ERC vuelve a dar la nota. Iban bien, Oriol Junqueras parecía haber encontrado un filón de moderación y aprovechaba que CDC se desmorona. Su tono monacal y monocorde permitía albergar esperanzas sobre la formación política, que parece llamada a convertirse en heredera única del nacionalismo catalán del siglo XXI.
Será que tener a la CUP a la izquierda obliga a ERC a hacer numeritos políticos. Ayer, día de la Constitución, calificaron la Carta Magna de fascista y quemaron algunos de sus capítulos en un acto público.
ERC fuerza en demasía los argumentos. La Constitución Española de 1978 fue para muchos de nosotros, aquí, en Cataluña, un soplo de libertad. Los valores de apertura democrática que simbolizaba aquella norma jurídica fueron suficientes para atravesar desde la dictadura hasta la democracia en paz, libertad, prosperidad y capacidad de desarrollo de toda una generación.
No me reconozco inmovilista, al contrario. Si hay que cambiarla, se cambia. Por edad no la voté. Si hay que adecuarla a nuevas necesidades sociales pues se hace, sin más. Pero siempre dentro de un entorno democrático y un respeto al pensamiento ajeno, a la pluralidad. Valores que parecen expatriados de la Cataluña actual. Considerar que la norma de normas es un cuerpo jurídico fascista es, siendo respetuoso, de paletos.
Si el futuro que viene quema papeles y llama fascista a cualquiera, servidor no está interesado políticamente en esa propuesta. Que Manuel Fraga hubiera intervenido en la redacción de la Carta Magna no es argumento suficiente para tildarla de fascista. Igual que no lo es que un xenófobo y racista intelectual como Heribert Barrera fuera secretario general de ERC para que ese partido merezca idéntica consideración. Seamos serios, Junqueras no puede auspiciar determinadas salidas de tono so pena de quedar expuesto como un líder sin capacidad de conducir y orientar a su propia formación política.
Esto ya no va de quién gobierna en Cataluña o de qué modelo de Estado futuro nos espera. Empieza a ir de algo más sensible e importante: del respeto mutuo entre opiniones y formas de interpretar la sociedad.
Con la Constitución, a muchos nos pasa lo mismo que con España. Jamás saldremos a la calle con banderas, pero cuanto más le zurran gratuitamente más próxima nos parece. Aunque jamás hayamos creído en dogmas jurídicos o en trapos al viento (tan de moda entre los que se creen la nueva progresía), la concordia y el respeto sí que son valores a preservar, y la Constitución encierra un buen puñado de ellos. Sostener lo contrario con argumentos peregrinos es una actitud aldeana más próxima a lo que la propia ERC intenta falsamente denunciar.