Este texto es, probablemente, una muestra de ingenuidad por mi parte, pero si no lo digo, reviento: cuando se acabe el prusés, alguien debería pagar por el clima irrespirable que se ha fomentado en Cataluña durante los últimos cinco años y cuyo origen se remonta a 1980, cuando Pujol llegó al poder y empezó a propiciarse desde las alturas la discordia entre los de dentro y el odio hacia los de fuera. Sé que es poco probable que suceda y que los nacionalistas se saldrán de rositas como lo hicieron los franquistas en su momento. También sé que mis disquisiciones morales se las traen al pairo, pero se las van a tener que tragar, aunque lo más probable es que ya estén pensando en una salida a la vasca, de las de no mirar hacia atrás, no hacer la más mínima autocrítica y centrarse en un futuro esperanzador. Textos como éste se usarán en mi contra para acusarme de generar alarma, de refugiarme en el rencor y de no compartir, una vez más, la ilusión de un pueblo.

Cuando nos pase como a la Padania, de la que nadie se acuerda, y Cocomocho acompañe a Umberto Bossi al basurero de la historia, sus herederos se pondrán a silbar y puede que a preguntarse, aunque en voz muy queda, qué chaladura se apoderó de nosotros a principios del siglo XXI. Para entonces, los independentistas volverán a ser entre el 15 y el 20% de la población, y los soberanistas de aluvión volverán a lo que hacían antes de enloquecer. Pero ahí estaremos algunos para decirles a unos y a otros que se han portado fatal y que los hechos deben tener consecuencias, aunque solo sean morales.

Los esfuerzos de los nacionalistas por convertir Cataluña en una sociedad dividida, mezquina, ensimismada y pueblerina no deberían quedarse sin su justo castigo

La misión de un gobierno no es tomar a una parte por el todo y gobernar exclusivamente para esa parte. Tampoco lo es hablar en nombre de todo un pueblo cuando apenas representa a la mitad de ese pueblo. Ni convertir los medios públicos de comunicación en el aparato de agitación y propaganda del régimen. Ni elaborar listas negras de malos ciudadanos a los que, en casos extremos, se pueda condenar al ostracismo y la inanición. Pasar del franquismo al pujolismo ha sido acceder a una democracia de muy baja calidad, que solo beneficia a los sicofantes del régimen y propicia, mediante el control social, el silencio de quienes piensan de otra manera.

Los esfuerzos de los nacionalistas por convertir Cataluña en una sociedad dividida, mezquina, ensimismada y pueblerina no deberían quedarse sin su justo castigo. El régimen es moralmente punible, y muchos de sus representantes deberían ser juzgados en un tribunal por haber envenenado moralmente a la nación que tanto dicen amar. Dudo mucho que asistamos a nuestro particular proceso de Nuremberg, pero por solicitarlo que no quede.