El poderoso Deutsche Bank ha puesto a la venta su filial española. Se trata del enésimo abandono del mercado peninsular que protagonizan los intermediarios financieros foráneos. Pero en esta ocasión el asunto tiene miga, porque el Deutsche Bank no es un recién llegado. Todo lo contrario. Su advenimiento a nuestras latitudes se remonta casi 130 años atrás.

El solar ibérico se está transformando a pasos agigantados en un coto cerrado de forma hermética a los rivales extranjeros. Además, la desaparición de las cajas y el inacabable baile de fusiones y absorciones, ha diezmado el sistema. Sus efectivos se reducen hoy a un corto cupo de actores. De hecho, el número de jugadores que pululan en este campo es inferior al que nunca hubo antes.

La decisión del Deutsche de enajenar su subsidiaria se debe a los crecientes problemas que padece en su propio territorio. El coloso centroeuropeo, líder del sector en su país, acumula en los dos últimos años unas pérdidas de casi 8.000 millones de euros.

Las autoridades de Estados Unidos acaban de imponerle una feroz sanción de 6.900 millones por vender hipotecas basura. La racha de adversidades le ha obligado a ampliar el capital en 8.000 millones. Semejante desdoble pretende acallar, de una vez por todas, los insistentes rumores que circulan sobre su supuesta falta de solvencia.

Deutsche Bank España posee unos activos de 16.000 millones, gestiona 230 oficinas y cuenta con un enjambre de 700.000 adictos clientes. Hace menos de dos semanas, Eduardo Serra, exministro de Defensa con José María Aznar, anunció que deja el consejo de administración. Su olfato le indica que es mejor anticiparse a los acontecimientos y salir por piernas, antes de que le pille el desguace.

La arribada de la institución a España acaece en 1889. Por esas fechas, de la mano de su colega Bankhaus Arthur Gwinner, se instala en Madrid. Ambas compañías fundan el Banco Hispano Alemán. Su primer objetivo reside en financiar el alumbrado público de la capital del Reino. Ocurre que su concesión acaba de otorgarse la empresa eléctrica teutona AEG.

Para la pequeña historia queda que el trío Deutsche-Gwinner-AEG monta luego la Compañía General Madrileña de Electricidad. Ésta se transformará con el tiempo en Unión Fenosa, que ha acabado sus días engullida por el grupo catalán Gas Natural.

El Banco Alemán Transatlántico es incautado tras la segunda guerra mundial y en 1948 sale a subasta

Entre tanto, el Deutsche extiende sus tentáculos paso a paso. A comienzos del siglo XX, se establece en Barcelona. Su desarrollo discurre con tranquilidad hasta el final de la segunda guerra mundial. A la sazón, los aliados vencedores expropian todos los bienes de ciudadanos germanos existentes en el planeta. Deutsche Bank España, que por aquellas fechas ya ha cambiado su nombre por el de Banco Alemán Transatlántico, no constituye una excepción y es incautado.

En 1948 sale a concurso. Se adjudica dos años después a un racimo de clientes y amigos del propio banco, que se aglutinan bajo la presidencia de José Pellicer Llimona. Entre los nuevos  accionistas figuran las familias CarcellerGrisoFigueras Dotti y Recasens. Con estos mimbres nace a la luz, en 1950, el Banco Comercial Transatlántico, conocido por su marca Bancotrans.

En 1961, traslada su sede social al imponente rascacielos que ha erigido en el enclave de Diagonal/paseo de Gràcia. En 1975, asciende a líder de su consejo Demetrio Carceller Coll. Se mantiene en el cargo hasta 1988, cuando el Deutsche Bank, con sede en Francfort, compra la entidad hispana. Hoy, Carceller es largamente octogenario, tras no pocas vicisitudes.

Su hijo Demetrio Carceller Arce es desde hace varias décadas primer espada de la cervecera Damm y, al igual que su progenitor, titular de una de las fortunas más copiosas de España.

El abandono de nuestro mercado por parte del Deutsche es una mala noticia porque perdemos un partícipe de relumbrón. Además, su defección sigue la estela de otros muchos traficantes del dinero que echaron la persiana en épocas recientes. Tras cosechar malos resultados a porrillo, no les quedó otro remedio que largarse con viento fresco.

Entre pitos y flautas, el tinglado crediticio celtibérico se va haciendo cada día más estrecho. Ello acarrea una seria merma de la competencia. Este fenómeno tiene unos claros perdedores. No son otros que la infinita masa de los usuarios, cada vez peor asistidos e indefensos ante la voracidad congénita de los señores de la pasta.