Línea P: la fortaleza secreta de Franco
Miles de búnkeres proyectados y 12.000 hombres destinados a un único propósito: hacer de los Pirineos una frontera inexpugnable
17 septiembre, 2018 00:00El destino es irónico y caprichoso. Si no, que se lo digan a los miles de soldados que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y cuando España estaba recién salida de una guerra fratricida, fueron destinados a lo largo de los Pirineos para levantar una línea defensiva de búnkeres que protegiera el territorio español de cualquier intento de invasión extranjera. Y que esta cuestionada e inacabada misión terminara siendo un reclamo cultural y turístico en nuestra pétrea frontera. Arqueología de guerra como reclamo.
De punta a punta, desde el cabo de Creus hasta el golfo de Vizcaya, se proyectaron cerca de 10.000 búnkeres. Al final solo se construyeron entre 4.500 y 5.000. Durante muchos años estuvo bajo secreto militar. De hecho, en buena parte, así sigue siendo. Es por ese motivo que hasta hace relativamente pocos años no se haya sabido apenas nada de este gran entramado de construcciones.
Búnker de la Roca de la Miel
La 'línea Maginot' española
La historia de esta muralla defensiva no es una historia aislada. Los franceses intentaron repeler el envite nazi construyendo la línea Maginot, 400 kilómetros de hormigón que resultó totalmente ineficaz frente al ejército alemán, que esquivó esta barrera para hacerse con el país galo. La línea Gustav fue erigida en los montes Abruzos italianos para evitar el avance de las tropas aliadas. Búnkeres, cañones, nidos de ametralladora, campos de minas, todo ello para retardar lo más posible que Roma cayera en manos enemigas. La línea Mannerheim la construyeron los finlandeses en un intento de protegerse de la Unión Soviética, poco antes de que estallara la sangrienta Guerra de Invierno en noviembre de 1939. El muro o la muralla del Atlántico fue levantada por la Alemania del III Reich, una megaconstrucción defensiva que abarcaba la costa atlántica desde la frontera franco-española hasta Noruega. Y si nos remontamos siglos atrás, la predecesora de todas, la Gran Muralla china: miles de kilómetros levantados desde el siglo V para protegerse de cualquier invasión enemiga.
Galería de búnker excavada en la roca
Estos son solo algunos ejemplos, pero son muchas las barreras levantadas por los hombres en su afán de protegerse de sus adversarios. La línea defensiva de los Pirineos fue una más.
Línea P
169 núcleos repartidos por el Pirineo
Mucho se ha especulado sobre la utilidad de una construcción de semejante envergadura en un contexto tan nefasto para la España de los años 40, recién salida de una guerra civil que dejaba a sus espaldas una población devastada, mermada, agónica y muy empobrecida. Una obra de tal magnitud, tanto en costes económicos como humanos, se habría revelado además ineficaz y anticuada en caso de tener que haber sido utilizada. Como ellos mismos reconocían, se trataba de “un modo defensivo más propio de las guerras carlistas”. Es decir, de la guerra de trincheras, que los avances tecnológicos de la Segunda Guerra Mundial habían dejado ya atrás.
Pasillo de uno de los búnkeres de Martinet
Posiblemente no solo fue el miedo a una invasión de los aliados, sino también la necesidad de “ocupar” unos territorios hostiles y mantenerlos de esa manera vigilados. Esta muralla fortificada contaría con 169 núcleos de resistencia repartidos a lo largo de la cordillera. Cada centro de resistencia contaría a su vez con entre 60 y 80 búnkeres conectados entre sí. Había cuatro tipologías de estas construcciones: los búnkeres de artillería, los de combate que albergarían los nidos de ametralladoras, otros como puntos de comunicación y observación dotados de equipos de transmisiones, y los búnkeres para la defensa antiaérea a cielo descubierto. Su primer y principal objetivo era ver sin ser vistos.
Máximo secreto
Alrededor de 12.000 hombres fueron asignados a su construcción, procedentes de todo el territorio español aunque había un gran número de soldados asturianos. Muchos de ellos eran zapadores, acostumbrados a trabajar en las minas, que sin la ayuda de maquinaria, a pico y pala, elevaron esta construcción bélica. Ningún preso republicano fue destinado a esta misión, ya que era una infraestructura bajo secreto militar. A cada uno de estos centros se destinarían entre 400 y 500 militares, que serían los responsables de gestionar su defensa. Jamás llegaron a utilizarse estas estructuras, y muchas quedaron inacabadas.
La logística para la construcción de esta red demandaba adaptar y abrir caminos en el terreno, acondicionar vías ya existentes y dibujar otras nuevas, tarea fundamental en un primer momento para poder abastecer las obras. Eso supuso la apertura y la comunicación de la que carecía y tanto necesitaba esta zona fronteriza. A día de hoy, esta red de carreteras sigue estando en uso.
El parque de los búnkeres
En la Cerdanya, en el pueblo de Martinet, se encuentra el parque de los búnkeres de Martinet i Montellá, (www.bunquersmartinet.net) un magnífico centro de interpretación de esta línea defensiva de alta montaña, en el que se puede conocer en profundidad la historia de estas pétreas edificaciones.
Uno de los puntos visitables del parque de Martinet i Montellá
Un documental proyectado en una sala, ambientada como si fuera un búnker, nos sumerge de lleno en el contexto histórico, y nos ayudará a entender mejor lo que ocurrió. Testimonios de quienes lo vivieron en primera persona y de historiadores, e imágenes recuperadas de una época con más sombras que luces.
Inicio en 1945 y 'frenazo' en los 50
El estrechamiento del valle del Segre en esta parte de la Cerdanya es el paso natural hacia La Seu d’Urgell, Lleida, Barcelona y Zaragoza, y por tanto, un lugar estratégico. Esta es la razón por la que se eligió este punto como ubicación del Centro de Resistencia nº 53.
Interior de un búnker con artillería pesada
Las obras comenzaron en 1945, y en los años siguientes se trabajó a pleno rendimiento. Sin embargo, en 1948, debido a una notable reducción de presupuesto, los trabajos sufrieron una desaceleración y muchas de las obras proyectadas no se realizaron. En muchos casos esta línea defensiva fue levantada sobre terrenos comunales y de particulares, sin permiso de sus dueños. A pesar de la dureza de la misión y de las crudísimas condiciones de vida propias del clima de alta montaña, los soldados hicieron todo lo posible para adaptarse a su nuevo entorno. Algunos, incluso, se casaron con mujeres de la zona y echaron raíces en los municipios cercanos.
De fortalezas a trasteros
Para la construcción de los búnkeres se necesitaba principalmente hierro y cemento. Materiales muy escasos en estos años de penurias. La carencia de hierro se suplió usando los raíles de vías de ferrocarril, que de este modo pasaron a formar parte de estas estructuras de hormigón. Debido al estraperlo, la proporción de cemento usada en la forja de estos fortines resultó ser muy inferior a la proyectada. Aún así el cemento era de buena calidad, y la resistencia de estas construcciones muy aceptable. Durante los primeros años de la década de los 50, comenzaron a abandonarse las obras. La llegada de la Guerra Fría y la certeza de no ser invadidos aceleraron este abandono. Desde el año 1970 se realizó un registro/inventario completo (estado, coordenadas…) que duró hasta 1985, año en el que queda totalmente abandonada.
Escenificación de un puesto de comunicaciones en el interior de un búnker
Comienza ahí otra historia, la del olvido. Algunos fueron usados para guardar material agrícola o ganado, incluso como estercoleros. Trasteros involuntarios que nunca llegaron a cumplir la función para la que fueron diseñados.
Hoy forman parte de nuestros paisajes. Algunos visibles, otros camuflados con la naturaleza de su entorno. Por ello hay que estar atentos, porque si no, no los veremos. En ese sentido, sí que cumplieron a la perfección con su función. A día de hoy, los vestigios de estas construcciones tienen un valor histórico incuestionable. Son el testimonio de una época oscura y convulsa no tan lejana. Recuperar y conocer la memoria de nuestro pasado es una labor indispensable. No solo para saber de dónde venimos, sino también hacia dónde vamos