La última víctima de las purgas de Puigdemont y Junqueras, Albert Batlle, ha presentado su dimisión antes de que lo destituyeran como jefe de la policía autonómica. Una baja más en la lista de pusilánimes que no están por lo que hay que estar, que es el referéndum del 1 de octubre, pero una baja de especial enjundia, pues la actitud del director de los Mossos d'Esquadra es fundamental para impedir que el cuerpo se sume a los delirios de la Gene. Parece que con Batlle no había muchas posibilidades de que los Mossos se sumaran a esa legalidad catalana que el Govern se está sacando de la manga, así que había que deshacerse de él si lo que se pretende es un remake lo más exacto posible del numerito de Companys en 1934.

Antes hubo que sustituir al tibio Jané por el procesista Forn, que ya llegó al cargo con la idea de deshacerse de Batlle. Instalado en la chulería más absoluta, Cocomocho quiere un gabinete de independentistas puros y duros. Las llamadas al diálogo de Sánchez e Iceta resultan entrañables, pero da la impresión de que el presi no tiene muchas ganas de dialogar: lo único que hace es enseñar los dientes e ir tensando la cuerda. Quiere pasar a la historia como el tipo que llegó hasta el final y que la lio parda antes de retirarse a su pueblo a zamparse los xuxos de la pastelería de sus padres.

Puigdemont quiere pasar a la historia como el tipo que llegó hasta el final y que la lio parda antes de retirarse a su pueblo a zamparse los 'xuxos' de la pastelería de sus padres

O no ha calculado las consecuencias de sus actos o le tienen sin cuidado. Puede que lo nombraran a dedo, pero el hombre se ha tomado el cargo tan en serio como si la gente le hubiese votado. Yo diría que demasiado en serio para un pequeño burgués de Girona. Y su actitud desquiciada se ha contagiado a muchos otros pequeños burgueses de su cuerda que, desde la política o el periodismo, se expresan con una arrogancia, una radicalidad y una chulería impropias de su condición: convencidos de que la independencia les va a salir gratis, no paran de hacer el fachenda y de adoptar una actitud feroz.

Cuando el Estado reaccione y acaben todos en el trullo, en la ruina o ambas cosas a la vez, será curioso observar su reacción. Algo me dice que será como la de la histérica que, tras encajar la preceptiva bofetada del psiquiatra, se queda unos segundos inmóvil y silenciosa antes de prorrumpir en un llanto inconsolable.