La oferta de grados universitarios ha aumentado significativamente desde que se implantó el Plan Bolonia. Muchos de estos grados, ciertamente excesivos y fruto de la competitividad entre Universidades, no están justificados y tampoco cumplen con sus objetivos de formación generalista, capacitación profesional y empleabilidad de las personas tituladas. De ahí, precisamente, que en la actualidad la elección de cursar uno u otro grado, con la excepción de aquéllos que tienen una notable carga vocacional o se relacionan con la definición de una profesión; bien puede decirse, aun cuando no sea bueno generalizar, que tiene más que ver con la moda del momento, que no con lo que constituyen sus contenidos y posibilidades de inserción laboral. Ello hace que se haya abierto el debate acerca de la configuración de un “aprendizaje a la carta” o de los llamados “grados abiertos”.
Algunas Universidades han optado por implantar grados flexibles que pretenden facilitar, con carácter previo a cursar el grado destino en el que el estudiante pretende matricularse, que éste adquiera una formación, fundamentalmente en el primer curso y con ayuda de un tutor, de naturaleza interdisciplinar. Otras han configurado sus planes de estudio no por asignaturas, sino por módulos, con el objetivo de fomentar la transversalidad; o bien por facilitar la posibilidad, terminada la titulación, de adquirir una “formación extra” voluntaria con inclusión de materias relacionadas con el liderazgo, el espíritu emprendedor, las técnicas de negociación, los valores éticos o la informática (suplemento europeo al título). E incluso no faltan quienes defienden la conveniencia de romper con los corsés actuales y posibilitar grados abiertos en su totalidad, en los que el primer curso esté integrado por materias propedéuticas y los siguientes permitan que cada alumno configure su currículum de forma flexible y libre.
Las bondades de los grados abiertos suelen basarse en la conveniencia de que el alumnado pueda configurar su propio camino, perfilando sus estudios según sus particulares intereses. Sin embargo, sus propios impulsores parecen haberlos pensado, con frecuencia, como grados dirigidos más bien a evitar la actual desorientación de quienes pretenden acceder a la Universidad. Quienes opten por seguir un grado abierto, en no pocos casos de “indagación”, deben saber también que no se librarán de cursar todas y cada una de las asignaturas de su grado de destino; así como que tampoco están abiertos a cualquier estudiante, pues suelen limitarse a quienes obtengan una nota de corte de selectividad que les permita acceder a diferentes grados. En el caso de la formación por módulos, tampoco conviene silenciar los riesgos, ya constatados al hilo de algunas dobles titulaciones, de terminar por conseguir una formación universitaria de “pinceladas generales”, ciertamente enriquecedoras, pero que no permiten que el alumnado domine, en profundidad, la que finalmente será su disciplina de destino en el mundo laboral. Y la formación extra voluntaria, complementaria, poco aporta a lo que hoy ya constituye una exigencia de formación continuada y de reciclaje profesional a lo largo de toda la vida.
Si a todo ello sumamos la irracional dispersión de la oferta de titulaciones; la connivencia de ciertas Administraciones con el “negocio” de algunas Universidades privadas de limitada calidad, que poco tienen que ver con aquéllas que sí gozan de prestigio; las tentaciones de que estos nuevos estudios pasen a ser impartidos por centros independientes o adscritos, con precios privados; la falta de financiación suficiente y estable de las Universidades públicas; los precios públicos que se pagan en nuestra Universidad; o la precaria situación de las plantillas de profesorado y personal de administración y servicios; puede parecer más oportuno que optemos, en el momento presente, sin negar las virtudes de las diferentes modalidades de aprendizaje a la carta, por comenzar la casa por los cimientos y no por el tejado.
Tras poner orden en la actual oferta de grados universitarios, convendría proceder a potenciar la formación, en todos los grados, de carácter transversal (“core” currículum), mediante la toma en consideración, bajo parámetros racionales, de la enseñanza por módulos. De igual modo, también parece urgente diseñar un nuevo mapa de másters y de formación complementaria en el que se huya de la cantidad, fomentando la calidad propia de una especialización orientada a la inserción laboral. Solo con esta base tendrá sentido pensar en diseñar un aprendizaje a la carta que lejos de ser meramente propagandístico acabe por ser real y efectivo. En otras palabras, ofertemos, para empezar, un menú de grados equilibrado y de calidad; y, solo tras su consolidación, atrevámonos con el diseño de una sofisticada carta de grados abiertos.