Hace unos días estuvieron por aquí los de la ANA (Asamblea Nacional Andaluza) y fueron recibidos por lo más granado del separatismo local, felices al ver que sus delirios crean tendencia y llegan a lugares insólitos. Ahora resulta que hay independentistas andaluces que se sienten maltratados por Madrid y que muestran su solidaridad con los hermanos catalanes, que cada día están más cerca de la ansiada libertad (o eso creen los más optimistas de entre ellos). Los nacionalistas de aquí abrazan a los nacionalistas de allá porque de lo que se trata es de disgregar a cualquier precio, tanto da si hay algo parecido a algún tipo de motivo histórico como si no. Y el que no tiene lengua propia, se la inventa y se queda tan ancho: ¿o es que no se han enterado ustedes de que la obra de Saint-Exupéry El principito acaba de ser traducida al andaluz con el título, no es broma, de Er prinzipito? ¡Ya era hora de que los pobres andaluces pudieran leer al escritor y aviador francés en su propio idioma, en vez de tener que hacerlo en la lengua del opresor!

Las naciones sin Estado hemos contribuido enormemente a acomplejar a las comunidades que no tenían lengua propia o que nunca se habían parado a pensar en si estaban oprimidas o no por el Estado

No sé si hay alguna clase de relación entre la editorial que ha vertido El principito al andalú y los andaluces oprimidos que cayeron por aquí hace unos días, pero no me sorprendería, pues te puedes inventar un idioma de la misma manera que te inventas una opresión. En ese sentido, las naciones sin Estado hemos contribuido enormemente a acomplejar a las comunidades que no tenían lengua propia o que nunca se habían parado a pensar en si estaban oprimidas o no por el Estado. Era hasta cierto punto normal que algún día, en esas comunidades a las que no quedaba más remedio que ser españolas, surgieran unos cuantos iluminados que querían ser tan especiales como catalanes, vascos y gallegos. Para conseguirlo, había que inventarse agravios, pero teniendo maestros tan buenos como los de las comunidades llamadas históricas (parece que las demás carecen de historia), eso era pan comido. Para inventarse un idioma ya hacía falta un poco más de cuajo, y ahí hay que reconocer la labor pionera de ciertos asturianos, empeñados en bautizar como llingua asturiana lo que a los demás nos parece un castellano apaletado y con algunos modismos cazurros de fácil comprensión. Inventarse el andalú tiene mucho más mérito, aunque con lo de Saint Exupéry ya se me plantean dudas en cuanto al rigor en las normas de esa neolengua: ¿Por qué prinzipito y no prinsipito?, me pregunto.

En fin, como decía mi señor padre ante este tipo de asuntos, hasta los gatos quieren zapatos.