Una de las primeras cosas que se aprende en la infancia es que está muy feo meterse con alguien más pequeño que tú. De ahí la bonita expresión catalana abusananos. Pero algunos profesores del instituto El Palau, de Sant Andreu de la Barca, no debieron enterarse de ello cuando iban al colegio. Y, convertidos en docentes (y, por consiguiente, en Cataluña, en nacionalistas), no tuvieron empacho en abochornar a los hijos de algunos guardias civiles por la actuación de sus padres durante el seudorreferéndum del 1 de octubre. Hubo críos que se echaron a llorar. Y que, cuando volvieron a casa, les explicaron lo sucedido a sus progenitores, quienes se indignaron y pidieron explicaciones. La masa nacionalista, como era de prever, se solidarizó de inmediato con los profesores abusones, sin molestarse en averiguar qué había de cierto en las quejas de los críos, pues dieron por hecho que éstos eran unos mentirosos compulsivos a quienes movía, como a sus padres, un odio irracional a Cataluña y a los catalanes. Así pues, se echaron a la calle con sus pancartas --Yo también soy un docente de El Palau--, y llegaron rápidamente a la conclusión de que todo era un ataque a la escuela catalana, en particular, y a la escuela, en general, pues tanto los picoletos como sus hijos son, como es del dominio público, unos zoquetes alérgicos al conocimiento.

¿Ninguno de ellos se pregunta qué interés puede tener en mentir un crío de trece años? ¿No se les ocurre contemplar la posibilidad de que a algún profe se le calentara la boca, tras los porrazos del 1 de octubre, y la emprendiera con un chaval porque no tenía valor para hacerlo con su padre?

Vamos a ver, si tú eres un docente catalán separatista --perdón por la redundancia--, lo que deberías hacer en tales condiciones sería enfrentarte a alguien de tu tamaño, dejar en paz a los críos y presentarte en casa de sus padres a cantarles las cuarenta. A no ser que seas de natural cobardica y prefieras manifestar tu indignación sin riesgo de que te partan la cara. Yo diría que eso es lo que les ha ocurrido a los profes de ese instituto de Sant Andreu de la Barca, y que las víctimas de este caso no son ellos, sino los chavales a los que humillaron.

Abuelete increpado por llevar el lacito amarillo: atentado repugnante contra la libertad de expresión de una víctima de primera. Chaval humillado por su profe: daño colateral de un conflicto infligido a una víctima de segunda

Pero ya se sabe que hay víctimas de primera y víctimas de segunda. Por lo que es muy probable que los mismos que han salido en defensa de la víctima de La Manada se manifiesten ahora contra las víctimas de unos energúmenos que no tienen muy claras las prioridades de su actividad docente. No son horrores comparables, evidentemente: los comentarios hirientes de unos fanáticos no tienen nada que ver con una violación en grupo a cargo de cinco animales de bellota. Pero la humillación se da en ambos casos, así como el agravante de fuerza.

El subtexto es el de costumbre: como los abusones son de los nuestros, que les digan lo que quieran a los críos, como si les da por arrearles el sopapo que se deberían llevar sus padres. Hay quien cree que estamos en guerra, y en semejante situación, ya se sabe: al enemigo, ni agua. Abuelete increpado por llevar el lacito amarillo: atentado repugnante contra la libertad de expresión de una víctima de primera. Chaval humillado por su profe: daño colateral de un conflicto infligido a una víctima de segunda. O sea, nosotros y ellos. Nosotros, buenos. Ellos, malos. ¡Qué sencilla es la vida después de la lobotomía nacionalista!