Ioana, la prostituta del Raval obligada a prostituirse por su exmarido y proxeneta / CG

Ioana, la prostituta del Raval obligada a prostituirse por su exmarido y proxeneta / CG

Vida

“Mi marido fue mi proxeneta y ahora vuelve a perseguirme”

Una prostituta ejerce voluntariamente en el Raval tras haber sido obligada por su pareja

15 diciembre, 2016 00:00

Tiene 29 años, es de Bulgaria y lleva desde los 18 en la prostitución. Ioana (nombre ficticio) llegó a Barcelona en 2007 creyendo que iba a trabajar en el campo, como hizo cuando vivió en Valencia, pero no fue así. Su marido le obligó a prostituirse, convirtiéndose así en su proxeneta. “Yo no estaba de acuerdo, no quería trabajar vendiendo mi cuerpo. Luego fue comiéndome la cabeza diciéndome que sería solo de una forma temporal hasta que tuviéramos un poco de dinero para poder vivir y buscaríamos otra cosa”, explica la joven a Crónica Global.

No fue así. La etapa que tenía que ser temporal duró cuatro años que para Ioana se hicieron eternos. Entonces era una época de bonanza y podía ganar entre 1.000 y 1.500 euros al día --“Ahora, si llegas a 2.000 al mes da gracias”--. Pero ni un solo euro era para ella y tampoco podía engañarlo escondiéndose algún billete en el sujetador. “Cada noche, al llegar a casa, me desnudaba y, si encontraba dinero, me pegaba una paliza”, explica la joven.

La obligaba a trabajar cada día desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche de pie, en la calle d’En Robador, en el barrio del Raval de Barcelona, bajo su vigilancia permanente desde un bar, una ventana o cualquier otro lugar cercano. Incluso cuando estaba enferma o tenía la regla. Impidió que aprendiera el español para cortar cualquier posible indicio de independencia que se asomase a Ioana y le quitó el pasaporte. Ella se hartó: acabó denunciándole y consiguió una orden de alejamiento.

Prostitutas trabajando en la calle d'En Robador, en el Raval de Barcelona / CG

Prostitutas trabajando en la calle d'En Robador, en el Raval de Barcelona / CG

Prostitutas trabajando en la calle d'En Robador, en el Raval de Barcelona / CG

Proxenetas intermediarios

En 2011, su exmarido entró en prisión por causas pendientes que tenía con la justicia de su país. Ni siquiera entonces, la chica pudo librarse de sus garras. Un grupo de proxenetas también de Bulgaria trataron de captarla para que se prostituyera para ellos, que a su vez trabajaban para su exmarido. Había dado la orden desde la cárcel.

Aparecieron con otra chica, también prostituta, que había intentado suicidarse como única alternativa para librarse de ellos. Trataron, sin éxito, de clavarle un cuchillo a Ioana y la persiguieron hasta que tuvieron un encontronazo con el Grupo de Tráfico de Seres Humanos de la Guardia Urbana de Barcelona que, tras la denuncia de las chicas, los enviaron a la cárcel.

Desde entonces, Ioana ejerce la prostitución de forma voluntaria. “Trabajo entre cuatro y cinco horas al día, si quiero librar un viernes lo hago, si llueve o hace frío no trabajo y, si me encuentro mal, tampoco. Además, todo el dinero que gano es para mí y para mi hija”. Una niña de diez años que tuvo con su exmarido y vive en Bulgaria con sus padres, ajenos a la vida real de la joven.

El exmarido, en la calle

Ahora, el que fue su proxeneta ha salido de la cárcel y vuelve a perseguirla. “Ayer mismo me envió un mensaje de Facebook en el que me insultaba. Me decía que soy una perra, que siempre voy a ser una puta y que espera que todo me vaya mal. ¿Qué hice? Bloquearlo”. Ioana sonríe mucho y cuenta su historia como si no la hubiera vivido en sus propias carnes. Asegura que está tranquila y no tiene miedo, porque cuando tiene problemas llama a los policías de la Guardia Urbana que ya la conocen. Confiesa que desconfía de los Mossos d’Esquadra, aunque no explica el motivo.

Le gustaría no tener que vender su cuerpo para subsistir. En un futuro, se ve dedicándose a algo relacionado con la moda, una de sus pasiones. “Me gusta la ropa, las tiendas, los bolsos, los zapatos… Me encanta”. Se le nota. Posa coqueta para la foto de Crónica Global, pese a que el pacto previo es que solo se le vean las piernas.

Abandona el lugar de la entrevista tras comprobar que nadie la vigila y camina de nuevo hacia la calle d’En Robador, donde vuelve a sumergirse entre su atrezzo habitual.