Hay jornadas en las que la actualidad depara gaseosas oportunidades para desternillarse. Existe en la clase política una extraña capacidad para provocar hilaridad que, aunque nos frían a impuestos, nos fastidien con su desdén o nos roben de forma corrupta, debemos agradecerles.

Enric Millo, delegado del Gobierno central en Cataluña, se va a la radio matinal del nacionalismo y se explica con su elocuencia habitual sobre las colas del control de pasaportes en el aeropuerto de El Prat. Torea con aplomo las preguntas que el soberanismo mediático y obediente le formula. Deja claro que no existe razón para hablar de sabotaje u otras memeces, pero es incapaz de explicar por qué extraña razón actúa a toro pasado y sin previsión ni planificación previa. Nadie se la lanza, con lo que el político sale bastante airoso de la encerrona. Algún medio acólito a la opinión nacionalista titula horas después: "Millo apunta ahora que los viajeros no utilizan las máquinas verificadoras". De no haber escuchado completa la entrevista me podría quedar con la copla de que esa fue la coartada del delegado gubernamental durante su participación en el espacio radiofónico, pero no es así. Lo que dijo Millo, al que fuimos los primeros en criticar desde Crónica Global, es que a muchas personas (como sucedió con los cajeros automáticos o los primeros teléfonos inteligentes) les cuesta adaptarse a la tecnología y el uso de determinados automatismos lleva tiempo de práctica.

Mientras nuestros dirigentes políticos sigan viendo a los periodistas como un mero instrumento para hacer llegar sus mensajes a la gran masa y no como verdaderos fiscalizadores de sus actuaciones, el país será pobre, muy pobre, en materia política

Sigue la mañana radiofónica y Gemma Galdon, otrora dirigente podemita catalana, se descuelga con una intervención en la que alude a la existencia de una buena panda de ladrones en la administración autonómica. No le falta razón a su argumento, aunque lo expresó con torpeza. De nuevo los adocenados representantes del statu quo mediático-nacionalista se lanzan sobre ella. Aunque sepan que la corrupción en la Generalitat no hubiera sido posible sin una suma de miradas a otro lado que durante años permitieron barbaridades en términos de contratación pública. No es que Galdon quisiera decir ladrones, en la primera acepción semántica, pero sí cooperadores necesarios a todos aquellos que sabían, silenciaban y, finalmente, se vanagloriaban en privado de conocer qué sucedía. Este Gobierno de piel tan fina para algunas cosas se ha apresurado a anunciar que la demandará. Por fortuna, a la tertuliana le ampara la libertad de expresión y la operación de propaganda del Ejecutivo de Puigdemont en esta materia quedará en fuegos de artificio, gastos jurídicos innecesarios y pérdida de tiempo y energía. Todo ello, sumado, sería más aprovechable si se usara en prevenir que en curar, pero cuando la política es sobre todo marketing y se aleja del noble oficio de la gestión pública los resultados son siempre los mismos: gasto inútil.

Junto a esta humilde columna de opinión, la colega Nuria Vázquez nos narra una historia tan pintoresca como definitoria de la esquizofrenia que también subyace en todo lo anterior. El Ayuntamiento de Barcelona dejó escapar una inversión de 80 millones de euros de una firma farmacéutica que pretendía radicarse en Barcelona. El teniente de alcalde, Gerardo Pisarello, de quien se escribe que es el verdadero ideólogo (tan radical como resentido en virtud de sus orígenes políticos) de Ada Colau, prefirió atender a los futuros inversores sin interés, mandó a un propio para que lo hiciera y los recibió, alucinen, en bermudas. Los chinos, que son orientales, pero no gilipollas, entendieron el mensaje implícito. Se fueron de visita a la vecina localidad de L'Hospitalet y su alcaldesa, Núria Marín, los sedujo de forma rápida, elegante e inteligente. ¿Final? La empresa se instalará en la ciudad del Baix Llobregat y Pisarello seguirá con su desprecio por las formas atrincherado en sus coartadas ideológicas.

No pasa nada pero, si hubiera periodismo de verdad en esta ciudad, algunas de estas cuestiones serían narradas y provocarían, como mínimo, el sonrojo de sus protagonistas. Mientras cualquiera de ellos siga viendo a los periodistas como un mero instrumento para hacer llegar sus mensajes a la gran masa y no como verdaderos fiscalizadores de sus actuaciones, el país será pobre, muy pobre, en materia política. De momento, lo que sucede es que los representantes de la prensa, cuando ven a estos geniecillos de la propaganda torticera, se lanzan cuerpo a tierra para evitar hacer su trabajo. Sin más. Por más que colegios profesionales o colegas bienintencionados intenten sostener que somos la repanocha, nos hemos convertido en especialistas del escapismo, en Houdinis de la búsqueda de la veracidad y el compromiso.