Melania Trump, esposa de Donald Trump, presidente de EEUU / EFE

Melania Trump, esposa de Donald Trump, presidente de EEUU / EFE

Vida

Brigitte vs Melania: Vuitton palma contra Dolce & Gabbana

Gauthier Destenay, el marido del primer ministro de Luxemburgo, tapó un tanto el desafortunado conjunto de la esposa de Macron en la cumbre de la OTAN. El Papa bendice el rosario de Melania

27 mayo, 2017 23:51

Donald Trump es un tornado tras un ciclón, un torpedo cuchufleta y un cohete extraviado empecinado en imponer el estilo diplomático de rascarse los huevos, hurgarse la chimenea, estrujar manos ajenas y pegar empujones a mandatarios balcánicos con tal de salir el primero en las fotos. Es rústico y le importa un higo dar que hablar y quedar como un patán. Todo lo contrario que su esposa Melania, de soltera Melanija Knavs, una señora eslovena de gran categoría y a la que se nota incómoda en compañía de su atrabiliario marido.

La gira del presidente de los Estados Unidos con escalas en Riad, Jerusalén, el Vaticano y Bruselas ha dejado impagables estampas de las que cabría inferir que Melania odia a Donald en la salud y en la enfermedad, desde Roma a Washington. Si las miradas matan, Melania es la madre de todas las bombas. ¡Y qué manera de rechazar la mano del pulpo zanahorio! En la alfombra del aeropuerto Ben Gurion, en lo alto de las escalerillas del Air Force One en Fiumicino, a la entrada de un palacio, a la salida de la Capilla Sixtina, en cualquier momento, circunstancia y ocasión. El contacto físico es nulo, cada uno en su cama, en habitaciones a veces separadas por miles de kilómetros de distancia.

La frialdad polar y el oceánico desprecio han disparado los rumores sobre la aguda crisis de la pareja presidencial. Se asegura que no llegan al impeachment. En contraste con el mal rollo marital, Melania se ha erigido en la mujer mundial, una gran personalidad dotada de un olfato finísimo para lanzar mensajes globales de cierta sustancia y contenido, casi casi la Estatua de la Libertad en carne mortal. De entrada, no se cubrió con un hiyab en Arabia Saudí, sonoro sopapo en toda la cara de los guardianes de la sharía. Para continuar, brilló en la audiencia vaticana de negro riguroso con mantilla corta de encaje. Magnífica. Impresionante. El papaflauta Bergoglio se rindió a la evidencia y todo lo que era cara de morder limones con Trump se tornó en sonrisas latinas y delicadezas lunfardas con Melania, a la que con unción bendijo el rosario que la pía y devota sostenía entre los dedos.

Malas lenguas alimentadas por el odio y la envidia han activado la máquina de los infundios contra la primera dama americana. Dicen que fue por despiste que no se puso pañuelo con los wahabitas y censuran el estilismo apostólico y romano porque la mantilla no le cubría los hombros. ¿Y? Memeces. Pura rabia go home mal orientada ante la irrupción planetaria de un icono del estilo más potente que el antecedente de Jacqueline Kennedy.

El acabose acaeció en Bruselas, en el marco de la cumbre de la NATO. Mientras Donald no hacía más que el gañán, Melanía lucía un vestido trench beige de la firma belga Maison Ullens en la visita de las primeras damas de los jefes de Estado al museo Magritte. Como podrán advertir si clican este enlace, a la izquierda de Melania posa Emine Erdogan, la esposa de Recep Tayip, con un inenarrable conjunto a la última moda islámica de Estambul que incluye tocado integral cerrado en el cuello. Es la viva cara de una muñeca rusa, sólo rostro, pero con el atrevimiento de unos pantalones del mismo tejido y color que la levita, azul claro metálico vintage Berlín Oriental.

La señora de Macron, Brigitte Trogneux, también sale en la foto. Lleva un mini vestido negro de Louis Vuitton, el mismo que luciría en la histórica fotografía de las primeras damas con el primer primer marido de un Estado integrado en la Alianza Atlántica. Y ahí es donde arrasa Melania, en esa instantánea previa a la cena en el castillo de Laeken presidida por la reina Matilde de Bélgica. Viste espectacular una soberbia pieza de encaje de Dolce & Gabbana.

En cambio a Brigitte le aconsejó el trapo un enemigo, la peinó un psicópata, le dijo que no hacía falta cambiarse para cenar un infiltrado de Le Pen y si se recupera del susto será porque en el posado general no sólo aparece Melania, sino el señor Gauthier Destenay, arquitecto de profesión, que se prestó animoso a ejercer de consorte de Xavier Bettel, primer ministro del Gran Ducado Luxemburgo.

La fotografía del grupo alumbrado por la reina Matilde, presidido por la infartante Melania e iluminado por el príncipe Gauthier puede llamar a engaño a tirios y talibanes. Seguro que los barbudos islámicos creen que la imagen que resume la última reunión de la OTAN es una prueba más de la decadencia de Occidente, que tanto modeleo no es serio, que Emina es una perdida por llevar pantalones y que Luxemburgo no es un Gran Ducado sino el bar Satanassa de Aribau.

Que cómo saben del añorado Satanassa es mejor dejarlo estar, pero se equivocan con Luxemburgo. Tiene algo más de medio millón de habitantes y un Ejército de tres mil soldados, nada menos que mil setecientos más que los alegres espartanos de Leónidas que frenaron al imperio persa en el desfiladero de las Termópilas. Por no hablar de Melania, aunque ella dice que no tiene los superpoderes de Vampirella sino que la han dibujado así.