La rebelión de las bases socialistas ha sido un éxito. La rotunda victoria del militante Sánchez --un candidato con cazadora y mochila, en apariencia desahuciado ante el aparato que lo derribó de un violento plumazo-- complica las cosas al Gobierno de Rajoy, abre la puerta a un hipotético frente de izquierdas en el Congreso (también acelera la posibilidad de un adelanto electoral), alimenta el discurso victimista de los nacionalistas y obliga --ya veremos si con éxito-- a refundar desde sus cimientos la organización socialista, cuyo timón gobernaba por vía delegada la endogámica generación política de los patriarcas de Suresnes.

Los socialistas han votado la refundación de su partido. Los diez puntos de diferencia no dejan lugar a dudas. Hasta el día de los avales, cuando terminó la guerra de las apariencias, casi nadie lo intuía. Desde entonces, sólo quedaba esperar para confirmarlo. El incremento de la participación lo auguró al mediodía. La noche terminó por sentenciar el partido: Sánchez le ha dado jaque mate a la Reina (de la Marisma). Puesto que se trataba de una batalla personal --la tutora contra su antiguo pupilo-- la primera conclusión de estas primarias es que el triunfo es indiscutiblemente de Sánchez, pero el (de)mérito es sobre todo de Díaz.

La cosa es simple: Susana Díaz perdió las primarias en octubre, aunque el desenlace no haya tenido lugar hasta esta noche

Si Ella no hubiera apoyado en 2014 su ascenso a Ferraz como solución interina frente al comando Rubalcaba, Sánchez no habría gozado nunca de una visibilidad que su escasa trayectoria política no permitía. Si Díaz no hubiera permitido su candidatura en las generales, Sánchez no habría gestionado por encargo del Rey la investidura fallida con Podemos. De no haber consumado los idus de octubre, probablemente la presidenta de Andalucía habría alcanzado hace bastante tiempo, sin esfuerzo y ahorrándose el oprobio, el trono de Ferraz. Si no hubiera impuesto una gestora obscenamente dependiente para administrar el palacio en ruinas, Díaz hubiera ganado el congreso federal que jamás quiso convocar. Y, finalmente, si no hubiera ordenado la abstención socialista en favor de Rajoy jamás hubiera tenido enfrente a un rival capaz de encarnar la figura del antihéroe, que es el único héroe moderno.

Todos estos errores, que para su sanedrín no eran más que augurios ciegos hasta que los avales transformaron toda su confianza en espanto, explican los resultados. La cosa es simple: Susana Díaz perdió las primarias en octubre, aunque el desenlace no haya tenido lugar hasta esta noche. El coste de la derrota va a ser terrible. Díaz deja atrás bastante más que el sueño de la secretaría general. En primer lugar, su principal argumento político --"yo gano elecciones"-- se evapora, lo que afectará no sólo a su carrera política inmediata, sino al bastión de los socialistas del sur. Si ya no gana ni entre las propias filas socialistas es bastante discutible que sea una buena candidata a la reelección. Ergo tampoco tiene mucho sentido que sea la Querida Presidenta quien disponga los relevos que deben producirse en el socialismo meridional para conservar el poder. Los cambios de bando entre las tribus indígenas del PSOE andaluz van a ser todo un espectáculo. Atrincherarse sólo hará más doloroso el proceso de renovación del PSOE que, iniciado desde abajo, ha llegado a la cúspide, desde donde bajará igual que el vagón de una montaña rusa. Alguien va a tener que descender del tren "echando sangre por boca y narices", como dice el verso de Nicanor Parra.

El nuevo rol del PSOE implica nuevas alianzas dentro del arco parlamentario --preferentemente a la izquierda, pero también con los nacionalismos, lo cual puede ser un problema-- y nuevas caras

En segundo lugar, su relato del PSOE, que es el que habían construido los patriarcas y los grandes poderes con influencia sobre la organización, queda hecho trizas. No hay una sola columna que se tenga en pie. El PSOE que ha votado a Sánchez es muy diferente al PSOE de los intermediarios. La derrota de los susánidas viene a convertirse así en el fin del prolongado ciclo histórico que comenzó hace 43 años en Suresnes. Frente al poder de los aparatos --en los que Díaz contaba con todo el apoyo y más-- han sido las bases socialistas las que han dilucidado de forma directa --sin embajadores-- quién debía ganar esta batalla. No es que los barones supeditaran su futuro político a la victoria de Su Peronísima. Es que su derrota los invalida frente a sus bases --que les han dado la espalda-- y ante sus electores. Están muertos.

La irradiación de las primarias transformará el PSOE y cambiará su papel histórico, junto al PP, como columna del templo de la democracia española, una réplica del viejo modelo de la restauración decimonónica. Este nuevo rol implica nuevas alianzas dentro del arco parlamentario --preferentemente a la izquierda, pero también con los nacionalismos, lo cual puede ser un problema-- y nuevas caras. En cierto sentido se dan las condiciones objetivas para un verdadero cambio generacional. Todo esto, siendo importante, en realidad es secundario. El factor más trascendente --se notará a largo plazo-- es que la reinvención de los socialistas instaura un elemento disruptivo dentro de un partido tradicional: un sistema de gobierno compartido entre la cúpula y las bases. Algunos piensan que este modelo supone la desaparición del PSOE. Los signos electorales y ambientales, en cambio, apuntan a que el único camino de salida del laberinto socialista discurre justamente en esta dirección. Se llama democracia directa.