Las edades del hombre, según Goethe, se resumen en una frase: "El niño es realista; el muchacho, idealista; el hombre, escéptico, y el viejo, místico". Aplicada a Pablo Iglesias, líder carismático de Vistalegre 2, el resultado neto es que el jefe de los jacobinos se encuentra perdido en un espacio extraño que oscila entre la mística panfletaria y el idealismo ingenuo. Todavía es joven, cosa que solucionará el tiempo, pero ya actúa como un viejo. Y viceversa. Además, confunde la ideología con las ideas. "Obrar es fácil, pensar es difícil; pero obrar según se piensa es aún más difícil", dejó escrito el príncipe de los poetas alemanes.

Ni una sola de las iniciativas propuestas esta legislatura por el actual sanedrín dirigente de Podemos ha servido para mejorar los graves problemas sociales de la España real. Las encuestas lo señalan con el hermetismo propio de las aproximaciones estadísticas: están estancados. Quedarse clavado lejos de la meta es lo peor que puede sucederle a quien se ve a sí mismo como un piloto de carreras. Quizás esto explique el tenor de los últimos episodios: desde el famoso tramabús a la moción de censura virtual de esta semana, sin olvidar la cómica escena de Irene Montero diciéndose vetada por una emisora de radio que no la había invitado a hablar ante sus micrófonos. Se trata de un mal frecuente entre los convencidos de su supremacía moral: piensan que los demás no deben ser persuadidos por la coherencia entre sus palabras y sus hechos, sino que tienen la obligación marcial de persuadirse a sí mismos tras oír sus luminosos mensajes.

Pablo Iglesias se encuentra perdido en un espacio extraño que oscila entre la mística panfletaria y el idealismo ingenuo. Todavía es joven, cosa que solucionará el tiempo, pero ya actúa como un viejo

Los psicólogos cuentan que la primera sensación de placer que experimenta un bebé consiste en sentirse contemplado por la mirada de su madre. Algo parecido le sucede a Iglesias y Cía cuando se ponen delante de una cámara. Están tan enamorados de sí mismos que han pasado de proclamar que heredarían el reino por pura evolución biológica a sentirse como estrellas de rock. Necesitan ser --a toda costa-- los únicos protagonistas del escenario político. Y, sin embargo, últimamente no dejan de hacer el ridículo. Es normal: tocan mal la guitarra y su repertorio es tan añejo como los primitivos discos de Lluís Llach, que por fin nos ha desvelado qué piensa hacer con su famosa estaca.

La moción de censura, sin candidato alternativo ni fecha cierta, que además no apoya ninguna otra fuerza parlamentaria relevante, salvo Compromís, es la muestra de esta deriva adolescente que confunde la eficacia con los golpes de efecto. Su recorrido será efímero. Probablemente sirva para reforzar a un Rajoy que sabe que la corrupción --por desgracia-- apenas tiene coste electoral y disloque la sostenida decadencia de los socialistas. También servirá para que los soberanistas vuelvan a recordarnos su mantra: con referéndum, todo; sin referéndum nada. El coñazo habitual. Se harán editoriales, se discutirá en las tertulias políticas de radio y televisión o se desbrozará en las redes sociales. El circo estará entretenido un tiempo. ¿Y? Ni un solo parado se levantará de la cama con un poco más de esperanza. Ningún joven pensará que al final de años de estudio va a encontrar un empleo digno. Ningún jubilado verá incrementada su menguante pensión y la renta mínima seguirá siendo una utopía. ¿Para qué nos sirve el postureo adolescente de Podemos?