obras de ampliación del aeropuerto de Marsella tras considerar que compromete la consecución de los objetivos de reducción del cambio climático. Por ello piden que aquí también se evite potenciar infraesctructuras sin ningún tipo de regulación y emprender acciones urgentes contra las consecuencias que generan las emisiones contaminantes.