Decía Abraham Lincoln que “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Esa frase debería servir como ilustración inapelable para la narración que prosigue. Me explico.

En los últimos días se ha dado por bueno que el expresidente estadounidense Jimmy Carter, a sus 93 años de edad, había recibido en su país al máximo jefe del Ejecutivo catalán, Carles Puigdemont. El que fuera el rey del cacahuete americano habría visto durante unos minutos al presidente de la Generalitat como si fuera una especie de árbitro desapasionado del conflicto que el independentismo sostiene con el Gobierno central español.

Para los lectores más informados resulta una obviedad recordar que en los últimos tiempos el soberanismo catalán ha cosechado consecutivos fracasos en la estrategia de pasear su planteamiento de conflicto más allá de las fronteras, presentándose como una víctima del totalitarismo español que les impide celebrar un inocuo referéndum de autodeterminación. Como si su mero planteamiento no fuera un desafío al orden y a la legalidad establecida más reprobable, incluso, que la crítica que ejercen al Ejecutivo central sobre su cerrazón a una consulta independentista.

La información que hoy presenta la colega María Jesús Cañizares en Crónica Global pone en evidencia que ese supuesto encuentro si se celebró no fue en los términos en los que fue filtrado para mayor gloria de la causa. Nadie en el Gobierno catalán se atreve a confirmar la sospecha que circula por Barcelona: a Puigdemont sólo lo recibieron unos representantes de la fundación que Carter apadrina y, encima, le dijeron que regresara a España (sí, a España) con viento fresco. Si hubiera existido el encuentro y resultase favorable estaríamos atiborrados de imágenes del mismo en un mundo en el que un mero teléfono móvil permite realizar una fotografía que inmortalice un momento de gloria cualquiera.

No entraremos a discutir el hecho de que hoy Carter no es nadie. Como si mañana Mijaíl Gorbachov recibiera a Mariano Rajoy para confirmarle que la secesión de un territorio es un mal asunto para todos. Lo curioso de la envolvente es que alguien en el equipo del presidente catalán tuvo un exceso de euforia, se vino arriba y acabó haciendo del asunto un fiasco más en el proceso de relaciones internacionales. Ayer, sin ir más lejos, la diplomacia de EEUU aclaró su posición para evitar que nadie comercie con sus posiciones: defiende una “España unida” y se aleja del proceso del independentismo catalán. La propia fundación dijo que de apoyo ni hablar.

No sólo la política es objeto del embuste. El mundo de la empresa empieza a ser un caldo de cultivo interesante en ese ámbito. Toda la Barcelona ilustrada habla en las últimas horas del libro que firma el que fuera número dos de La Caixa y vicepresidente y consejero delegado con Isidro Fainé, el banquero Juan María Nin Génova. La obra que lleva su gracia en portada se titula Por un crecimiento racional, de la gran recesión al estancamiento: soluciones para competir en un mundo digital (Deusto, 2017).

Nin siempre se comparó con Fainé. El actual presidente de Gas Natural y de la Fundación Bancaria La Caixa y ejecutivo que le despidió de su empleo con una suculenta indemnización había escrito al menos dos obras junto al profesor del IESE Robert Tornabell: Una nueva forma de hacer banca (Ariel, 1992) y Pasión por la banca (Deusto, 2001). Nin, que consiguió un premio de consolación con una plaza de consejero en Société Générale tras su despido, no quería ser menos y se ha lanzado al mundo editorial. Lleva unos días o semanas de promoción como un escritor cualquier y no sería de extrañar que firmara libros por Sant Jordi en un chiringuito de Rambla de Cataluña.

El comentario abundante sobre su obra es la veracidad de la autoría. Pocos que hayan trabajado junto a él consideran que pueda haber escrito el libro que firma, que sea capaz de concatenar tres oraciones y poner correctamente las comas. Otro cantar es que pueda haber aportado ideas. Es más, una parte de la Barcelona que sabe de qué van las cosas atribuye la obra original al hijo de un reputado consultor de recursos humanos de la ciudad que andaría a estas horas con un mayúsculo cabreo por lo que debería haber sido una obra a cuatro manos y se ha acabado convirtiendo en el producto de un banquero popular.

Sea como fuere, lo cierto es que Nin no ha respondido las llamadas de este medio a su teléfono móvil para hablar del asunto. Que se guarde de la prensa o que sólo acepte a los medios amigos y desnaturalizados en sus informaciones dice mucho de los temores que alberga. Por toda respuesta hemos recibido las comunicaciones de un gabinete de comunicación externo que se ocupa de administrarle sus relaciones mediáticas. Curioso para un hombre al que si algo le agradaba antaño era hablar con los plumillas. Por supuesto, los encargados de evitarle el trato con la canallesca no pueden responder a la pregunta del millón de dólares: ¿escribió de su puño y letra Nin el libro que se atribuye? Sólo el interesado puede responderla.

Mientras Nin hace su promoción, la sombra de la sospecha se cierne sobre su figura ya de por sí controvertida y que le llevó al desempleo a una edad en la que aún aspiraba a ejercer cargos de relumbrón. Lo curioso de la llamada que le realicé reside en la respuesta que obtuve de su gabinete: “Si llamas por su posible presidencia del BBVA, la contestación es que no”. Acto seguido me invadió una idea: hay ambiciones que parecen no tener límite y postularse casi siempre es gratuito.

No puedo dejar de recordar una frase de un pintor y escritor catalán tan conocido como Santiago Rusiñol: “De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”. Pues eso, sin más, pura pose en todos los casos.