La Operación And The Andarán de José Mota en TVE fue el programa más visto del fin de año en España. Es difícil continuar tras esa demoledora constatación, cuyo impacto es del alcance de un anuncio médico del tipo "no son gases, está usted embarazada de trillizos". A ojo de buen cubero, que es a la ciencia lo que el zahorí al fracking, las mediciones de audiencia otorgan al espacio de Mota gañotas el seguimiento de 4.062.000 de telespectadores. Ni más ni menos; el 36,4% de quienes miraban la televisión en la noche del sábado al domingo se engancharon al engendro como el escarabajo pelotero al estiércol, basado en el supuesto de la serie Perdidos, la desaparición de nuestros principales políticos y el encargo del rey a Mota para que se hiciera pasar por Rajoy, Rivera e Iglesias a conveniencia del Estado hasta encontrar a los auténticos, apresados en un bucle espacio temporal a la altura del celebérrimo Triángulo de las Bermudas.
El quid del éxito está en la inveterada costumbre patria de engancharse a La Primera, que en general es una cadena apta para niños y abuelos y la de mayor solera pues seis décadas la contemplan desde que iniciara sus emisiones en el Paseo de la Habana de Madrid, a tiro de piedra del Santiago Bernabéu. ¿Qué es una Nochevieja sin las empanadas de Móstoles? La fórmula se ha ido adaptando a los tiempos y ahora el rey es objeto de befa y mofa (muy respetuosas, eso sí) en los especiales ¿humorísticos? que tratan de ocupar el enorme hueco sentimental dejado por el trío, luego par y después nada de Martes y 13. Es triste, pura melancolía y pena, pero a la audiencia le gusta el estilo Mota mucho más que el de Faemino y Cansado.
Como en las noches de mucho revuelo familiar, a saber dónde andaría el mando a distancia que las campanadas de TVE también ganaron a las de Antena 3 y Telecinco. La Puerta del Sol del Madrid es el lugar escogido por todas las televisiones, así que hay más famosos con esmoquin y famosas con transparencias que casi público. Contaba Sobera que el reloj de la dicha plaza es obra de un señor que estudió con ahínco el Big Ben de Londres y no dijo más, ni siquiera el nombre. El tipo tardó tres años en fabricar un artefacto de similar precisión. Don José Rodríguez Losada, tal era su nombre, regaló el mecanismo a la reina Isabel II allá por 1866. Conocido como el Reloj de Gobernación, el ingenio suplió a un viejo trasto que sólo tenía una manecilla, casi como un reloj de sol a la altura del nombre del enclave. Curiosamente, el cronómetro de Losada ha aguantado el paso de los tiempos y de varias guerras y algaradas sin estropearse y con un mínimo mantenimiento. Y fue el reloj oficial del diario hablado cuando el franquismo, circunstancia que no le ha pasado factura. O sea que nadie va por ahí pidiendo que lo retiren de la torreta que ocupa por ser un símbolo facha.
El caso es que 4.659.000 personas también exactas, según datos oficiales, siguieron por TVE, con dos cocineros y Anne Igartiburu, el paso de Valdemal a Valdepeor en doce uvas, con un share (35,8%) algo inferior al de Mota, pero sin rival a efecto campanadas. El postre del minuto de oro también fue para la tele pública, nada menos que con la autopromoción Sesenta años de TVE. Pasaban dos minutos de 2017 y 5.324.000 millones de espectadores (40,2%) sacaron los ojos del plato y los pusieron como idems mientras el resto de las cadenas estaba a por uvas.
Conclusiones: el reloj de Losada es la caña y a la gente le gusta la política aunque sea en un programa de imitaciones en las que todos los aludidos quedan bien. Humor, por decir algo, blanco.