Son dos dromedarios en el desierto de la inversión. Llevan las alforjas cargadas en dirección a la repercusión del metro cuadrado: Carlos Slim, el dueño de Realia, con la manumisión que le han concedido las grandes fundaciones, lampando a campo abierto, como un Midas sin complejos. Y Juan José Brugera en su labor de sacarle brillo a la piedra, desde su guarida estratégica en los altos del edificio de Les Punxes, allí donde se conjugan la arquitectura y el valor histórico de los bienes raíces.

Slim ha reanudado el negocio promotor de Realia desde su alianza con la Koplowitz; tras colgarle el "se vende" al edificio de Los Cubos de Madrid frente a la M-30, obtuvo el plácet de la CNMV para pertenecer al club de las marcas con un pasivo demasiado alto (900 millones de euros), pero tocado por la diosa fortuna de los ratios aceptables. En su activo cuenta con las Torres KIO de la Plaza de Castilla de Madrid, un inmueble del Paseo de la Castellana de la capital, la torre de oficinas de Barcelona, El Jardín de Serrano en la milla de oro comercial de Madrid y el As Cancelas de Santiago de Compostela, entre otros enclaves. No hace tanto abordó su última ampliación de capital (145 millones) o una muestra de las buenas intenciones del accionista que se rasca el bolsillo antes de hablar.

Bombardeará la Barcelona comercial de los centros comerciales y las oficinas en busca de rentabilidad tout court, nada de florituras. Esas quedan para su partenaire de hoy en el filo de la navaja de Guillermo, Juanjo Brugera, el hombre de Colonial, la inmobiliaria de resonancias enraizadas en el fin de siglo del ochocientos, cuando Barcelona levantó la portentosa siembra arquitectónica del art déco, el modernismo catalán.

Desde que Diana Nyad atravesó a nado la distancia entre Cuba y los cayos de Florida, hemos multiplicado la esperanza de vida, los septuagenarios suben al Everest y terminan la maratón de Toronto. Los buenos negocios, como los grandes reservas, pertenecen al dominio intelectual de la experiencia emocional (una variante de la inteligencia). Brugera no corre; domina la escena, especialmente ahora instalado en la presidencia del Círculo de Economía, su mejor vocación, donde muestra el músculo discreto de un análisis mucho más largo que el de sus coetáneos y ex aspirantes, el agorafóbico Marc Puig o el arturiano  Artur Carulla, pero ambos sin el arrojo que exige la presidencia del foro de opinión. Ignaciano por antonomasia, Brugera posee una longitud de onda similar a la del banquero Josep Oliu (el deseado), pero sin el aporte de los modelos matemáticos del minesoto, que han puesto la economía en el santuario de las ciencias y han relegado a los conocedores al papel de simples epígonos metafóricos.

Slim reina en la cúspide de los fondos de inversión, sean soberanos, abrasivos o simplemente especulativos. Brugera es un aliado contenido y sibilino de todo lo que se cuece en los depósitos de valor llamados ciudades

Entre la economía positivista determinada por los algoritmos y el simple periodismo reina un divorcio silencioso de abyectas intenciones por ambos bandos. El lenguaje de la calle nunca yerra: Carlos Slim angostó a sus gestores; puso al mando al joven Gerardo Kuri Kaufman, se cargó a los ignacios (Bayón y Aldaz) y destrozó la vida muelle de sus consejeros. El mexicano llegó enseñado (las listas de Forbes lo atestiguan) pero es seguro que pilló en La Caixa el estilo ginebrino basado en las copiosas ventajas que provee la virtud del ahorro. Su buena conexión con Isidro Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, minoró los miedos pánicos en Repsol y Telefónica en la etapa en la que Slim violó los pactos entre núcleos duros tratando de entrar, de la mano de Felipe González (el conseguidor de hoy), en la energía y las telecos españolas.

Por su parte, Brugera, más escueto y bajo la atenta mirada del mismo Fainé, se ha proyectado en Madrid con el Discovery Building y presenta la cuña de Colonial en el mercado del euro, a través del proyecto Alpha II con una inversión de casi 400 millones de euros, en el triángulo París-Barcelona-Madrid, un portfolio de 55.000 metros cuadrados sobre rasante. Barcelona es su sueño, con activos como el Edificio Bertelsmann y las 21 plantas del edificio de plaza Europa creado en una joint venture con los Puig; Madrid su promesa de rentabilidad, en Castellana 163, y París su fondo de armario dormido en el sueño de plusvalías tácitas incontables sobre la avenida Émile Zola, situada en el distrito 15, a pocos metros de la Ópera Garnier.

Slim juega al palé y alimenta sus apuestas estratégicas a base de compras directas. Maldecido por Antoni Brufau  (chairman de Repsol), él salió a socorrer a Cristina Kirchner comprando el 8,4% de YPF después de la expropiación peronista. El mexicano media a través de mediadores de perfil zaherido, como Juan Manuel Abal Medina, el ex jefe de gabinete presidencial de la Casa Rosada durante la etapa de la Doña, además de su primera influencia. Brugera, más conspicuo y benedictino, se encomienda a su curiosa pasión bizantina, con perdón, la misma que le ha llevado a atesorar una envidiable colección de iconos depositados en la Abadía de Montserrat. Lo suyo, aunque inconfesable, no es exactamente un vicio secreto. Empezó gracias a un encuentro entre la historia del arte y los fondeaderos familiares de la isla de Patmos.

Slim reina en la cúspide de los fondos de inversión, sean soberanos, abrasivos o simplemente especulativos. Brugera es un aliado contenido y sibilino de todo lo que se cuece en los depósitos de valor llamados ciudades, las auténticas revelaciones de Le Corbusier; sabe alternar las ganancias del negocio con su afición a la macroeconomía y al arte sacro ortodoxo, un fondo de comercio que bien vale un billete al paraíso. Slim se atiene al dinero; Brugera al tono de su color.